Apuntes de siembra

El huracán del enojo: ¿Cómo acompañar los berrinches de los más chiquitos?

Entre los padres de niños pequeños, aparecen constantemente las inquietudes sobre cómo manejar la ira de sus hijos, sobre todo en el momento cumbre de su explosión. Creen que poco pueden hacer para evitar estas escenas, y mucho menos, una vez que se desató la tormenta, lograr que se terminen.

Lic Magdalena Clariá y Mercedes Gontán domingo, 31 de octubre de 2021 · 07:18 hs
El huracán del enojo: ¿Cómo acompañar los berrinches de los más chiquitos?
Foto: Pexels

Sin embargo, como adultos, podemos acompañarlos en la gestión de este embroncado sentimiento, que forma parte de las emociones básicas y que los acompañará a lo largo de toda su vida.

Las razones por las cuales un niño pequeño se enoja son de las más diversas, y las encontramos de toda magnitud. Mi hermano no me presta el juguete, me serviste en el vaso rosa y yo quería en el violeta, quiero ver un ratito más de tele, no quiero irme a dormir, no quiero comer verduras, no me quiero bañar, cómprame esto y aquello, yo me quería sentar en ese lugar de la mesa, y cuántas otras se les ocurran a ustedes.

Sabemos que cada niño es único e irrepetible, y tal vez algunos de ellos, puedan manejar sus broncas con más equilibrio, sin llegar a provocar estas batallas campales, mientras que por otro lado, encontramos algunas personalidades que tienen una característica más explosiva.  Más allá de los estilos propios de cada uno, es bueno recordar que también impacta en su manera de transmitir su bronca, el ciclo vital en el que se encuentran.

Los niños más pequeños suelen expresar a través de una rabieta aquello que no pueden poner en palabras por las limitaciones propias de su edad. Poder comprender lo que me enoja, y mucho más aún saber expresarlo, requiere un entrenamiento, que se va dando de a pequeños y firmes pasos a lo largo de su crecimiento. Como padres, somos testigos privilegiados de este aprendizaje, y tenemos en nuestras manos la posibilidad de acercarles las herramientas para intentar lograrlo.

Horacio y Marta ya eran padres de dos hijos cuando llegó a la familia Camila, la más chiquita que vino a revolucionar la casa. Hoy Cami tiene 6 años, y ya recibió de parte de sus padres y hermanos todos los apodos de inclemencias climáticas y accidentes geográficos que podemos imaginar: huracán, tsunami, volcán a punto de explotar, entre otros. En sus primeros meses ya se hacía escuchar, y tanto sus papás como sus hermanos, estaban ahí, al pie del cañón, para satisfacer sus necesidades inmediatamente. Claro que se fue complejizando la cosa, y aunque ellos querían, en ocasiones, no podían “darle todos los gustos”. Las reacciones de Cami también empezaron a volverse más difíciles, y entre todos no encontraban la manera de ponerle freno a esta avalancha, que parecía estar arrasando con la paz de esta familia. Sin quererlo, y casi instintivamente, empezaron a manejarse en casa como si fueran parte de ese famoso jueguito “buscaminas”, deslizándose por cada situación, con la mayor delicadeza posible, y cruzando los dedos a cada paso para no presionar el “botón rojo oculto”, que activaba la bomba. “Ponele el plato de la Sirenita”, recordaba la mamá al encargado de poner la mesa, “Dejala bañarse primero porque si no se arma”, les suplicaba el papá a los hermanos. Y así infinitas ocasiones, hasta que claro, en algún momento llegaba el tan temido “No Cami, eso no se puede”, o simplemente sin entender cómo, algún miembro de la familia, en el andar, tropezaba y caía sobre la tan temida mina. “¿qué hiciste?, por qué se enojó ahora?, se reprochaban unos a otros.

A lo mejor, sin llegar a la situación vivida por esta familia, pero todos nosotros tenemos alguna experiencia de haber vivido alguna de sus escenas. Y en el largo plazo, seguramente pudimos comprobar que el camino de “evitar el enojo”, no parece ser el más eficiente. Por un lado, porque a pesar de los esfuerzos sobrehumanos, siempre vamos a “fallar”, porque justamente cualquier cuestión, hasta la más pequeña, puede desatar el huracán del enojo, y por el otro, porque en definitiva, intentar evitar esta emoción, sería como tratar de ponerle la tapa a presión, a una olla con agua a punto de ebullición.

¿Qué podemos hacer?

  • Desde muy chiquitos, validar sus sentimientos.

Desterrar de nuestro piloto automático de respuestas el famoso: “No te enojes”, y reemplazarlo por el “veo que estás muy enojado, ¿Cómo puedo ayudarte?”

  • Modelar con nuestras palabras y gestos.  

Si cada tanto nosotros mismos explotamos de enojo y gritamos o tenemos malos modos, estamos de alguna manera avalando esta manera de actuar, y no podemos esperar algo distinto de quienes nos rodean que están tan pendientes de nuestras acciones y reacciones.

Basta caminar unas cuadras por cualquier ciudad para percibir lo enojada que está la gente, el ambiente está “caldeado”, más allá de la ola de calor que tuvimos estos días. Gritos impacientes, insultos, reacciones desmedidas. Y ahí debajo, están los chicos, observando como en el mundo adulto, gestionan las cosas que los enojan. No perdamos la oportunidad de mostrarles que, a pesar de la injusticia o frustración que nos haya provocado el enojo, podemos tener una mirada que supere la queja, y construya desde la acción.

