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10 años con el Papa del fin del mundo

No resulta fácil escribir de los diez años de pontificado del papa Francisco, dado que yo mismo desde aquel 13 de marzo no termino de caer en la cuenta de que aquel hombre con el que compartí 20 años de paternidad, de consejo espiritual, de confesión, de amistad, ahora sea el Obispo de Roma.
Quiere una Iglesia atenta a los signos de los tiempos dice Monseñor Eduardo García sobre Francisco.Foto: Enrique Cangas
Quiere una Iglesia atenta a los signos de los tiempos dice Monseñor Eduardo García sobre Francisco. Foto: Enrique Cangas

Hay realidades, que a los que estamos del otro lado del hemisferio, nos parecen muy lejanas, hasta impensables. En las palabras de su saludo inicial va preanunciado sencillamente lo que durante estos años nos ha trasmitido y ha realizado

¿Quién es el Papa, para nosotros llamado Jorge Bergoglio? El que vemos y escuchamos en la ventana de San Pedro, capaz de decir un informal “buenas tardes”. Un hombre profundamente humano, que ha vivido una vida corriente y normal, y por esto se comunica como lo hacen los hombres y las mujeres que atienden el hogar, que trabajan, que se cruzan por la calle. Ese es Francisco, un hombre con sentimientos como los nuestros pero transfigurados por la experiencia del encuentro vivo y personal con Dios.

Ese “buenas tardes”, habla de un pastor que busca el encuentro con el hombre, acercándose allí donde el hombre existe, con su vida a cuestas, afirmando que Dios está allí donde hay un hombre o una mujer que lo buscan con sincero corazón. Dios habita en la ciudad, decía Bergoglio, en el hombre común que trabaja, sufre y renueva su esperanza cada día. “Buenas tardes” fue el comienzo de un dialogo para entrar en la casa y en el corazón de su pueblo con la simpleza de aquel que golpea la puerta y saluda, esperando ser recibido. No se impone, desea el bien, lo bueno para esta nueva familia universal a la que debe conducir y acompañar desde el amor de Dios, siendo ministro de su ternura.

Un hombre profundamente humano.

Aquel que después de entrar saludando se presenta sencillamente poniendo a la Iglesia como protagonista de este momento: “Fueron a buscar un Papa”; sana eclesiología en la que se reconoce la acción del Espíritu en aquellos que Dios ha colocado para una misión; ni fue Dios directamente con un rayo poderoso, ni fue el fruto de una campaña similar a las que se usan en los medios políticos.  Hay un convencimiento profundo de que es Dios el que actúa a través de aquellos a quienes les ha confiado un ministerio en la Iglesia. Hay un acento más: la colegialidad vivida en fraternidad. Dijo Francisco: “mis hermanos Cardenales”, no “los cardenales”.

La iglesia por sobre todas las cosas es familia, es comunión y si no hay comunión es porque no se ha dejado lugar al espíritu
que la crea y la fortalece. La iglesia es un cuerpo, el camino lo hacemos juntos y esto da garantías de la presencia del Señor: “Donde dos o más se reúnan en mi nombre yo estoy en medio”. Francisco es el hombre que ama entrañablemente a la Iglesia, por eso quiere una Iglesia al servicio de este mundo, siendo fiel a Cristo y a su Evangelio; una Iglesia libre de toda espiritualidad mundana, una Iglesia libre de la tentación de quedarse congelada dentro de sus propias estructuras, de ser una Iglesia clericalista.

Quiere una Iglesia atenta a los signos de los tiempos; una Iglesia que no puede ser reducida a ser una pequeña capilla, ya que está llamada a convertirse en una casa abierta para toda la humanidad; una Iglesia que sale a las calles con el corazón cargado de evangelio, tocando con sus manos los la carne y corazones de todos sin excepción; una Iglesia dispuesta a llegar a las
periferias existenciales, donde nuestros hermanos y hermanas luchan cada día para sobrevivir.

¿Quién es el Papa Francisco?. En esa primera tarde, el papa Francisco preanuncia una iglesia sinodal cuando hace la invitación a caminar juntos el pastor y el pueblo desde una iglesia de Roma que preside en la caridad. Él es el Obispo de la Iglesia madre de la Iglesias particulares que deben vivir en comunión desde la caridad. Lo ha dicho a los Cardenales, la Iglesia no es una ONG piadosa. Es la caridad visible de Cristo a través de sus miembros.

Francisco, el hombre de la comunión.

Es el Obispo de Roma que preside desde la caridad. Su mirada sobre su ministerio, que entraña un poder, lo vive como un servicio al pueblo santo Dios. Esta es una expresión que repite constantemente. No es una expresión edulcorada, y no quiere decir que es el pueblo de gente buenita, donde no existen problemas, peleas, injusticias y debilidades. Pero, sin embargo, este pueblo es depositario de la gracia santificadora que Jesús ha conseguido por su obediencia de hijo y por su sangre derramada en la cruz. Su lenguaje sencillo no es porque le falte vuelo teológico, sino muy por el contrario porque la teología ha pasado del intelecto a la experiencia. Por eso en esta sencilla y cariñosa frase está enunciando una verdad teológica muy profunda: “somos el pueblo santificado por Dios”. Y, en este pueblo, el obispo sirve como “ipse armonía”.

