Explicaciones simples para hacer el fueguito del asado
Todo indicaría que no es tan fácil la cosa como puede parecer; no solo se trata de tener tronquitos y fósforos, o al menos eso es lo que se cree por acá.
Mientras la carne para el asadito está siendo salada en la cocina, lo realmente importante ocurre puertas afuera. Junto a la parrilla, que aún conserva ligeros restos de grasa del asado anterior, la leña crepita fuertemente, convirtiendo en llamas a las que quizá fueron pequeñas gotas de líquido, que equivocadamente buscaron seguridad en el interior de ese tronquito que arde, inconsciente de su labor de refugio de gotas ajenas. El fuego asciende suavemente varios centímetros por sobre la pira llenando a la noche con su sonido, mezclando lo que sería algo así como el ruidito de un soplido con el rechinar de las humedades, desparramando chispas azarosamente hacia los costados. Los rojos, naranjas, amarillos, y hasta quizá algún blanco, se mezclan delicadamente en la llama, dándole tonos acordes a las diferentes reacciones químicas que se van generando en el interior de los leños, sin que sea realmente importante saber con exactitud de qué se trata la cosa.
Pero en definitiva es necesario aclarar que, si a alguien en un momento de distracción lo agarra una persona con conocimientos de física, capaz que le cuente (sin mentir) que el fuego es en realidad una reacción química de oxidación acelerada que emite luz y calor; es verdad, absolutamente y cien por ciento, pero no sería en este caso lo importante de la cuestión. Por otro lado, es importante contarles a quienes hacen el asado con carbón que, si bien es posible que tarden menos tiempo en llegar al punto de cocción deseado, se están saltando un paso importante de la cosa; que es casualmente lo que aquí se trata de expresar, quizá sin éxito, intentando poner en palabras muchas sensaciones que son confusas e inexplicables.

Volviendo a lo sustancial, es necesario declarar que no se puede, ni en este ni en ningún otro idioma, contar cabalmente lo que vive una persona que se queda en silencio al lado del fueguito, observando a las llamas casi sin moverse, con las manos en los bolsillos y con su humilde mente de mortal cualunque volando a esos sitios en los que solo quien posee la titularidad del marulo puede ingresar: ni aun intentando contarle a otras gentes de qué va la cosa en su cabeza, le será posible expresar claramente lo que está sintiendo en ese momento.
Porque así es la mente humana; no se ha generado aún (y ojalá que así siga siendo) una forma de poder explicitar con absoluta certeza lo que se piensa, por lo cual los malos entendidos están siempre a la orden del día. Pero no solo se cometen errores de interpretación que se van para el lado de los tomates: más de una vez ocurre que, quizá un comentario que no pretende ser más que tan solo un conjunto de palabras lanzadas al viento, genera en quien lo recibe un sinnúmero de sensaciones positivas. Así es que, en definitiva, hay que tener cuidado con lo que se anda diciendo por ahí, porque se pueden producir amores inesperados, producto de señales confusas; y no siempre es deseable que así ocurra… aunque a veces sí, o al menos, no resulta importante la forma utilizada, si es que finalmente las almas involucradas confluyen hacia situaciones que de otra forma nunca habrían sido explicitadas.

Retomando el foco de la cuestión, es necesario saber que las llamas también comparten con quienes osen pararse en su entorno, ese olorcito tan rico que da la leña quemada, que depende en buena parte del tipo de planta que generó a los tronquitos que el fuego consume y que cambia también según el grado de verdor que tengan los elementos utilizados. Hay quien hace toda una ciencia de esto, y están además quienes se andan quejando después de que un asado hecho con tal o cual leña tiene gusto a esto y no a aquello; no lo sé, y la verdad, tampoco me interesa mucho. Todo indicaría que lo importante de comerse un asadito con las
personas que se quiere es, en definitiva, eso: que se comparte con quienes se desea. Y el punto de cocción de la carne, así como el sabor que las leñas le sumen, solo son útiles para poder discutir pavamente sobre el tema, como si eso fuera lo realmente convocante.
Luego de todo ese ritual no buscado, y que persiste simplemente por eso, porque se mantiene en una parte incombustible de la memoria que permite montar un tronquito sobre otro tal y como se aprendió de un ancestro, o de esa persona querida que ya no está por acá, pero que está, siempre está, aunque no esté… ahí sí, se pone la carne sobre la parrilla y se hace el asadito.
Pero eso ya es cosa de gourmets; hay mucho escrito por ahí sobre el tema, aunque las recetas no parecen ser de mezclar emociones con costillares, simplificando el contenido de sus textos, minimizando malos entendidos, y evitando así andar enamorando a las personas equivocadamente.

* Pablo R. Gómez, escritor autopercibido
Instagram: @prgmez

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