Postales mendocinas

Con ustedes, los Moreno, la familia más hermosa y noble de Mendoza

Barrio La Favorita: humilde familia con cuatro hijos que tocan instrumentos clásicos. Todos estudian y dos de ellos fueron abanderados. Creen en Dios, venden empanadas, organizan colectas y ofrecen sus manos, a cambio de que los ayudes a salir adelante. Así se vive y muere en el fin de los mundos.

Ulises Naranjo
Ulises Naranjo miércoles, 19 de febrero de 2020 · 09:50 hs
Con ustedes, los Moreno, la familia más hermosa y noble de Mendoza
La familia Lara, en su hogar de La Favorita.

"Les dejo un repertorio de tristezas. Úsenlo sólo de vez en cuando", "Salzanitos", Daniel Salzano.

 

Ha caído una tormenta en La Favorita y los techos se babean como idiotas y una brisa cálida y pegajosa del norte trae olores de jarillas y tomillos mezclados con el tufo espeso del barro podrido y de algún ordinario choco muerto, sin velorio ni sepultura.

Quién sabe, tal vez, al Cerro de la Gloria lo forestaron algunos tilingos para que no se viera lo que hay detrás: decenas de miles de familias guarecidas con chapas y tejiendo con alambres sus versiones de los días, que normalmente, ofrecen un manto riguroso de sequía y, de vez en cuando, como hoy, la ceguera de las tormentas perfora los techos y empapa los colchones.

Los niños y los perros tienen embarradas las patas y, con el agua, las callecitas, otra vez, se volvieron arroyos correntosos, brazos que al irse dejan cicatrices tumberas y cráteres lunares. Por eso, ostia maldita, debo andar con mi estupendo auto esquivando pozos de chocolate, cañadones y cañones, desembocaduras desdentadas y lagunas bobas y sumideros y basuras, ataviadas como turistas gringos, junto a las cuales, mujeres con bebés caminan vencidas, trompeadas por gorilas rubios, hasta el almacén de la vuelta, que permite el fiado, y recién te cobra el viernes por la tarde, cuando los patrones pagan en las obras.

Son demasiadas palabras, lo tengo en claro, pero, como todo es indecible en La Favorita, no queda más que intentar decirlo -aun a riesgo de utilizar los azarosos adjetivos- porque el silencio, a veces, cuando abunda y está de espaldas, más que saludable, es un candado del olvido.

Allá, en el oeste del oeste, al pie del piedemonte árido, las nubes se han abierto y la humedad es un peso pesado calle abajo y toda persona es penitente y, no obstante, todo parece moverse al son de una melodía insólita y lábil, casi imposible, pero cierta, que perseguimos: hay música en vivo por ahí y no es cumbia ni rock ni reggaetón, mi nena, mi amor, mi perra bombón. Hay una música imposible y hermosa y seguimos su rastro auditivo, como un beduino el sueño del agua.

Al fin, detengo el auto frente a uno de esos hogares obreros en los que el caldo de la tormenta ha barajado sus habituales estragos. Hay sonidos y silencios. La música, intuyo, mana de manos marrones que se posan sobre cuerdas y teclas y todo desvelo se suspende en el aire, como esas estúpidas pelusas blancas que escupen los álamos en primavera.

No me atrevo a golpear la puerta, pues suena la canción hawaiana “Somewhere Over the Rainbow” y luego “Señora chichera”, un precioso tema de Bolivia. Allí, adentro de ese hogar adentro de La Favorita, a la altura del hígado del oeste hostil, viven los Moreno, una familia muy humilde, pero digna hasta la conmoción. Ellos son, por afano, la mejor familia que Mendoza jamás haya concebido. Y, bueno, como un Cristo, nacieron, crecieron y van a morir en un establo.

No se trata esta crónica -se verá- de una consagración romántica de la pobreza, sino de un instante en una larga carrera de obstáculos con duros esfuerzos sin recompensa, pues así lucen -desde siempre- los esfuerzos de los humildes, mientras los aposentados les exigimos credenciales de santidad, inmaterialidad y sumisión, a cambio de concederles, en el mejor de los casos, un trabajo en negro, que nos proporcionará un free pass al paraíso, por ser nosotros hermosas almas pías y devotas.

