Inflación desbordada

El caso de la leche chocolatada y cómo refleja el descontrol de precios

La aceleración del proceso inflacionario genera una fuerte disparidad de los precios. De un comercio a otro, en la misma zona, se pueden encontrar precios con hasta 80% de diferencia por un mismo producto. Esto sucede en muchos alimentos, pero también en otros rubros

Horacio Alonso
Horacio Alonso domingo, 2 de abril de 2023 · 11:00 hs
El caso de la leche chocolatada y cómo refleja el descontrol de precios

Todas las consultoras privadas anticipan que marzo será otro mes con alta inflación. Varias prevén que el índice del costo de vida puede estar cercano al 7% o, incluso, más.

Esto muestra que el proceso inflacionario lejos de atenuarse está en avance y las medidas lanzadas por el Gobierno nacional no están siendo efectivas.

La Argentina tiene una larga y triste historia con este flagelo económico que destruye el poder adquisitivo de los salarios y, especialmente, golpea a los sectores más bajos que destinan la mayor parte de sus ingresos a los alimentos. Precisamente, en este rubro clave es donde se registran incrementos mayores al promedio.

Desde la Secretaria de Comercio se intenta combatir el problema con dos estrategias principales: acuerdos sectoriales de precios y controles en comercios. A la luz de los resultados, estas medidas no alcanzan para lograr el objetivo y, más aún, cuando los niveles inflacionarios son ya tan altos.

Comerciantes aseguran que importantes empresas alimenticias están ajustando sus listas a un ritmo semanal, mientras que otras han decidido, en la práctica, salirse del convenio de los llamados “precios justos” porque la suba de costos no les permite mantener el compromiso.

Con este escenario fuera de control, está claro, que existe una situación de desborde donde prevalece el concepto de “sálvese quien pueda”. En ese punto, los consumidores son el eslabón más frágil de la cadena y sufren a pleno las consecuencias. Eso se percibe en la disparidad de precios que se pueden encontrar sobre un mismo producto en distintos comercios.

Uno de los problemas que genera un nivel de inflación tan alto que, además, está en proceso de aceleración es la falta de referencia sobre lo que valen las cosas. En momentos de estabilidad, la gente puede recordar lo que cuestan determinados bienes y detectar cuándo algunos se venden por encima de lo normal.

Con una inflación que se acerca al 7% y listas que se ajustan semanalmente es imposible saber si lo que se está pagando es lo lógico y más en alimentos que no son de consumo diario o de primera necesidad.

Las variaciones en los precios muestran la pérdida de referencia para los consumidores

Un caso que refleja esta situación y que sirve para entender este fenómeno es, por ejemplo, lo que sucede con la leche chocolatada Cindor. Está claro que no es un producto esencial y que puede ser demandado por sectores de mayores ingresos. También que hay alternativas más económicas que pueden suplantar su consumo, pero es una buena referencia para mostrar lo que sucede, seguramente, con infinidad de productos tantos alimenticios como de otros rubros.

En una recorrida por comercios de un mismo barrio del gran Buenos Aires se comprobó que el valor puede variar en hasta el 80%, según la boca de expendio.

Por ejemplo, en un autoservicio se consigue en $500 el litro. En un almacén “boutique” valía $772, mientras que en un hipermercado de primera línea su valor era de $623. A pocas cuadras del lugar, en otro autoservicio, el precio saltaba a $860.

Hay distintas explicaciones para esta disparidad de precios. Una es la más tradicional y apunta a las estructuras y estrategias comerciales de cada negocio.

Un hipermercado puede comprar en volúmenes más grandes que abaraten sus costos y tener estrategias que le permitan establecer menor precio a cambio de mayores ventas. Puede elegir a qué producto aplicar mayor recargo y a cuál no o jugar con la idea de que el consumidor compra productos que no tenía pensado, pero que se tienta al verlo en góndola por su mejor ubicación estratégica. Todo eso está estudiado y se aplica a rajatabla.

 Un almacén de cercanía apela a la comodidad del comprador que, por pocos productos, prefiere no perder el mayor tiempo que demanda una compra abultada o la cola de un supermercado y así recargar el precio final.

Los autoservicios están en un punto intermedio y definen sus precios por el perfil de un público más heterogéneo y fijan la rentabilidad según las marcas y productos a los que van dirigidos.

Todo este análisis puede justificar diferencias de precios de un comercio a otro, pero en márgenes reducidos. En los ejemplos mostrados no existe ninguna lógica.

En este caso, la explicación puede encontrarse por otros factores. El principal sería la rapidez con la que se remarca y la expectativa del precio de reposición. Cuando las listas cambian con tanta frecuencia, un día de diferencia puede hacer que un comercio haya quedado desfasado del valor real y el consumidor aprovecha ese retraso.

En el caso de las empresas lácteas, el ajuste de lista se está haciendo de forma semanal a un ritmo de 6% en muchos productos. El valor de reposición, en una espiral inflacionaria, es clave ya que un comerciante puede estar vendiendo un producto por debajo del costo en que lo va a comprar al mayorista cuando tenga que reponer.

Pero no se puede obviar en este caso con tanta disparidad que algunos comerciantes aprovechen la confusión para recargar más de la cuenta y que un comprador desprevenido o apurado pague sin ver.

La idea del “camine, camine” que pregonaba Lita de Lázzari tiene valor cuando los precios no están desmadrados como en la actualidad. Hoy una recorrida por distintos comercios para conseguir el mejor precio es una odisea y demanda de un tiempo que la gente no tiene. Además, la decisión debe ser rápida ya que cualquier demora altera el escenario y el precio relevado queda desactualizado. Está claro que no se le puede responsabilizar al consumidor que no sepa cuánto valen las cosas.

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