Postales Mendocinas

El sorprendente hallazgo de "Acequias y sacachispas"

Hay obras que tienen el poder de mostrar cómo somos. Aquí, tenemos un caso hermoso, repleto de guiños a todo un mundo de valores que resisten el paso del tiempo y resignifican nuestro presente. Aplausos de pie y abrazo de gol para el culpable.

sábado, 14 de septiembre de 2019 · 10:22 hs

Hubo muy poco arte en nuestras infancias: fue uno de los precios que pagamos por ser humildes. En cambio, en aquellos barrios obreros, sobraba la cultura popular y la intemperie era un espacio que alojó a la gran familia que fuimos.

Hubo cultura, pero también hubo negación y prohibición para esas manifestaciones. Nunca esa cultura de los barrios representó un valor simbólico legitimado por los poderes de turno.

Por eso, nosotros la vivimos como algo íntimo, subrepticio, casi vergonzoso, ante los valores que nos imponían o nos negaban desde espacios más favorecidos y, claramente, más privilegiados.

Ese esquema de sometimiento de lo cultural nos indicaba que era más valioso, por ejemplo, saber inglés, oír música clásica, viajar a EEUU o Europa, tener una enciclopedia Espasa-Calpe, comer lemon pie y vestir Fred Perry o Pierre Cardin, que escuchar tonadas, cuecas y zambas carperas, fabricar volantines (nunca “barriletes”, eran volantines), peinar con hondas y chocos el piedemonte e ir la feria de Guaymallén o a comprar descartes a la fábrica de fideos Bauzá y vestir los pulóveres tejidos por madres y abuelas, que el hermano mayor iba descartando.

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Es más, antes, no hace mucho, estaba hasta mal visto ser artista: si lo eras, eras vago, irresponsable, liviano y hasta sucio, ateo y terrorista. Antes, cuando éramos niños y jóvenes, intentar ser artista era una riesgosa transgresión, una verdadera manifestación antisistema y a muchos les costó la vida. Ahora, obligamos a nuestros hijos -bajo amenazas y castigos- a que estudien guitarra o violín, artes plásticas, poesía, danza y giladas por el estilo.

- ¡¿Por qué no agarrás la guitarra, en vez de pelotudear con el teléfono?!, les decimos, del mismo mal modo que antes, nuestros padres nos pedían que dejáramos la guitarra y tomáramos una pala o nos sometiéramos al pésimo salario de los cosechadores y albañiles –y abandonáramos, consecuentemente, la escuela pública–, para que los cogotudos del centro no nos creyeran vagos y delincuentes y replicáramos así el esquema de dominación que subyugó a nuestros mayores.

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Por eso, ser artista en aquellas infancias era vencer prohibiciones, obstáculos y perezas propias, por eso, cuando el barrio paría un artista -obviamente, popular- los oyentes más osados y de buen corazón, festejaban, mientras que los más reaccionarios y ortivas, llamaban a la policía y, si había consenso, a los militares, porque para ellos siempre ha sido como un cáncer descubrir una guitarra y un libro en las manos “equivocadas”, esas dispuestas al decir con fundamento.

En ese contexto, además, el fútbol tuvo el poder de unificar aquellos mundos de lo popular y los distinguido y selecto. Sucedió así: los que pudimos seguir en la educación pública, accedimos, ya en la secundaria, a escuelas del centro en las que nos topamos con aquellos alumnos que provenían de hogares favorecidos y elegantes. Y nos juntamos a jugar al fútbol y, ni bien la pelota comenzó a rodar, todo linaje quedó allanado, todo privilegio fue anulado: el fútbol nos hizo iguales.

Así fue que, palabras más o menos, el arte popular resistió y lo sigue haciendo y surgen artistas de lo popular que se dedican a rescatar aquellos mundos que nos parieron, gentes que ponen belleza, allí donde algunos quisieron olvidos. Y esto ocurre porque el arte –cuando se compromete con lo social– es portador de dignidad, aventura e identidad.

Gustavo Maturano (foto de Rubén Sindoni).

Gustavo Maturano es fiel ejemplo de lo que hablamos. Se trata de un artista que, luego de su largo viaje, crea, especialmente, música de fusión latinoamericana. También es un artista de trinchera, con sentido de lo testimonial. Si lo escuchan verán que, en él, siempre se mezcla, con toda naturalidad, el barrio y la postura política, el fútbol y los ritmos sudamericanos, el pronunciamiento y también las baladas de amor.

Ahora, Maturano ha dado a conocer un proyecto que, desde hace muchos años, venía posponiendo. Se trata del ambicioso disco “Acequias y sacachispas”, un trabajo centrado en el fútbol y en los clubes de barrio que se hicieron los más conocidos de Mendoza. Así, todo el laburo representa un destacado y profundo rescate de las costumbres y los paisajes barriales mendocinos ligados al fútbol.

Inicia el disco –disponible, aquí, gratis en YouTube– con una canción dedicada a su amada Lepra, pues sabido es que Maturano es fanático de Independiente Rivadavia: “Corazón Leproso” abre el trabajo y dice, por ahí, “azul llevamos la sangre y leproso el corazón”.

Maturano, mediocre futbolista, pero gran músico.

No obstante, ahí no termina la pasión futbolera, sino que recién comienza, pues, luego, vienen bonitas páginas dedicadas a los clubes Deportivo Guaymallén, Boca de Bermejo, Palmira, Huracán Las Heras, Centro Deportivo Rivadavia, Deportivo Maipú y Gutiérrez Sport Club, Luján Sport Club, Atlético San Martín, Talleres Sport Club, Gimnasia y Esgrima y Godoy Cruz Antonio Tomba

Después, finaliza el trovador con cuatro canciones bien futboleras que cierran el disco: “Clásico” -que habla de los enfrentamientos entre Gimnasia e Independiente-, la “Balada del full back”, “Acequias y sacachispas” y “Canción de barrio”. 

Tómense el tiempo necesario para regalarse este viaje por aquello que fuimos y seguimos siendo, de manos de Gustavo Maturano.

Cerremos repitiendo viejas, pero necesarias sentencias: el fútbol es maravilloso, porque nos iguala, en torno a una convención que hace desaparecer las clases sociales y el arte popular es una herramienta que jamás fracasa, porque, valiente, se consume a sí misma al revelarse. Muchos de nosotros debemos al fútbol y al arte popular prácticamente todo lo que somos.

Ulises Naranjo

Posdata: Ficha técnica

Corazón Leproso fue grabado en + R - Estudios. Por Mario Sosa. Producido por Walter Sabattini. Mezcla: Walter Sabattini y Mario Sosa. Con la participación de Patricia Cangemi y la Barra Leprosa. Masterizado por Mario Sosa. Grabado en marzo 2018

Los demás temas fueron grabados en estudios Zanessi y Loop Records. Producción Musical y grabación: Fana Martínez. Piano, Bajo, Sintetizadores: Fana Martínez. Bateria y percusión: Pablo Quiroga. Todas las guitarras: Gustavo Salas. Arreglos: Fana Martínez. Mezcla y Masterización: Fana Martínez. Con la participación de : Alejandro Rotta, Cacho Baiardi, Rubén Sindoni, Carmen Lubrano. Coros: Claudio Brachetta, Miguel Sánchez, Miguel Calderón. Foto de Tapa: Rubén Sindoni. 

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