Día contra el acoso escolar

Bullying… ¿por dónde empezamos?

¿Sabemos realmente a qué nos referimos cuando hablamos de bullying? Si buscamos en el diccionario la definición que aparece es: acoso físico o psicológico al que es sometido, de forma continuada una persona.

Lucrecia Sáenz de Santa María jueves, 3 de noviembre de 2022 · 14:33 hs
Bullying… ¿por dónde empezamos?

Me pareció sumamente importante arrancar por la definición para poder trabajar sobre el verdadero significado y saber a qué nos exponemos con esta palabra tan inmensa y tan temida hoy en día. Si analizamos la definición, podremos notar que no a todo lo que se está expuesto hoy en día es bullying propiamente dicho, pero si situaciones que pueden devenir como tal si no son trabajadas a tiempo, y con el debido respeto y cuidado. Muchas de las situaciones son agresiones físicas o verbales, cargadas, malas contestaciones, pero en si no implican hostigamiento, aunque, sin inaceptables.

Nos encontramos en un momento en el cual se dan como aprobadas, se avalan infinidad de situaciones que no son adecuadas ni fomentan una sana relación: malas contestaciones, agresiones físicas y verbales, cargadas, etc. Tomamos como válidas ciertas cuestiones que son inadmisibles y que pueden ocasionar muchísimo daño. Nos ha pasado infinidad de veces que viene un hijo y nos dice: "Rochi me dijo tarado" o "Julieta me cargo porque soy petiso“ y nuestra respuesta es, reíte, decile algo que a ella o a él no le guste. Paga con la misma moneda, ojo por ojo diente por diente…

Las agresiones pueden ser tanto físicas como psicológicas o verbales, que tienen que ver con lo que se dice, ambas son terriblemente ofensivas y terriblemente graves para los implicados, estamos acostumbrados a enseñarles a nuestros hijos que la violencia verbal está bien, que se pueden defender de la misma manera, que cargar no es malo y que reírse de otro menos. Nosotros mismos lo hacemos. El bullying empieza en casa, empieza con los adultos, nosotros mismos vivimos haciéndolo sin
darnos cuenta. Estamos continuamente fijándonos en la vida del otro, no me canso de escuchar cuando voy a algún lado, por ejemplo en una playa, amigas diciendo: “Mira cómo se puede poner esa bikini, se le ve todo”; “mira cómo hizo tal cosa”.

Vivimos juzgamos a los demás, por la vida que lleva, por su pareja, como cría a los hijos, como se viste, como habla, etc, entonces, ¿cómo le voy a enseñar a un hijo que no haga bullying si yo mismo vivo haciendo bullying? Tengo cuatro hijas en edad escolar y las 4 viven situaciones de destrato, de agresión, de situaciones de dolor frente a otros compañeros. Tal vez no siempre hacia ella, pero si lo viven. Situaciones en las cuales compañeros llaman a otros como “tarado” los cargan por sus sus elecciones, su color de piel, su estatus social, al club al cual pertenecen, etc.

Entonces cuando hablamos de bullying empecemos a pensar que hacemos nosotros. Porque es muy sencillo juzgar a los chicos, juzgar lo que están haciendo sin detenernos a pensar en que hacemos nosotros como papás. Reflexionemos primero sobre nuestra propia conducta y ahí podremos empezar a trabajar a través de ellos. Somos sus espejos, ellos se ven en nosotros y aprenden con el ejemplo más que con la palabra.

Por otro lado me gustaría profundizar en los agentes que intervinientes en el bullying. Tenemos tres agentes: el agresor, aquel qué realiza la acción; la víctima, el que recibe la acción; y el testigo, aquel que ve todo pero no es capaz de hacer nada. Es importante analizar esto y darnos cuenta que las tres son personas que sufren, el agresor, porque para tener esa conducta implica que hay algo que no está pudiendo resolver o trabajar; la víctima, porque no puede defenderse y no puede decir basta hasta acá llegué y el testigo, porque tiene temor a también ser víctima.

Los tres implicados ameritan la atención y mucho aprendizaje, el agresor necesita atención, cuidado, ojos que los miren, y una guía atenta que le muestre lo que está bien y lo que está mal, la víctima necesita poder ser más segura, poder decir NO, poder tener confianza en ella misma y no temer. El testigo, al igual que la víctima, necesita más seguridad, más confianza y no tanto temor, a las tres hay que acompañar y fortalecer. Intentemos no juzgar ni señalar con el dedo, sino ayudar empáticamente y empezar nosotros a cambiar la mirada y forma de actuar.

Si queremos cambiar el mundo empecemos desde casa…y el efecto se ira contagiando.

* Lucrecia Sáenz de Santa María. Psicopedagoga – Especialista en Crianza
@mejumaro.crianza.
mlsantamaria@gmail.com

 

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