El gran amor de San Martín: "Esa mujer me ha mirado para siempre"
Las tertulias y reuniones en los amplios salones de las casonas porteñas eran habituales. Será en una de estas fiestas donde Carlos de Alvear presentó a Remedios de Escalada a San Martín.
Cuenta la historia que a los padres de María de los Remedios Carmen de Escalada y Quintana (o sea, la querida Remedios) el pasado les cobró una deuda pendiente. “Bebieron de su propia medicina”; dirá el dicho popular. Y sobre todo su madre, Tomasa Francisca de la Quintana (1766 – 1841), la que con el tiempo se convertirá en la suegra del “soldadote plebeyo”, como despectivamente lo llamaba al “Cholo” José de San Martín.
Resulta que tiempo atrás, Don Antonio de Escalada (papá de Remedios) y Doña Tomasa, fueron padrinos de un casamiento no consentido por el padre de una señorita, que acarreando un noviazgo a escondidas y hasta desafiando a las autoridades, tuvo que pagar en un calabozo su determinación de casarse con un novio no aceptado por su familia. Así; como se lee: fue presa denunciada por su parentela ante el desacato y persistencia por casarse con un “enemigo”. En esa oportunidad los rebeldes novios fueron Ángela Castelli Lynch y Francisco Javier Igarzábal.
Gran revuelo se armó ya que Juan José Castelli, padre de Ángela e integrante de la Primera Junta para nada concordaba con la relación de su hija y un acérrimo “saavedrista” como Igarzábal. Recordemos que al tiempo de consumarse la Revolución de Mayo una interna entre los miembros de la Junta afloró virulentamente. Por un lado, Moreno y Castelli enfrentados a Saavedra, quien tras la derrota de Huaqui (20 de junio de 1811) culpó a Castelli, jefe de esa expedición, de la pérdida de Alto Perú y lo separó del ejército mandándolo a juicio.
Castelli nunca perdonó a Saavedra, ni a su yerno Igarzábal, y mucho menos a quienes acusó de cómplices y traidores: los padrinos de Ángela, Antonio y Tomasa, y por supuesto, a su hija.
El caso amerita una breve digresión. Lamentablemente tras un cáncer de lengua al tiempo morirá Castelli (octubre de 1812). Quien también fallecerá tempranamente será el marido de Ángela (Igarzabal). Pero Angelita logrará rehacer su vida junto al coronel Antonio Rodríguez quien morirá en 1827. Se dará una tercera oportunidad matrimonial con Samuel Lea, que con los años también fallecerá. “Es la venganza del fantasma de Castelli que perseguirá a todos los traidores”, sostenía la leyenda urbana.
Tomasa y la maldición de Castelli
Lo cierto es que, en el trascurso del tiempo relatado, como “cosa e’ mandinga” los padres de Remedios constantemente recordaban las maldiciones del prócer Castelli. Remedios se había enamorado de San Martín, y eran ellos ahora quienes tenían que lidiar con un yerno que “supuestamente” no le convenía a la nena Remedios.
“Si ves al futuro, dile que no venga”, escribió un deprimido Castelli en su lecho moribundo. Obvio que no era para Doña Tomasa. Pero nadie le sacaba a la Señora de Escalada que la maldición de Castelli la había alcanzado.
Gervasio Dorna, "el deseado"
Será prudente aclarar que antes de que Remedios conociera a José de San Martín tenía contraído un compromiso afectivo con Gervasio Dorna. Lo concreto fue que Tomasa siempre estuvo convencida que a Remedios le hubiera convenido mucho más continuar el noviazgo con Gervasio Antonio Josef María Dorna, hijo de un millonario comerciante y hacendado andaluz.
Gervasio había tenido una valiente participación defendiendo a Buenos Aires en las invasiones inglesas, llegando a convertirse en teniente y descubriendo en las milicias su verdadera vocación. El muchacho no quería saber nada con los negocios y los campos de su padre. Había encontrado en las armas su verdadera pasión y, en paralelo, descubrió su otro amor: Remedios.