Suena la música y hay que mantenerse en azorado silencio, como el de esas dos nenas del otro lado de la calle, que escuchan tras una ventana enrejada, con misterio y fascinación. Por un momento, hasta los perros se callan.

Los instrumentos ejecutados son inusitados para esa geografía, más afines a los teatros oficiales, las galas copetudas y los cumpleaños de viejas chetas con veleidades, que al folclore elemental de las villas miseria.

Allí, adentro, tras la puerta, viven sus vida los Moreno Lara. Esperamos que la canción termine, tocamos y allí están, Erica Lara (41 años), Nelson Moreno (42) y sus preciosos hijos, los músicos: Gabriel (21, contrabajo), Ezequiel (18, viola), Aixa (14, violonchelo) y Benjamín (12, flauta traversa).

Los intérpretes dejan los instrumentos -prestados- a un lado y vienen los abrazos, pues nos conocemos bastante bien. Hace unos años, hicimos una nota para este diario, cuando Ezequiel era el único músico de la familia y, gracias a la ayuda de los lectores, pudo tener su propia viola, luego de que el maestro Alfredo Ceverino donara un cuadro, que fue comprado por el abogado y poeta Carlos Vallejo. Entonces, fuimos por más: gracias a otras donaciones (de Neneka, Olga, el mismo Carlos, Diego, el fletero, la maestra y tantos otros que lamentablemente no recuerdo), la familia pudo construir un hermoso salón antisísmico de 7 por 7 metros, donde ahora mismo, los chicos tocan y nos hacen lagrimear, como amantes en un puerto, mientras tomamos mates dulces, con tortas con chicharrones que envió la abuela, para la ocasión.

Viven, como todos por aquí, como pueden: cada semana, la familia arma, hornea y vende empanadas en las barriadas y frente al centro de salud, a 180 pesitos la docena. Con eso, van tirando, además, Nelson es especialista en obras de agua, cloacas y gas y Gabriel, el mayor, consiguió hace poquito un contrato municipal y trabaja en la Nave Cultural con el equipo técnico y ahora hasta tiene obra social. Ezequiel -aquel héroe que inspiró nuestra primera cruzada- vende, por estos días, copos de nieve en festivales musicales y vendimiales y le pagan un 25% de cada venta (por eso, no ha dormido, pues volvió a casa con el sol). Erika, en tanto, la gran madre, comanda la nave Moreno Lara desde el hogar y Aixa y Benja colaboran con el reparto de empanadas y pan casero.

Los cuatro chicos estudian: Aixa fue abanderada de la primaria y entregó la bandera a su hermano Benjamín, en la modesta escuela San Antonio de María Claret, del barrio 31 de Mayo, aquí también, en La Favorita. Ezequiel terminó el secundario y debe un par de materias y otro tanto, Gabriel. Ahora, los dos mayores aspiran a seguir estudiando cuestiones predeterminadas por el contexto social, como gasista matriculado, electricista, tal vez, como mucho, una tecnicatura en Higiene y Seguridad o una en Sonido e Iluminación.

Si no existiese en nuestra sociedad una ominosa discriminación por supuestos méritos y status jerárquicos preexistentes, estos pibes podrían convertirse en arquitectos o médicos o carpinteros ebanistas o abogados o enfermeros especializados o desarrolladores de software o modelos de Vogue o astronautas o lo que les ocurriese, pues tela les sobra. Sin embargo, la vida en el oeste se paga caro, se paga con vida y lomo al sol y aprendizajes y oficios que se reciben de los mayores. Está claro que ninguno de ellos jamás podrá bajar a la ciudad, a pelear de igual a igual con nuestros hijos. Por lo mismo, muchos de los chicos de estos barrios se equivocan a veces y, como pertenecen a clases desfavorecidas, pagan muy caro sus errores.

