Incendios

"El fuego es desesperante": así es la lucha contra los incendios en Corrientes

"Tenemos el 95% del campo quemado", dice Cecilia Mosqueda, productora agropecuaria de Ituzaingó, Corrientes. La provincia atraviesa una sequía histórica y cerca del 5% del territorio se incendió en las últimas semanas provocando grandes pérdidas al sector productivo.

Florencia Rodríguez Petersen
Florencia Rodríguez Petersen lunes, 14 de febrero de 2022 · 17:12 hs
"El fuego es desesperante": así es la lucha contra los incendios en Corrientes

"Es horrible. El fuego es desesperante", dice Cecilia Mosqueda. Es veterinaria. Nació y creció en Ituzaingó, Corrientes, donde su familia tiene un campo de 2000 hectáreas. "El Bagual", a pocos kilómetros del casco urbano, llega hasta los esteros. "Hay una sequía increíble", comenta y agrega: "Ya debe hacer tres meses que no llueve. La última vez que llovió fue en noviembre. Si había algo que siempre sobraba era agua, pero ahora estamos por quedarnos sin agua". 

"Hay un cruce en el que uno podía hasta nadar, pero ahora el agua no llega ni a la cintura", comenta pensando en campamentos que hizo con amigos en el campo, durante su juventud, recorriendo los esteros en canoa y la parte seca del campo a pie o a caballo. Toda su vida está ligada a ese lugar, incluso decidió hace años seguir los pasos de su padre y repartir su tiempo entre la veterinaria y la producción agropecuaria. Esto hace su relato aun más doloroso. Se quiebra al decir que ya no queda nada. "Sólo se salvó la casa, alguna aguada... El resto se quemó todo". 

Y todo fue de repente. "Estaba en Ituzaingó, un día al mediodía, tenía clases y cosas que hacer cuando mi papá, que ya tiene 80 años, me llamó para decirme: 'Ceci, vino Juancito -el capataz- y me dijo que el fuego está enfrente de nuestro campo y va a pasar en cualquier momento al nuestro'. No pasaron ni 10 minutos y le mandaron un mensaje a Juancito para avisarle que ya había cruzado", relata y sigue: "Salí urgente para allá. El fuego había entrado. En media hora ya era una llamarada que llegaba a cinco metros. Me dí cuenta de que no podía hacer nada para frenarlo. Sólo podía hacer un cortafuegos", dice.

Su tono cambia para relatar la parte más "operativa" de esa jornada fatídica. "Fui con el tractorista y con Juancito. Papá se quedó en el pueblo porque ya está grande y todas estas situaciones lo superan. Se quedó esperando que todo se perdiera", lamenta. 

Una vez en el campo, fue a lo del vecino a quien también se le estaba quemando el pastizal. "Agarré su rastra y su desmalezadora y nos fuimos a buscar combustible. Hicimos un cortafuegos para esa forestación que ya estaba siendo arrasada por el fuego, hicimos toda la vuelta para que l fuego no entrara a la casa. Eso fue al mediodía y a la tarde ya estaba el fuego casi terminando la forestación", dice.

En ese tiempo pensaron una nueva estrategia. "Hicimos un fuego controlado, alrededor de la casa, para que se junte con el que venía. También empezamos a hacer un cortafuego del lado del estero pero se pinchó una rueda del tractor, que era del vecino, y no pudimos seguir. Ahí nos desesperamos. El fuego nos venía por detrás, por el estero, y por delante, por la forestación. Decidí salir con la camioneta tirando el tractor. Se rompió la rueda, pero lo salvamos del fuego", comenta. 

"Cuando ves el fuego, solo podés calcular cuánto van a tardar en llegar las llamas a los lugares para tratar de hacer un cortafuegos", dice y agrega que si bien puede saber cuánto terreno se quemó, aun no puede calcular las pérdidas en la producción. "Ese día, cuando llegaba al campo, había un caballo que estaba atado al alambrado. Lo desatamos y lo llevamos a otro lado. Al día siguiente me enteré de que había muerto por el humo que había inhalado antes de nuestra llegada. Y vacas hubo un montón que no tuvieron para donde correr y se incendiaron", lamenta. 

Una vez más la asistencia del gobierno fue inexistente o insuficiente. La localidad de Ituzaingó ya fue declarada en emergencia agropecuaria, por lo que Mosqueda, al igual que otros productores del a zona, tiene la esperanza de que en algún momento llegue una ayuda.

"Los bomberos no vinieron nunca", dice Mosqueda. Sin embargo, no los culpa. Al contrario. Cuenta que ese mismo día había tres focos de incendio cerca del centro. "Y eso era más importante: tenían que cuidar que el fuego no llegara a la población". 

Cuando por un lado parecía que todo estaba bajo control -si es que cabe la expresión en un incendio forestal-, el fuego empezó a quemar el campo por otro sector. "Allá, al fondo, nos entró y quemó todo", recuerda Mosqueda casi visualizando las llamas en el horizonte. "El incendio fue avanzando. El fuego no para. De pronto parece que va a parar pero sigue. Humea y al rato el fuego arranca de nuevo. Una llamita que hay abajo sigue prendiendo todo", dice. Y agrega: "Sólo queda esperar... La seca sigue, cada vez hay menos agua en el campo. Y en el pueblo hay un olor a humo terrible. Todo el día. Todos los días hay un incendio nuevo", concluye con dolor, cansancio y, aun así, una llamita de esperanza. 

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