Opinión

De qué hablamos cuando hablamos de eutanasia: pedagogía del descarte y romantización de la muerte

El caso de Martha Sepulveda nos conmovió. La mujer diagnosticada con esclerosis lateral amiotrófica que iba a ser la primera persona en Colombia en recibir eutanasia sin tener una enfermedad terminal finalmente no concretará el proceso porque fue rechazado por los institutos científicos de su país.

Ana Mármora domingo, 10 de octubre de 2021 · 10:04 hs
De qué hablamos cuando hablamos de eutanasia: pedagogía del descarte y romantización de la muerte

Romantizar la muerte no es algo nuevo en la pedagogía de la cultura del descarte y en estos tiempos en que vivimos como humanidad donde hay ideologías que avalan que las vidas no deseadas se puedan desechar. O que si un niño será pobre entonces mejor que no nazca puesto que vivirá sufriendo.

Es que el sufrimiento siempre despierta compasión. Al final de la vida las emociones son muchas y solo la conciencia de cada ser humano puede conectar con esas dimensiones en juego: física, psíquica, espiritual. Y es innegable que las emociones ante una enfermedad son siempre fuertes.

Sin embargo, es preciso destacar que la compasión no puede ser el único criterio delimitante en los extremos de la vida: su inicio y su fin. Por eso, tal como señaló el Comité de Bioética Español en su informe sobre el debate de eutanasia en ese país:  “La compasión hacia el que solicita morir por la situación extrema en que se encuentra es una virtud y alta cualidad humana, pero no debe hacernos olvidar que atender su solicitud puede tener consecuencias en otros seres humanos o, incluso, afectar al futuro de las personas más vulnerables”. La compasión debe conjugarse de manera equilibrada con otros principios y criterios y, sobre todo, con la racionalidad, responsabilidad, prudencia, deber de no abandono y la solidaridad.

Frente a esto, cabe destacar que el mundo hace casi dos años ya no es el mismo. La pandemia del coronavirus ha puesto la vida y la muerte en primer plano. Y también ha reflejado en durísimos casos en primera persona lo egoísta que es decidir quién se salva y quién vive cuando el sistema sanitario colapsa.

Ha puesto de relieve el fundamento de todos los derechos existentes: la dignidad intrínseca de cada persona humana, que existe hasta el último suspiro. Sin embargo, fuimos testigos de la incoherencia de hablar de la dignidad y el derecho a la vida de cada ser humano mientras se legalizó el descarte selectivo de personas en nuestro país, más conocido como “ley del aborto”  llamada  de “interrupción voluntaria de embarazo” por la pedagogía del descarte.

Y ahora observamos que la dignidad no solo es vulnerada al inicio de la vida sino al final de la misma, posibilitando estos debates sobre leyes de eutanasia en algunos países del mundo. Aunque los motivos para defender la eutanasia son diversos, hay algunos que se destacan y los señala Martinez Sellés: el respeto a la libertad individual, el derecho a elegir o rechazar un tratamiento médico, la falta de calidad de vida que conllevan algunas enfermedades o situaciones y que parecieran dejar en evidencia que “vivir sufriendo” no es vivir dignamente.

Asimismo, es innegable que la muerte conjuga muchísimos interrogantes y dimensiones de la persona que exceden lo meramente físico. Los sentimientos y miedos a la muerte son normales en todos los seres humanos, porque si bien hay una certeza que es que todos moriremos, los hombres se preguntan hasta el último momento de sus vidas acerca del misterio de la muerte. ¿A dónde vamos después de la muerte? ¿Por qué debemos morir? ¿Por qué algunos mueren tan temprano e injustamente y otros llevan una vida larga? La dimensión espiritual de la persona se hace manifiesta de un modo protagónico en el final de la vida.

Por eso, es sumamente importante tener en claro de qué hablamos cuando hablamos de eutanasia. La Organización Mundial de la Salud la define como aquella “acción del médico que provoca deliberadamente la muerte del paciente”. Es decir, la eutanasia consiste en una acción (administrar sustancias tóxicas mortales) u omisión (negar la alimentación, nutrición o asistencia médica debida) sobre el enfermo, con intención de quitarle la vida. Es el homicidio por compasión. Necesariamente hay un sentimiento subjetivo de estar eliminando el dolor, porque de lo contrario estaríamos ante otras formas de homicidio.

Haciendo un poco de historia, Martínez Sellés bien señaló en su libro “Eutanasia: un análisis a la luz de la ciencia y la antropología” que “la eutanasia fue un problema social en aquellas sociedades primitivas en que se practicaba la eliminación de vidas consideradas inútiles, costumbre que estuvo admitida respecto a los recién nacidos con malformaciones o los ancianos en distintos pueblos de la antigüedad, hasta que el juramento hipocrático y la influencia del cristianismo acabó con tales prácticas inhumanas”.

No hay que olvidar que cuando hablamos de eutanasia nos remitimos a tiempos oscurísimos de la historia de la humanidad. El primero en retomar esas prácticas inhumanas discriminando a las vidas “de primera” y “de segunda” fue Hitler, quien fomentó esta práctica para todos los recién nacidos con defectos físicos y luego se creó el “Registro científico del Reich de dolencias congénitas y hereditarias graves” que hizo morir entre 5000 y 8000 niños, muchos mediante inyecciones de barbitúricos. El mismo criterio se aplicó para los enfermos mentales para quienes el Tribunal de Nuremberg estimó la cifra de 275000 exterminados.

Por eso, simpatizar con el sufrimiento de alguien es sin duda un sentimiento respetable, pero convertir la compasión en el principal determinante ético o legal no solo es peligroso en la medida que puede conducir a los peores excesos que violan el contenido esencial de los derechos humanos que se buscan proteger sino que nos vuelve una sociedad deshumanizada e irrespetuosa del propio fundamento de los derechos, la dignidad humana.

Las opciones más humanas están a la vista. La aplicación de tratamientos paliativos cuyo objetivo prioritario es el alivio de los síntomas que provocan sufrimiento y deterioran la calidad de vida del enfermo en situación terminal no es eutanasia. Por el contrario, son leyes protectoras que parecen traer un manto de dignidad y protección al derecho a vivir y morir dignamente.

Ojalá podamos anticiparnos a la pedagogía del descarte y saber exactamente de qué hablamos cuándo hablamos de la eutanasia y trabajar en las propuestas superadoras porque como ha dicho Albert Camus “Nombrar mal las cosas es añadir desgracia en el mundo”.

 

*Ana Mármora es abogada y periodista, diplomada en Derechos Humanos por la Universidad Austral. 

Archivado en