Psicología

La agresividad humana, ¿sirve para algo?

¿Puede la humanidad encontrar un modo de canalizar en forma productiva su agresividad? Carlos Gustavo Motta reflexiona en MDZ, en esta semana tan particular que nos toca vivir

Carlos Gustavo Motta
Carlos Gustavo Motta sábado, 7 de enero de 2023 · 07:00 hs
La agresividad humana, ¿sirve para algo?

Existen actos agresivos de menor magnitud que pueden observarse: desde peleas cotidianas en la calle, mientras se maneja un auto, la bicicleta o cualquier medio de transporte; los celos y la envidia que podemos descubrir a cada rato; el modo competitivo de ser; comentarios irónicos; maniobras desleales utilizadas en el comercio; las competencias de toda índole en las que nos empeñamos a diario y no son más que diversos aspectos donde emerge la agresión. Están los otros actos: aquellos que nuestra razón no puede comprender donde la violencia se ejerce porque sí y los límites se diluyen de modo completo.

Para Konrad Lorenz, padre de la etología, la agresividad es la lucha dirigida contra miembros de la misma especie y engloba todos los intentos de dominar el ambiente. Constituiría un elemento para asegurar la supervivencia. Sin embargo, el problema de la agresión humana involucra aspectos sutiles donde se plantea un interrogante de importancia: la agresividad, ¿es innata o adquirida?

En 1932, Einstein escribe a Freud preguntándole si consideraba posible librar a la humanidad del peligro de una nueva guerra. El físico había presenciado cómo una generación completa era conducida dócilmente al frente de combate valiéndose de los recursos de la propaganda y se sentía pesimista acerca de la posibilidad de mantener una paz duradera. Einstein creía que los hombres experimentaban una natural fascinación por la muerta y destrucción. Freud responde acordando con él y afirmando que la especie humana estaba dotada de una agresividad innata.

En el reino animal, la agresión es funcional y necesaria en el medio natural de la vida salvaje que se caracteriza por ser competitiva. El comportamiento del animal irracional ayuda a mejorar las especies permitiendo sobrevivir solamente a los más aptos controlando la seguridad de los suyos y garantizando su subsistencia. En consecuencia la agresividad no solamente es necesaria sino que tiene funciones específicas. En la sociedad contemporánea, una sociedad donde incluso se borran códigos de carácter ético, aprendemos a reprimir impulsos agresivos y canalizarlos en actividades socialmente aceptadas que van desde desahogarse con palabras hasta participar en competencias deportivas de alto impacto y riesgo.

Si el potencial de agresividad asume proporciones mayores que las que uno puede soportar, la persona se vuelve incapaz de conciliar sus impulsos agresivos con las normas de la sociedad en la que vive. Increíblemente, la depresión puede ser uno de los resultados frecuentes de esas tensiones agresivas acumuladas. Muchas cuestiones inexplicables donde la agresividad es protagonista, tienen sus raíces en el desarrollo progresivo de una agresividad latente que termina emergiendo o “explotando” cuando menos se la espera.

Muchas formas de perturbaciones emocionales se encuentran asociadas con el modo en que la persona es capaz de controlar su tensión agresiva y cuando se siente incapaz de refrenar su violencia interna puede volcar, en algunos casos, esta carga agresiva contra ella misma o como en el caso de la paranoia donde niega su hostilidad y la atribuye a otros y por cuya razón se siente perseguido. Todos esos métodos de “defensa” pueden fallar y entonces la agresividad escapa al control del individuo que finaliza llevando a cabo un acto de violencia cuya magnitud varía de acuerdo a cada uno.

La teoría más clásica de la agresividad se basa en un mecanismo del tipo frustración-agresión. La frustración produce un estado emocional (cólera, ira) y aumenta las probabilidades que la persona se comporte en forma agresiva. Esta probabilidad se verá o no reforzada por otros factores como el temperamento, la educación recibida, el límite de tolerancia a la frustración y el estado general de salud. Cada uno enfrenta sus frustraciones en una forma que le resulta peculiar.

La sociedad humana está estructurada sobre vínculos de esta naturaleza, sin embargo. no llegan a abarcar todo el campo que deberían hacerlo en condiciones ideales. Se necesita combatir la hostilidad activa que se observa en la vida cotidiana. La importancia del precepto “Conócete a ti mismo” puede hacer reconocer tendencias innatas de la agresividad y aprovechar de este
modo, sus aspectos positivos aplicados a uno mismo y fundamentalmente, no en contra de los demás.

* Carlos Gustavo Motta es psicoanalista y cineasta.

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