Construir el mundo con palabras

Si somos todos diferentes, ¿por qué pretendemos ser iguales?

En un mundo que dice valorar las diferencias, aún nos sentimos en falta cuando no tenemos o no hacemos lo que hace la “mayoría”. La invitación es darnos un tiempo para escucharnos y respetar las palabras que nos susurran desde adentro.

Diana Chiani sábado, 24 de abril de 2021 · 07:26 hs
Si somos todos diferentes, ¿por qué pretendemos ser iguales?

Por Diana Chiani / Comunicadora, editora y Coach Ontológico Profesional  IG: @milyunrelatos (escribime@milyunrelatos.com)

Evitar conflictos y “seguir la corriente” es una de las tendencias que he observado en mí, con el dolor de un alma enamorada (aún) de los grandes relatos que van contra “el sistema”. Y no es que haya sido lo mío estar al día con las modas del momento. Se trata de algo más sutil, un movimiento a partir del que todos nos vamos subiendo más o menos a un barco que no siempre nos pertenece, sin hacernos la pregunta de si eso es lo que deseamos o sin escuchar las propias señales que nos dicen que por ahí no es.

Me pregunto cuántas veces -con todas las obligaciones que la sociedad nos impone desde que somos bebés- nos damos el permiso de preguntarnos qué queremos y, sobre todo, nos atrevemos a oír las palabras que traen esa respuesta.

Es cierto que, cada vez más, esos "debería" se ponen en tela de juicio, pero tampoco es menos verdadero que –mandatos nuevos o arraigados-  todavía nos subimos a ruedas que no nos pertenecen ni anhelamos. La del consumo es una de las más evidentes.

Si “todos” tienen tal o cual cosa parece imposible primero no tenerlo y, segundo, tal vez no querer tenerlo. Y no hablo solo de bienes materiales sino de cosas tan “obvias” como 8 horas en la escuela, 20 actividades diarias para nosotros y los niños, viajar al exterior o estudiar inglés, francés y alemán para no quedarse afuera del sistema (si, ya sé que exagero un poco).

Preguntas

Como madre una pregunta constante es qué quiero que mi hija aprenda. Y no siempre me es sencillo dilucidarlo. Aún recuerdo la típica respuesta que creo que aún suele darse cuando se alegaba que todos hacían o tenían algo: “Si todos se tiran del tercer piso, ¿vos también vas a hacerlo?”.   Es que, a veces, solemos decirles a nuestros hijos e hijas que sean ellos mismos. No obstante, entramos un poco en pánico cuando se salen –por cualquier motivo- del “molde”. ¿Qué hacemos nosotros con nuestra autenticidad? 

Cada vez que me pregunto si “eso” es lo que realmente quiero, las dudas me asaltan de a miles porque supongo de antemano que si muchos piensan lo contrario, entonces yo debo estar equivocada. ¿De verdad tengo que ir a un lugar porque mis conocidos van? ¿Por qué tengo que abrazar a otro si no me nace? ¿Qué pasa si digo no cuando al resto le parece fabuloso?

¿Por qué, al fin de cuentas, pensar que hay algo malo en nuestro modo de actuar cuando no se condice con lo que hace la mayoría? No tengo esa respuesta, pero sí sé que cada uno puede buscarla adentro suyo y que la conexión con nuestro interior, con lo que nos deja en paz en ese momento, es una construcción cotidiana que tiene que ver con atrevernos a escuchar lo que nos decimos en lugar de repetirnos que no sabemos lo que queremos, que da lo mismo una cosa que la otra o que si todo el mundo lo hace tan malo no debe ser.

La “responsabilidad incondicional” es actuar en coherencia con lo que sentimos y valoramos (siempre sin dañar al de al lado).

Eso es lo que me da paz aun cuando, pese a que me encantaría, no tengo el control de todo, no alcanzo el resultado deseado o me permito luego cambiar de opinión porque me di cuenta de algo nuevo.

Asumir el color, la palabra o el matiz propio tiene que ver con validar de verdad que somos diferentes en medio de una humanidad compartida y que eso nos enriquece si damos el permiso para que eso pase.

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