Pequeño y hermoso milagro detrás de esta ventana de Chacras de Coria
Hace unos meses, publicamos una nota sobre una familia de Chacras de Coria que perdió todo lo poco que tenía, incluyendo la casa, tras un incendio. Ahora te contamos cómo cierra esa historia, que es nuestra.
Unos cables pelados junto a unas cortinas desataron el infierno en el rancho de los Morales. Los incendios son así: de la calma al tártaro no hay más que dos tarascones.
Fue el sábado 20 de junio, Día de la Bandera, a eso de las 10 de la mañana.
En la calle San Martín, frente a la bodega Weinert, Chacras de Coria, las llamas se entusiasmaron y a los pocos segundos ya ardían de lo lindo, un espectáculo impresionante: allí, aunque todos están emparentados, en cada pieza vive una familia.
Liliana justo había salido y, de sus cuatro hijos, un par de niñas aún dormían. Una de ellas huyó entre el humo, pero Beatriz –la más pequeña, de 5 añitos– se paralizó al ver su perrita paralizada debajo de la cama. La tía de la pequeña, que vivía en la pieza de al lado, desafió el desastre, se metió a la pieza y la sacó, salvando la vida de la niña, que ahora tiene nueva mascota.
En pocos minutos, el fuego no sólo masticó todo, sino que dejó la endeble construcción mixta en un estado de inhabitabilidad manifiesto.
Entonces, publicamos una nota en Mdz para pedir ayuda.
De ahí en más, montamos un operativo en todo el Gran Mendoza, en coordinación con el generoso amigo Alberto Cabanillas, dueño del diario Correveidile, y con activa participación de la Municipalidad de Luján, que cumplió un rol decisivo. Los lectores de Mdz comenzaron a hacer lo suyo: hubo donaciones de todos los departamentos del Gran Mendoza: materiales, electrodomésticos, muebles, ropa y calzado, caños, rollizos, comida, asesoramiento profesional, juguetes y útiles escolares, de todo.
Hubo tantos gestos hermosos, que sólo detallaremos algunos: la señora de Chacras que donó una gran heladera que guardaba para el casamiento de su hijo, el que mandó dólares desde USA, los que prestaron sus camionetas para traslado, las maestras de la escuela de los niños haciendo sus colectas, la que donó todo lo que sus hijos, ahora casados, ya no necesitan, los electricistas que ofrecieron sus manos, la empresa constructora que dijo vengan muchachos y elijan, el que compró un inodoro y los que donaron tres juegos de grifería, el que llevó su ventana en su camioneta, la que juntó plata entre sus compañeros de trabajo, el que llevó ladrillones y cemento, en fin, los tantos que hicieron que los granos de arena se convirtieran en una cadena de montañas.
Entonces, fue momento de tirar abajo las paredes de adobe y los techos calcinados. Y fue momento de levantar una nueva casa, tal como se hizo y en lo que jugó un papel trascendental la propia familia, encargándose de la mano de obra, y la comuna, siguiendo los avances: “Nosotros seguimos el proceso con visitadores sociales y entrega de materiales, toda vez que se cumplían las etapas de avance de obra. Es lo que hacemos habitualmente y corroboramos que se llegue a buen puerto”, comenta Stella Huczak, secretaria de Desarrollo Humano de Luján.
Ahora, los Morales siguen viviendo una pobreza semejante a la que los constituyó siempre, pero, bueno, al menos, tienen un hogar antisísmico y, en cada pieza, cada familia tiene lo necesario. Incluso los niños tienen ahora un baño privado.
“Estamos muy agradecidos con todos. Ahora, cada grupo está equipado con su heladera y las otras cosas. Tenemos muebles, ropa y útiles y hay gente que sigue viniendo a ayudarnos con algo de comida. Queremos darles las gracias a todos”, suelta Liliana, la más comunicativa de la familia, quien, aún así, no dirá mucho. Así pues, imaginen ustedes lo que los Morales sienten.
Por ahora, no hay mucho más que hacer allí, atrás de esa ventana donde ahora hay flores.
Mendocinas y mendocinos de muy distintas condiciones sociales lo hicieron posible. Nadie, nadie, quiso que sus nombres figuraran y así lo respetaremos. Se trata de gente que sorteó de un salto, la grieta más contundente que nos atraviesa: la que hace que algunos pocos tengan muchísimo y otros muchísimos, muy poco.
Cierto es que todos tenemos más de lo que necesitamos –incluso palabras– y que nos cuesta desprendernos, pero esta vez, al menos, no fue así. Los pequeños prodigios existen.
Esta historia tiene un final feliz, aunque el contexto de carencia persista. Cuenta de un pequeño milagro construido a partir de lo que muchos tenían a mano y se animaron a "soltar" (esa palabra tan de moda en las conversaciones existenciales de los cafés y de los chats). La vida seguirá siendo dura, pero un poco menos dura, gracias a los que soltaron.
Ahora, luego de muchos meses de contacto, dejaremos que los Morales sigan solos remando con sus vidas. Veremos, entonces, qué hacemos con las nuestras.
Ulises Naranjo (texto y fotos).