Pero no todo es como uno sueña; y menos en cuestiones del corazón. Gervasio Dorna había quedado desconsolado. Se sentía humillado. No alcanzaba el consuelo de su exsuegra que constantemente repetía cómo ese morocho, sin abolengo, con una aberrante tonada española pudo haber conquistado a Remedios. Pero bueno; “el corazón no conoce de razones”. Remedios se había enamorado de San Martín.
Y así fue. Entonces, Gervasio partirá (acompañado solamente por el negro esclavo Florentino) hasta Potosí para sumarse al ejército de Belgrano. Recorrió despechado los 1.600 kilómetros que separan al puerto de Buenos Aires de Jujuy donde encontró al creador de la bandera que llevaba adelante la segunda expedición al Alto Perú.
Estaba abatido y con una enorme pena. Belgrano conocido de su familia lo nombró su ayudante de campo. Había viajado meses para terminar muriendo en la batalla de Vilcapugio (1 de octubre de 1813) “con honor, como los hijos de la Patria que prefieren la muerte a los grillos de la esclavitud” (según parte de guerra firmado por Belgrano refiriéndose a la muerte de Gervasio).
San Martín y Remedios en tiempos de vals
La vida nos da sorpresas. Las tertulias y reuniones en los amplios salones de las casonas porteñas eran habituales. Será en una de estas fiestas, precisamente en la lujosa casa de los Escalada donde Carlos de Alvear le presentará a Remedios al recién llegado José de San Martín.
Ella quedó deslumbrada. No dejaron de seguirse con la mirada en toda la noche. La joven como buena anfitriona y siguiendo los protocolos familiares no desatendió a ningún invitado con dulces, licores y vinos. Aunque indudablemente algunos como José de San Martín debieron haber recibido alguna consideración especial. Mientras tanto San Martín confesará a Mariano Necochea: “esa mujer me ha mirado para toda la vida”. Se había formado una pareja.
Eran tiempos donde el minué, la contradanza, el paspié eran los bailes del esparcimiento aristocrático porteño. Buena oportunidad entonces para que San Martín deslumbrará bailando el vals, esa nueva música recién llegada de Europa, escandalosa para algunos porque se bailaba agarrados. Eran tiempos desafiantes. Tiempo de revoluciones. “Tiempo de vals” para Remedios y San Martín.
Vivan los novios
Y aunque la suegra Tomasa se retorciera de bronca, los novios se casaron el 12 de diciembre de 1812 en la catedral de Buenos Aires. Fueron sus padrinos Carmen Quintanilla y Carlos de Alvear, aquel pariente y compañero de viajes en la fragata Canning, integrante con San Martín de la logia Lautaro y quien presentará a los novios en la casa de los Escalada, donde vaya casualidad también se realizó la fiesta de boda de Remedios y José. Será también Alvear a posteriori su más férreo adversario en tiempos de San Martín en Mendoza.
Mientras tanto el suegro de San Martín, Don Antonio de Escalada miraba con ojos más permisivos esa boda. Como si hasta le conviniera. Obvio, no podía decirlo muy fuerte. Él era proveedor del estado.
Don Antonio era casado en primeras nupcias con Petrona Salcedo Silva de cuyo matrimonio nacieron tres hijos (entre ellos dos niñas: María Eugenia y María Luisa) y en consecuencia estaba más curtido en eso de vincularse con yernos. De su matrimonio con Tomasa nacerán Manuel y Mariano, quienes fueron camaradas de armas de San Martín, terminando éste último como su jefe en los Granaderos. Para qué enojarnos entonces, habrá pensado astutamente Antonio.
Lo que sigue será historia conocida. Tras la luna de miel en la estancia de su cuñado José Demaría (estaba casado con la hermanastra de Remedios: Eugenia de Escalada Salcedo) empezarán a escribirse notas relevantes en la vida de San Martín. Una de esas páginas, heroica e histórica, empezará a relatarse tras el triunfo de San Lorenzo, y será su llegada en setiembre de 1814 a Mendoza. A la casa de calle Corrientes al 343, en el corazón del centro mendocino.
En Mendoza formará un hogar, verá nacer a la infanta Merceditas y será el líder de gesta libertadora. Desde esa casa de calle Corrientes también partirá moribunda Remedios a su ciudad natal. Morirá en Buenos Aires el 3 de agosto de 1823, quien hasta su último suspiro nunca dejó de esperar a José.