Opinión

Un recuerdo a 31 años del atentado a la Embajada de Israel: "Hay una bomba en el colegio"

Habían pasado apenas un par de horas del mediodía de un 17 de marzo de 1992 y la Embajada de Israel sufre lo que fue el primer atentado hace 31 años. Diego Villanueva, el recomendador serial, recuerda muy bien ese día en diálogo conMDZ.

Diego Villanueva
Diego Villanueva viernes, 17 de marzo de 2023 · 16:40 hs
Un recuerdo a 31 años del atentado a la Embajada de Israel: "Hay una bomba en el colegio"
El 17 de marzo de 1992 fue el atentado a la Embajada de Israel Foto: Foto: mdzol

Era lunes en lo de Luis y teníamos que estudiar matemáticas. Un 16 de marzo de 1992. Prueba difícil con un profesor más difícil aún. Odiaba matemáticas y me junté con él para que me explique de logaritmos que para mí era chino y japonés al mismo tiempo. Estábamos en tercer año de secundaria y odiábamos todo lo relacionado con el colegio y todo lo que no tenga que ver con amistad, fútbol, música y fiestas.

Cuando me estaba yendo de mi casa peleando con mis viejos y explicándoles que, sí o sí, tenía que dormir afuera para poder estudiar con mis amigos; me llamó por teléfono de línea, mi amigo Jorge, que era más vago que yo, preguntándome por la prueba, si había estudiado.

Cuando le conté que íbamos a lo de Luis a estudiar, me pidió por favor que lo busque por su casa, que estaba bien en el horno y no quería volver a sufrir lo que había parido, matemáticas en tercer año. Lo busqué y llegamos a lo de mi amigo a las seis de la tarde. Su mamá no estaba y era hijo único. Sus padres se habían separado hace un año y por un tema de culpa, quizás, lo malcriaban y mi amigo hacía lo que quería con su joven y adolescente vida. Siempre estaba solo y con plata, ya que la madre estaba a pleno saliendo con alguien nuevo y su viejo estaba en otra, viviendo en Bariloche.

El atentado causó 22 muertos y 242 heridos.
Gentileza: Nexofin

Llegamos y Luis nos recibió con unas cervezas heladas y nuestro juego favorito: el TEG. También estaba Martín, que ya estaba en su casa y se sumaba al estudio grupal. Luis dijo que era temprano, que juguemos un partido y después arrancábamos a estudiar. Comenzamos a repartir las tarjetas con misiones, elegimos colores, nos tocaron los países y comenzamos a atacarnos, al comienzo lentamente, y luego de dos horas ya era la tercera guerra mundial y casi nos vamos a las manos con Jorge por una ficha que estaba en Irán y yo decía que estaba en Turquía.

Mientras jugábamos, las cervezas iban desapareciendo, fumábamos un cigarrillo atrás de otro, nos agarró hambre y pedimos pizzas. Cuando después de una partida muy polémica, Martín se quedó con el mundo en sus manos, ya medios ebrios dijimos de estudiar, pero yo me quedé caliente y sugerí otra guerra. Para qué. Fue el TEG más largo que recuerde: no avanzaba. Cientos
de fichas de diferentes colores en países y guerras interminables, silencios concentrados en eliminarnos, jodas hirientes, alianzas entre unos y otros.

Mucha matemática, pero puesta en los dados. De la prueba nadie habló hasta las 2 de la mañana, cuando se nos fue la manija de terminar la guerra y volver a la realidad.
- ¿Qué hacemos? ¿Luis, nos explicás?
- ¿Me están jodiendo, no? Ya fue, en cinco horas tenemos que ir al colegio, y la verdad que yo tampoco entiendo mucho.
- Mi viejo me mata. Me cago en los dividendos, los decimales y las ecuaciones del orto.
- Boludo, ¿Y si llamamos amenazando que vamos a poner una bomba?
- Jajaja siempre la pensamos, pero nunca nos animamos
- Yo lo hago, te juro. Poné el despertador a las seis que yo llamo.

