Educación

Fútbol, derechos violados y descaro

Un sindicalista de ATE afirmó que no se manifiestan durante los fines de semana porque sus afiliados miran los partidos de fútbol. ¿Hasta cuándo seguiremos simulando que es normal priorizar cualquier consigna partidaria o hasta una contienda deportiva frente a los derechos de los chicos?

Alejandro Perandones sábado, 28 de mayo de 2022 · 07:58 hs
Fútbol, derechos violados y descaro

El secretario general de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), Oscar de Isasi, afirmó en estos días que su sindicato no se manifiesta durante los fines de semana para no interferir con los derechos de los trabajadores que supuestamente representa. Los sábados estos gozan de un descanso merecido, asegura. Los domingos estima que, en su mayoría, los empleados estatales acompañan la suerte de los clubes de sus amores en el campeonato de fútbol.

A priori, cualquiera podría pensar en la legitimidad de esto que se reconoce frente a los micrófonos de FM Cielo, en una nota que recorrió fundamentos de una medida de fuerza que paralizó a los auxiliares de la educación afiliados a ATE y, con ellos, a algunas de las escuelas bonaerenses. Este criterio inicial tambalea cuando esos derechos chocan con los de algunos receptores de los servicios que deberían prestar.

SEDucA, Sindicato de Educadores Argentinos, montó un laboratorio estadístico. Su responsable tomó la tarea de revisar, a partir de fuentes periodísticas, los días de huelga que dejaron sin clase a alumnos de las provincias del país desde la recuperación de la democracia en 1983. En abril de este año eran 1092, pero esa cuenta ya atrasa. Por lo menos deben sumarse tres jornadas más: UTE, organización de base de CTERA en la Ciudad de Buenos Aires, convocó a un paro de actividades el día que la Legislatura local discutió la modificación del estatuto que guía la carrera de los maestros y directivos y dispuso criterios de promoción más allá del inevitable paso del tiempo; un brazo de la Federación de Educadores Bonaerenses detuvo sus tareas en rechazo al descuento que la AFIP les hizo (como a cualquier asalariado) a cuenta del Impuesto a las Ganancias; a estos dos deberíamos adicionar el que de Isasi condujo para oponerse a las directivas del Fondo Monetario Internacional luego la ampliación del acuerdo para apuntalar las finanzas públicas. No vamos a contar el día perdido por lo dispuesto por las autoridades ante el recital de La Renga en el Estadio Único de La Plata ya que los músicos, seguramente alertados por las negativas repercusiones de la clausura temporal de las clases, decidieron correr la fecha para no impactar la dinámica de las aulas próximas al espectáculo. Una conciencia cívica que no pesó en las cabezas de los responsables de las escuelas bonaerenses.

Con marzo ya corriendo, el ministro de Educación Jaime Perczyk consideró que podría ser una buena idea establecer una hora adicional para amortiguar algo del daño irreversible que produjo el cierre de las escuelas que apadrinó su antecesor durante la pandemia y más allá. María Laura Torre, secretaria gremial del camuflado Roberto Baradel, admitió en declaraciones periodísticas que su organización se negó a transitar la iniciativa debido “al derecho adquirido de sus afiliados”.

Todo esto pasa en la Argentina que presenta repetidas evaluaciones que demuestran que se está yendo al descenso en materia educativa (en términos que puede entender el futbolero de Isasi). La misma Nación donde más de la mitad de los menores de 14 años son pobres, donde solo el 36% de la matrícula del sistema de gestión estatal termina la secundaria a tiempo, y muchos menos, el 16%, lo hace con conocimientos satisfactorios.

Si aceptamos la parábola, los argentinos somos ranas indiferentes haciendo la plancha en agua hirviendo.

¿Hasta cuándo seguiremos simulando que es normal priorizar cualquier consigna partidaria, un prejuicio ideológico, toda disputa proselitista y hasta una contienda deportiva frente a los derechos indiscutibles de los chicos consagrados en la Constitución Nacional? A esta dirigencia sindical le funciona mal el grabador Geloso y entendió que “los únicos postergados serán los niños”. En la analogía del barco que naufraga, de Isasi y Baradel saltan primero a los botes salvavidas y a los alumnos no les dejan ni siquiera la tabla, como Rose (la insensible pasajera del Titanic) hizo con el bueno de Jack.

