Mil y un relatos

La ansiedad, la paciencia y la confianza

En tiempos en que el “llame, logre o tenga éxito ya” nos invade, hay una salida que lleva a la autoconfianza y a la sabiduría de que lo que nos conecta al corazón, tarde o temprano, llega.

Diana Chiani sábado, 5 de junio de 2021 · 08:20 hs
La ansiedad, la paciencia y la confianza
Foto: Shutterstock

Por Diana Chiani / Comunicadora. Coach Ontológico Profesional  IG:@milyunrelatos Correo:escribime@milyunrelatos.com

Entre todas las maneras en que he podido definirme, el ser ansiosa nunca estuvo en mi lista. Cuando otros hablaban de ansiedad, que puede implicar querer que las cosas pasen antes de tiempo, jamás me sentí identificada con esa emoción tan de estas épocas.

Pero hasta no poder ponerle un nombre o una palabra a lo que nos atraviesa, no podemos intervenir de ninguna manera. Por eso, hace un tiempo casi me quedo muda al darme cuenta de que mucho de lo que me molestaba se debía a la ansiedad. Y no hablo solo de comer a 10.000 por hora, desesperar porque internet  tardó un segundo más en cargar o a que se hagan interminables los dos minutos en que el microondas tarda en calentar el agua para el té.

Sino que también me pregunto cuánto tiempo pasamos diciéndole a otros –en especial a nuestros hijos chicos- que aprendan a esperar, que tengan paciencia y que no tenemos mil manos al tiempo que corremos buena parte del día como si de verdad las tuviéramos, como si se nos jugara la vida entera en la celeridad y cantidad de todo lo que hacemos y sucede.

Ni hablar de cuando despotricamos porque debemos repetir lo que dijimos y no podemos esperar, porque todo tiene que ser para ya o “para ayer”. ¿Cuántas veces pedimos lo que no damos? ¿Cuán dispuestos estamos a ser pacientes o a aguardar 10 minutos sin que el enojo nos invada? ¿Cuánto confiamos en que el otro hará lo que le toca sin que nosotros estemos detrás respirando en su nuca? Y, sobre todo, qué confianza tenemos en nuestras capacidades para lograr lo que queremos.

Creo que la ansiedad se relaciona, en parte, con la baja capacidad para esperar resultados que implican procesos que no podrían darse jamás de un momento para otro o –lo que es peor- necesitan de un tiempo indefinido que no puede pactarse ni garantizarse de antemano (“controladores” abstenerse).

A medida que la confianza en nosotros se escapa, la paciencia disminuye y se aceleran los dedos al repiquetear sobre el escritorio. No me refiero  a las personas que deben recurrir a tratamientos psicológicos y/o psiquiátricos para tratar su ansiedad sino a ese cosquilleo que nos inunda cuando los resultados no llegan del modo en que los esperamos o en el momento en que creemos estar listos para ello.

Con subas, bajas y particularidades, la ansiedad nos atraviesa a casi todos. Tanto en las actividades diarias en las que la tecnología nos ha hecho la vida más fácil y más rápida –y ya hasta, aunque sea muy gracioso, aceleramos los audios de whatsapp para “no perder tiempo escuchando”- como, sobre todo, en el autorespeto  de los propios procesos a sabiendas de que cada uno tiene su tiempo y de que –aunque busquemos recetas y comparaciones en las que solemos perder- nadie es mejor o peor por ser más rápido per se.

La pregunta aquí es si estamos dispuestos a soltar la autoexigencia por sí misma así como a desprendernos de nuestros anhelos más profundos solo porque no tuvimos “éxito” a la primera de cambio. Tal vez ejercitar la paciencia y la confianza sean antídotos contra la ansiedad. Quizás otro sea confiar en nuestro corazón, sabiduría interior o instinto a la hora de elegir el camino.

Porque allí la magia no tiene que ver con que los resultados lleguen sin esfuerzo y en un santiamén sino con recorrer el sendero el tiempo que sea necesario para ver qué hay al final pero también para atrevernos a disfrutar el trayecto y los aprendizajes; aunque vengan sin garantías de devolución.

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