A las 6 AM, Martín, con un trapo de piso en la boca y poniendo voz de grande y de malo, llamó al colegio sin dudarlo. La famosa Estelita, guardiana de la secretaría del colegio, del otro lado, dijo: "¿Hola?". Y este le mandó: "Hoy cierren el colegio porque vamos a poner una bomba. No es un chiste. Ya lo hicimos en varias escuelas más. No se les ocurra abrir porque para el mediodía van a morir alumnos y ustedes serán los responsables".

Luego del click del teléfono antiguo de la madre de Luis, esos que discaban y no había chance de que descubran de donde habías llamado, largamos gritos de guerra y nos abrazamos largando carcajadas y tirándonos arriba de Luis en señal de agradecimiento, desde nuestra brutalidad y excitación de los quince años. Fuimos caminando al colegio muy nerviosos, con sueño, miedo y muy a la expectativa. Al llegar no vimos nada nuevo. Las caras de depresión y sueño de los alumnos llegando, padres estacionando mal en la calle y la mirada feliz del encargado llamado Pedro, saludando con un buen día a todos los que entraban, como si se tratara de un juego de competencia con él mismo, donde el objetivo era saludar a todos, pero a todos los que entraban.

Nos miramos con la derrota en los ojos y no nos quedó otra que entrar. La prueba era a la tarde, a las dos y media, después de la hora de almuerzo, que consistía en media hora de comedor y media hora de recreo, antes de empezar el segundo turno. Comimos lo que nos dieron, unas tristes salchichas con puré de papas un poco duro y frío. Un plato tan terrible como la prueba que nos iban a tomar y aplazar en matemáticas. No necesitamos ni mentirnos en el recreo de que en media hora llegábamos a estudiar. Nos quedamos los cuatro sentados en el patio callados, y yo insultando en silencio a los directivos del colegio por la irresponsabilidad de no darle bola a una amenaza de bomba.

Al final nos descargamos con Martín porque le dijimos que era obvio, que era un chiste, que había sido muy trucho su papel.
Sonó el timbre de la muerte y entramos a la clase fría. El profesor Kraneville nos esperaba callado, sin saludarnos y sin siquiera mirarnos a los ojos, ahí sentado en su escritorio, a punto de arrancar la prueba como si fuese un trámite más. Nos sentamos, escuchamos el "buen día, alumnos saquen un par de hojas" y al minuto escuchamos un ruido y una sacudida tan fuerte que se me cayó la cartuchera al piso.

La Embajada estaba la calle Arroyo 910 de la ciudad de Buenos Aires. 
Foto: mdzol

Todos, hasta el profesor, nos quedamos callados y asustados. No sabíamos qué pasaba. ¿Alguno de quinto año tiró un escritorio por la escalera? ¿Terremoto en Buenos Aires? ¿Se tiró alguien de la terraza? Eso seguro que no era un petardo. De repente los vidrios explotaron por los aires y nos tiramos al piso. Asustadísimos y sin saber qué hacer, el Krane nos calmó y pidió que no tengamos miedo. Llegó el director del colegio y pidió que rezáramos un padre nuestro mientras nos contaba que había explotado una bomba.

En ese momento mi cuerpo se sacudió y casi caigo al piso del desmayo. No entendía nada, miré como pude a Luis, a Jorge y a Martín y ellos estaban igual que yo. Asustados, mareados y me miraban como diciendo Yo te juro que no fui. El Director se fue y a los cinco minutos llegó el preceptor con un padre de un compañero de clase llamado Emilio que vivía a la vuelta. Venía a buscarlo y nos contaba con los labios temblando y tartamudeando, que había escuchado por la radio hace 10 minutos que había explotado la Embajada de Israel, que quedaba a unas cuadras del colegio. Desde ese día nunca volví a hacer una joda en mi vida.

Dedicado a las 29 personas fallecidas y 242 heridos en el atentado a la Embajada de Israel producido el 17 de marzo de 1992.

*Diego Villanueva es autor de "Casi 30 artistas para antes de dormir"

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