Hay dos criterios para evaluar esto. El egoísmo, la especulación sectorial, la desconsideración y el ombliguismo descarado que expresa alcanzarían para rechazarlo. Pero más allá del reclamo moral, la proyección de estas actitudes permite vislumbrar una sociedad distópica, una con un futuro invivible, peor incluso que este presente áspero. 

“Con la lucha educamos”, decía uno de los carteles colgados en la puerta de la Escuela Técnica Número 20 del Directorio y Murguiondo, Mataderos. Carteles que además les hicieron hacer a los alumnos de catorce años. ¿Qué padre envía a sus chicos a la escuela para eso? ¿Quién validó estas conductas? ¿Quién otorgó a los sindicalistas ese rol de calibre de toda la política pública y le permite expresar su veredicto a través del adoctrinamiento y la bajada de línea a los estudiantes? Más bien, lo que una sociedad madura reclamaría es rendimiento profesional, dar vuelta los magros resultados de las evaluaciones, que aprendan a enseñar, que los chicos logren aprender.

El kirchnerismo insiste, entre otros personajes el ministro de Educación de la provincia de Buenos Aires Alberto Sileoni, en aquello de la “lectura con sentido”. Pero en lugar de eso debiéramos exigir que los estudiantes puedan extraer el significado de un texto, algo que todavía no sale. Ese es un verdadero objetivo de la escuela. Al sentido lo alcanzarán cuando sean ciudadanos maduros. La escuela debe proporcionar habilidades básicas para esa carrera, algo que en el país de nuestros días más que un objetivo es una quimera. A 134 años de la muerte de Domingo Faustino Sarmiento para la escuela pública planteamos, como un aspiracional, que los chicos aprendan a escribir, a leer, a resolver operaciones matemáticas básicas. Mientras tanto, en los hechos toleramos que hasta un partido de fútbol sea priorizado frente a un día de clase.

El diputado nacional Alejandro Finocchiaro presentó un Proyecto de Ley en busca de asegurar la continuidad del aprendizaje y todos los demás derechos que protege la escuela. De aprobarse, la norma obligaría a cumplir estrictamente y de forma presencial el calendario escolar. Si una contingencia impidiera el proceso educativo durante alguna jornada, esta debe ser recuperada obligatoriamente durante el receso invernal o en diciembre. Incluso prevé, en el caso de un paro o huelga docente, el accionar de guardias (compuestas por el  50% personal directivo, docente y auxiliar del mismo establecimiento) para sostener, al menos mínimamente, el proceso pedagógico. Probablemente no sea suficiente para recuperar tanto terreno perdido, pero luce como un buen intento para romper la inercia decadente.

Como en casi cualquier dimensión humana, en este campo conviven aspectos concretos con planos simbólicos. Nuestra sociedad, en el encuadre de la cuarentena, recuperó antes que las clases presenciales los partidos por la Copa Libertadores y los casinos. El patético de Isasi (entre otros colegas sindicalistas) respira esa lógica, la misma que animó a muchos funcionarios provinciales y nacionales.

Aunque desalentador, el panorama no es definitivo. El plano simbólico, cultural, es móvil pese a que en ocasiones la velocidad parezca insuficiente. En parte, recaerá en cada uno de nosotros empujar ese carro. Cuesta encontrar, si es que existe, algún tema más importante entre todos los déficits que padecemos.

La hipócrita progresía vernácula ha concebido una educación pública profundamente excluyente. Una que expulsa a sus alumnos (tratados como audiencia cautiva de un sistema gremial y político) de un mañana desarrollado. No tenemos permiso para soñar con un país libre e igualitario, habitado por ciudadanos plenos que piensen en progresar, en lugar de individuos que intentan sobrevivir en la pobreza, sin cambiar de plano esta tristísima realidad.

*Alejandro Perandones es periodista y analista de comunicación.

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