  • Grabar a fuego la premisa de que no deberíamos lastimar a ninguna persona ni romper ninguna cosa al expresar nuestro enojo.

Enojarse no está mal ni es malo, lo importante es qué haremos con ese enojo.

Sin quererlo, vamos normalizando los contenidos violentos que consumen los niños desde cada vez más temprana edad. No sorprende entonces, ver la violencia con la que manejan los altercados en cualquier patio de escuela. Ninguna causa de nuestro enojo, es justificación para hacerle daño a alguien o romper algo, de manera intencional.

Nuevamente, siempre nos están observando, y aunque ese adorno que estaba en el living era viejísimo y a nadie le gustaba, no hay razón alguna para revolearlo para descargar nuestra ira, así como tampoco para dar violentos portazos, o gritar desaforadamente.

  • Ayudarlos a identificar qué los enoja, y acompañar esa frustración.

Aunque no podamos “satisfacer el pedido”, podemos ayudarlos a tratar de poner en palabras, escuchando más y hablando menos a medida que crecen, haciendo juntos tormentas de ideas sobre lo que creemos puede haberlos enojado.

  • Anticipar

Cuando decimos anticipar, no nos referimos a evitar el enojo, como intentó infructuosamente la familia del caso de hoy, sino a poder conversar con ellos, antes del momento del enojo, preventivamente, ayudándolos a descubrir qué pueden hacer para sentirse mejor.

  • Ideas para la gestión

Cada uno de nosotros, como adulto, seguramente a lo largo de su vida fue encontrando las estrategias para gestionar su enojo. A algunos puede servirles para calmar las aguas una caminata, un café, unas horas en soledad, a otros escribir, escuchar música, saltar, correr, acostarnos en la cama, un abrazo, distancia, llorar, leer, cantar, y tantas otras opciones.

De la misma manera, los chicos pueden descubrir sus aliados a la hora de vivir sus momentos de enojo. A medida que crecen tendrán más protagonismo en esta elección, y de más chiquitos, podrán decidir entre distintas opciones que les vayamos dando nosotros los adultos. Lo que es seguro, es que cuando llegue el momento crítico, esto ya va a haber estado planeado, y entonces será mucho más fácil sobrellevar la situación. No es magia, pero ayuda.

  • Mirada de los otros

Cuando decimos berrinche, todos nos imaginamos un chiquito tirado en el piso en medio de alguna góndola de supermercado. Pensemos un poco en esta escena:

Si nos tocó vivirlo alguna vez como papás, seguro aún sentimos esas miradas inquisidoras, que superaban la cantidad de gente en el negocio, y que para nosotros eran como millones de ojos contemplando el espectáculo que estaba montando nuestro hijo. “No te da vergüenza”, hemos dicho alguna que otra vez, sin reconocer que en realidad la vergüenza la sentíamos nosotros, por el veredicto de los espectadores “Mirá a ese chico, que malcriado, yo si fuera la madre……, yo si fuera el padre….. “.

En caso que la explosión de la ira ocurra en un lugar público, a lo difícil de lidiar esta situación, se suma este sentirnos observados que complica aún más las cosas. Sabemos que es un desafío concentrarnos en nuestro hijo, y olvidarnos por un momento de los que nos rodean. Pero vale la pena intentarlo, porque seguramente de esta manera, el pequeño o la pequeña, notará que tiene toda nuestra atención, y así se sentirá más contenido.  Por el contrario, si nos nota “distraídos” en miradas ajenas, podría llegar a poner más intensidad aún en demostrar su enojo. Olvidémonos del público por un rato, y ellos también lo harán.

Cuanto más chiquitos, más difícil expresarles con palabras, y más corporal deberá ser nuestra respuesta. Podemos intentar con un abrazo, aunque algunos chicos prefieren distancia y debemos respetarlo. La clave es hacerles ver que estamos ahí para acompañarlos. Y si de nuestra boca van a salir reclamos y retos que van a echar más leña al fuego, más vale mantenernos callados, y ser firmes con lo que decidamos. Salir del lugar puede ser una buena opción, anticipándoles que vamos a retirarnos, llevarlos de la mano con decisión, pero de manera cariñosa.

Pensemos un momento si cuando algo no sale como esperábamos en el trabajo o con un amigo o pareja…que me “reten” y recuerden lo que hice mal, ¿me ayudaría a sentirme mejor? ¿A calmarme y pensar una solución? Probablemente todo lo contrario…apliquemos el mismo criterio con nuestros hijos.

  • Decidir sobre nuestras propias acciones.

Los chicos no reaccionan en ocasiones de acuerdo a nuestras expectativas, y eso no lo podemos cambiar, sin embargo, podemos tomar decisiones claras sobre lo que nosotros podemos hacer.

Sin intención, nuestro comportamiento se vuelve el combustible que hace aún más ardiente la fogata del enojo. Por eso, descubrir cuál puede ser nuestra mejor actitud, también será un trabajo artesanal de cada padre y cada madre.

Y como aconsejan las expertas en Disciplina Positiva Jane Nelsen y Lynn Lott: “Mantenga su barco fuera de la ráfaga de viento mientras explotan, y de esta manera no lograrán mecer su barco.”

Pero alejarnos un poco de la correntada, de ninguna manera significa dejarlos solos, niños y adolescentes necesitan nuestra presencia, y por eso estamos acá y permaneceremos acompañándolos a gestionar su enojo, en definitiva, a seguir creciendo.

 

*Magdalena Clariá es Licenciada en Psicología y Mercedes Gontán, abogada, Mediadora y Orientadora Familiar. Juntas hacen Apuntes de siembra

Archivado en