Los Moreno, en cambio, son una especie de santos imperturbables ante las dificultades: de tanto poner las otras mejillas tienen las jetas en carne viva. Toda oportunidad la aprovechan y, por cierto, no dejan pasar esta ocasión sin agradecer a Dios, a Jesucristo y a la muni capitalina, en particular a sus profesores de la orquesta “Pequeños Grandes Musicos del Piedemonte”: Martín Vicente, Marina, Gonzalo, Noelia y Pablo. Y, también a don Víctor Ávila, un empleado municipal, que los apoya y que, por cierto, anda muy triste, porque mataron de un tiro a su nieto de 14 años, a quien le manotearon el celular y salió corriendo, lleno de pavor, con la carcasa en la mano y, bueno, los asesinos creyeron que tenía otro aparato y, bueno, ya saben, le dispararon por la espalda.

Los Moreno son muy creyentes; pertenecen a una iglesia cristiana llamada “Los Benditos de Dios” y, como si les sobraran recursos, como si tiraran manteca al techo, organizan colectas de ropas, calzados y útiles y, los fines de semana, construyen un templo con sus colegas evangelistas, en el humilde barrio Los Dos Ángeles, de Puente de Hierro, en Guaymallén.

Ezequiel ha crecido, lo conocí a los 10 y ya tiene 18. No ha perdido su timidez fundacional y, ahora, toca la viola con una naturalidad inusitada y sueña con tener además un clarinete y un trabajo estable y ayudar mejor a la familia. A su padre, se le fundió una camioneta apenas terminó de pagarla y, después, un hijo de puta de una concesionaria lo estafó y debió empezar de cero, pero ya pudo comprarse un auto usado para ir a los domicilios a hacer sus trabajos de agua, cloaca y gas y para llevar a hogares de abajo los pedidos grandes de empanadas y, si tiene nafta, para llevar a la escuela a los más chicos, que tienen que hacer varios kilómetros entre la oscuridad, la niebla y el frío del invierno y los sofocones bochornosos del verano. 

A ver, ¿por qué no ayudamos a esta familia a salir adelante? ¿Estamos dispuestos a saber qué necesitan? Bueno, no vamos a andar con vueltas, inicialmente, de todo y, especialmente, instrumentos (flauta traversa, viola, cello y contrabajo), porque los que tocan son prestados. También bicicletas para hacer los repartos de empanadas e ir a la escuela, “y atriles, por favor”, dice la hermosa y discreta Aixa y “un smartphone” dice en broma Benjamín, sabiendo que jamás pedirían tal cosa.

De a poco, con tirabuzón, casi amenazados, dejarán salir otras necesidades: un lavarropas (Erica lava a mano), un horno pizzero (el que les da sustento a la familia no da más), una heladera, una máquina de coser (para arreglar ropa que luego donarán), materiales para arreglar la casa…

En realidad, necesitan de todo: para que se den una idea, solidarios lectores, una pieza de la casa es, a la vez, cocina y dormitorio de los dos más chicos, con separaciones de madera aglomerada.

- Podemos pagar con trabajo o con empanadas o service de aguas gas o cloaca, aclara Erica y se mira las manos.

Si acaso nos quedara un resto de humanidad, de dignidad o de piedad, debiéramos ayudar a los Moreno, para demostrarles, quizás, que ese Dios al que adoran tal vez existe y, si no, bueno, aquí estamos nosotros, sencillos humanos sin superpoderes, pero con sentido de lo fraterno. Aquellos que se decidan a hacerlo, llamen a Erika (2615699529) o a Nelson (2613644835) o a diario Mdz (4413600 y preguntan por el zapallo que firma esta nota). 

Los Lara: Aixa, Nelson, Erica, Benjamín, Gabriel, Ezequiel y el perro Pitufo. 

Se hace tarde, la humedad nos refriega el hocico baboso por la espalda, las mujeres vuelven con sus papas y fideos del almacén, los chocos y los adolescentes pelotudean de lo lindo y las dos nenas siguen presas en la ventana de la casa de enfrente; ahora sí, otras músicas, menos agraciadas, llegan hasta nosotros, mientras hacemos las últimas fotos.

Ya en camino, el auto agradece la aparición del asfalto y devuelve el favor con aire acondicionado. En el Cerro de la Gloria, los deportistas son todos hermosos y saludables, las parejas se toman de las manos y los autos nos guiñan a nuestro paso, como si una deidad los estuvieran filmando.

Ulises Naranjo (textos, fotos y videos). 

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