Apuntes de siembra

"Los hermanos sean unidos": un viaje al vínculo fraterno

Son fundamentales en el desarrollo de las personas. A veces, nuestros peores enemigos. En general, nuestros aliados perfectos.

Lic Magdalena Clariá y Mercedes Gontán domingo, 8 de agosto de 2021 · 17:26 hs
"Los hermanos sean unidos": un viaje al vínculo fraterno
Foto: Planeta Mamy

Una humorista gráfica que nos gusta mucho (Adrienne Hedger) retrata a la perfección en una de sus tiras la convivencia en la infancia con hermanos. Se ven dos niños en un sillón, sentados a la mesa, o en el auto, y los diálogos nos suenan tremendamente familiares: “Mamáaaaaa!! ¡María me está mirandoooo!”; “Mamáaaa, él me copia!!” (por lo bajo se escucha una vocecita burlona “Él me copiaaaa”); “Papáaaaa, se sentó en mi silla, esa es MIA!!!!” (al lado hay otra silla exactamente idéntica); “Me está tocando con su dedo sucio!”; “Respira mi aireeeee!!!”

Y podríamos seguir eternamente sumando las frases que nosotros mismos escuchamos en casa, de nuestros hijos, o momentos que todos hemos vivido en carne propia ya sea como hijos o como padres. 

Discusiones que ahora nos parecen absurdas y hasta motivo de risa, pero que los protagonistas viven como de vida o muerte. Y a los pocos minutos u horas, por ahí con alguna palabra o golpe mediante, las cosas retoman mágicamente su curso normal y pueden estar riendo a carcajadas o compartiendo una actividad como si nada hubiera pasado.

La rivalidad fraterna (rivalidad entre hermanos) existe desde siempre. Caín y Abel, Zeus y Hera, Rómulo y Remo, las hermanas Bolena, Venus y Serena Williams, Los príncipes Harry y William de Inglaterra, mis hermanos y yo

Desde el momento en que nace un hermano se despiertan en el hijo mayor una variedad de sentimientos, la mayoría de nivel inconsciente: “¿No era yo suficiente para mis padres?”, “¿Tendré que compartir su amor, o competir por él?”, “¿Nunca seré capaz de llenar las expectativas de mis padres y aquí llegó éste a pisarme los talones?”.

Pero al mismo tiempo sabemos que los hermanos son escuela de vida. Con ellos damos los primeros pasos en la “pequeña sociedad” de nuestra familia, que luego pondremos en práctica en la gran sociedad del mundo externo. Aprendemos a negociar, a defendernos, a aliarnos y hacer causa común, a compartir, a discutir y pelear, a imitar, a divertirnos y ser cómplices de travesuras, a cubrirnos o delatarnos, a admirar cualidades en otros, a competir, a ganar y a perder. Cuando no tenemos hermanos, a veces un primo o un amigo muy cercano va ocupando este lugar de ser nuestro compañero de ruta. Aprendemos empatía, confianza, cariño, apoyo, amor incondicional. 

Carlos trabaja en la empresa familiar desde que terminó el secundario. En el último brindis de fin de año, lo tomó por sorpresa el discurso de su padre, en el que anunció su retiro. Siempre supo que ese momento iba a llegar, pero evidentemente no estaba del todo preparado para que sucediera. Su hermana Alicia, en cambio, intuía las ganas de descansar de su papá, y se alegró mucho con la noticia. Carlos y Alicia venían trabajando juntos desde hacía años. Habían tenido varios encontronazos, que se resolvían rápidamente con una visita al despacho de papá que les daba la mejor solución.

Este primer año solos, los conflictos no tardaron en aparecer, y ambos se sentían bastante perdidos por no poder golpear la puerta de la oficina de papá, pero sobre todo por no escuchar de sus labios la solución. Por consejo de unos amigos, consultaron a una mediadora. Al principio, ambos intentaron que la sala de mediación hiciera las veces de oficina de papá, y buscaron en este tercero la solución para su conflicto. De a poco, se fueron dando cuenta que ellos mismos tenían que ir descubriendo los intereses del otro, y compartir los propios, y con creatividad, alcanzaron acuerdos que nunca hubieran imaginado. 

Como padres, nuestro gran desafío será acompañarlos y alentarlos a resolver ellos mismos sus conflictos.

Los enfrentamientos entre hermanos tienen sus distintas versiones en cada familia: chiquitos que tironean por un juguete, adolescentes que se disputan el control remoto, discusiones profundas entre adultos. Sin quererlo, a veces los padres además de ser espectadores, nos involucramos como jueces en estas disputas o peleas, motivando ciertas cualidades o renegando de otras, caemos en la tan temida comparación. Y aunque en el momento nos parezca que nuestra intervención trajo paz, de este modo hacemos que la rivalidad normal y sana entre hermanos se acentúe. 

Sin duda, nuestro gran desafío será acompañarlos y alentarlos a resolver ellos mismos sus conflictos. Desde muy temprana edad los niños cuentan con esta habilidad, que puede fortalecerse a lo largo de los años. Desde nuestro lugar, sumamos motivando las cualidades de cada uno, corrigiendo en privado, acompañando triunfos y fracasos, aprendizajes y dolores, pero sobre todo, respetando las individualidades y características propias de cada personalidad.

No importa lo que hayamos hecho hasta ahora, y tampoco cómo hayan actuado nuestros padres. Siempre estamos a tiempo de intentar trascender las diferencias y aprender a vincularnos más allá de ellas. 

Un hermano es un valioso tesoro. Es alguien que nos conoce profundamente, con nuestras virtudes y defectos, que nos ama y acepta a pesar de ellos, con quien tenemos un pasado e historia en común, intimidad y confianza. Un compañero de vida, un amigo con la misma sangre. 

*Magdalena Clariá es Licenciada en Psicología y Mercedes Gontán Abogada, Mediadora y Orientadora Familiar.

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