Es aquel que crea la armonía, que armoniza los distintos carismas, que descubre potencialidades y las hace crecer. Para poder armonizar lo diverso y no simplemente ejecutar ordenes es necesaria la caridad. El obispo preside desde la caridad, la iglesia de Roma preside no porque manda más sino porque en la caridad asume las riquezas y dones de todas las Iglesias y las armoniza en la búsqueda del bien de todo el pueblo de Dios y del crecimiento del Cuerpo de Cristo desde la evangelización y misión.

Esto no es una teoría, ha sido la experiencia que ha trasmitido en su pastoreo como arzobispo cuando invitó, antes de programar evangelizador, a posar la mirada sobre el santo pueblo de Dios: y ahí reconocer sus heridas y fragilidades descubriendo el rostro de Cristo, ir a su Evangelio para rezar, pensar y discernir lo que necesita y desde ahí armar una pastoral que no sea de escritorio. No buscar soluciones rápidas y prearmadas, sino dejarnos iluminar y trasformar por la oración y la confrontación con los otros, permitiendo que sea Dios el que hable y no las recetas ya experimentadas.

Francisco no se cansa de hablar de la misericordia.

Por las heridas y fragilidades Dios nos habla pidiéndonos la ternura del Padre que sólo podemos brindar en la medida que se renueva y crece nuestro fervor apostólico siendo testimonio vivo del amor de Aquel “que nos amó y nos salvó”. Esta pluralidad de exigencias nos llama a reforzar una identidad eclesial que brote de una mayor comunión, que se haga palpable en un estilo común, procurando el modo de acoger a todos haciendo de las parroquias, geografías pastorales, y muy especialmente de las “periferias existenciales de la ciudad, “santuarios”, donde se experimenta la presencia de Dios que es ternura y que continúa derramando su bendición. 

Desde el primer momento el papa Francisco no se cansa de hablar de la misericordia y de la ternura de Dios como sus rasgos más determinantes y profundos que nos coloca en nuestro autentico lugar. Somos “misericordeados por Dios”, somos amados en nuestra pobreza, fragilidad y miseria con un amor que nos eleva y nos dignifica. De ahí que la sonrisa, el abrazo, el gesto de ternura que reciben todos los que se acercan al Papa no son algo más, son expresión del amor misericordioso de Dios. Y porque la misericordia tiene este lugar tan importante en su magisterio puede entenderse su preocupación por los pobres, los descartados, lo emigrantes y los que sufren cualquier tipo de marginación o vulnerabilidad.

Francisco y Eduardo García en Roma.

Francisco es aquel que ama profundamente a los pobres y que clama por ellos con la certeza de que su dignificación no pasa por subirlos al podio de la lastima creando demagógicamente una cultura particular que los aísle, sino que su dignificación pasa por ayudarlos compartir la vida del pueblo de Dios como miembros que tienen que recibir, pero también con posibilidad de dar desde su pobreza. “Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos”.

Cuando habla de pobres el Papa encarna existencialmente el concepto bíblico de los anawin, los marginados, enfermos, solos, prostitutas, pecadores. Lejos de todo fariseísmo que consideraba que el contacto con ellos dejaba al hombre impuro, Francisco asume y vive la novedad evangélica que anuncia que el amor es el que purifica y transforma. De ahí su deseo de estar cerca de toda miseria humana sin puritanismos que alejan. Acercarnos con amor para que los otros, estén en la situación que estén, sientan que Dios los recibe y los abraza. No necesitamos estar limpios para acercarnos a Dios, nos acercamos para que él nos limpie. Y esto no es extravagancia o populismo sino evangelio puro y encarnado.

El hombre de fe, en ninguna carta, en ninguna oportunidad falta esta frase: “Rece por mí”. No es una fórmula piadosa, es un convencimiento: la elección viene de Dios, pero la gracia de la fidelidad, de la fecundidad no viene por los propios méritos sino por la oración intercesora del pueblo de Dios, es una profesión de fe en la fuerza de la oración como debilidad de Dios y fuerza del hombre. El papa Francisco no es un invento del 13 de marzo: es, cree y vive como Papa, lo que fue, creyó y vivió como sacerdote y obispo.

Hay una coherencia de vida en Francisco.

Hay una coherencia de vida que es lo que hacen genuinos todos sus gestos, potenciados ahora por la gracia especial del Espíritu Santo que le ha regalado una alegría manifiesta, visible y desbordante. Celebrar su presencia como Papa no significa agrandar el ego para creernos que somos los mejores del mundo: tenemos a Maradona, Messi, campeones mundiales 2022 y también un Papa. Celebrar este momento no sólo es alegrarnos que un argentino, para los que creemos: sea hoy nuestro pastor y para los que no creen un indiscutido líder moral; es sobre aprender que nada se inventa de un día para otro, nada es veraz sin raíz.

Nosotros, mal acostumbrados a atar todo con alambre, a hacer de las grandes oportunidades; oportunismos, a perder la memoria y no cumplir lo que prometemos, a vivir en una eterna escenografía maquillando la realidad; se hace necesario que podamos estar a la altura de un argentino que se puso el mundo al hombro y tiene las ganas y el coraje de querer cambiar el rumbo de la historia.

Eduardo García fue Obispo auxiliar de Buenos Aires en épocas del Cardenal Jorge Bergoglio.

* Monseñor Eduardo García. Obispo de San Justo.