El vino, embajador de Mendoza ante el planeta, nos define y nos cobija
La mendocinidad puede expresarse de muchas formas, pero antes que nada, son las vides fermentadas las que nos identifican ante el resto de las personas que habitan puertas afuera de la provincia
Cuando alguien que vive en Mendoza se traslada a otro punto del país, sin excepción y dentro del top five de lo que debe responder ante cada uno de los lugareños con que se cruza, está la famosa pregunta: - ¿Trajiste vino?
Y esa relación biunívoca entre la mendocinidad y el vino no solo es reconocida por quienes habitan en el resto del país, sino que también puertas adentro de la provincia sentimos, con no poco regocijo, que este elixir de los dioses es el que más nos representa. Es el obsequio ideal para un cumpleaños o una visita social, y hay de todos los precios, por lo que sin importar qué tanto (o qué tan poco) queramos a la persona a la que pretendemos regalarle la bebida, de seguro hay un vino que se adecúa al presupuesto que pretendemos gastar. Pero cuidado: en estas tierras todos sabemos cuánto vale esa botella que nos están entregando (más o menos, y dentro de lo que la inflación galopante nos permite) por lo que podemos inferir qué tanto nos quiere quien nos la da, en función del precio que aproximadamente ha pagado por ella. Es el riesgo de caer al evento con un obsequio fácil de conseguir: no podemos pretenderlo todo, la masividad del elemento adquirido atenta contra la privacidad del costo del mismo.
Esta bebida, y esto es un dato importante, es mucho más que tan solo un indicador del porcentaje de cariño que quienes habitamos en Mendoza nos tenemos entre nosotros. Un vino compartido en un asadito con esa persona que hasta ayer nomás era casi una desconocida, puede quizá lograr convertirla en nuestra hermana del alma apenas pasada esa hora en la que los carruajes se convierten en calabazas. Un buen tinto es de relajar las alertas que habitualmente nos acompañan en la cotidianeidad, simplificando las charlas y hasta generando quizá nuevos amores allí donde siempre se supuso que deberían haber estado; aunque también, si es que los espíritus involucrados no se tenían el mayor de los respetos antes de esa noche, un Malbec mal tomado puede servir de sincerador de verdades que debieron haberse dicho de todos modos y que al final, entre copa y copa, se lanzan en la mismísima cara de ese ser no querido. En definitiva, sin necesidad de llegar a niveles etílicos que sean inaceptables para la legislación vigente, y por supuesto dentro de lo permitido por la moral y las buenas costumbres, el relaje del momento puede convertirnos en esos seres honestos que deberíamos ser a toda hora, aun sin ayuda de bebidas que nos aligeren la lengua.
Aunque no siempre la moderación acompaña a la ingesta de alcoholes. Más de una vez, el exceso de bebida hace brotar del interior de algunos indeseables a ese demonio que al parecer tenían reprimido en la cotidianeidad, violentando situaciones, personas y futuros ex amores, en un proceso repudiable por la agresividad que esos seres expresan en su entorno. De todos modos, los acontecimientos puede que resulten finalmente esclarecedores para quienes estén cerca del violento, ya que en un abrir y cerrar de botellas se logra descubrir de qué clase de miserable se trataba, poniendo finalmente en blanco sobre negro a esa relación que todo indicaría que es mejor cortar, de una vez y para siempre.
De todos modos, son por lejos mucho más reconocidas las virtudes de este néctar, que permite a los poetas declamar sus sentimientos y a los enamorados concretar sus dulzuras sin tantos prejuicios. Es el vino mucho más que tan solo la bebida nacional que la legislación declara, sin importar si es tinto, blanco o rosado, si se degusta purito o con soda, y sin influir la temperatura a la que se encuentra el elixir en el momento en el que atraviesa las gargantas que lo acogen: el vino exuda argentinidad, facilita abrazos y llantos, convierte por las noches en artistas a quienes dudan de sus aptitudes a plena luz del día, llegando incluso a acompañar moderadamente en el almuerzo a quien tenga la posibilidad de echarse una siestita antes de volver a sus actividades cotidianas.
Para quienes somos de la tierra del sol y del buen vino, es esta bebida la que más acabadamente nos enorgullece cuando las necesidades mundanas nos depositan, ya sea en forma circunstancial o permanente, en alguno de esos sitios del planeta en los que la cordillera de Los Andes no se ve en el horizonte: si una botella con uvas fermentadas se posa en la mesa que nos cobija puertas afuera de la provincia, sin lugar a dudas la agarraremos, la giraremos, y leeremos en la parte de abajo de la etiqueta posterior que sí, al igual que nosotros, este vino que hoy beberemos fue parido allá, en nuestra Mendoza. ¡Salud!
* Pablo R. Gómez, escritor autopercibido Instagram: @prgmez