Postales Mendocinas

La extraordinaria historia de Aradia Fioravante, la Crisálida

En un puesto de montaña, conocí a Abdul Halim, el pintor solitario. Ahora, conozco a Aradia Fioravante, la preciosa pintora, talentosa y misteriosa mujer que conmueve y ratonea a medio mundo desde su hogar en Belgrano, Buenos Aires. Con ustedes, la subteniente Fioravante: la primera chica trans que es Oficial de Reserva del Ejército Argentino.

jueves, 7 de marzo de 2019 · 10:15 hs

Resulta que tengo un compadre en San Carlos, el Ricardo Funes, un tipo que, apenas conocí, supe que sería mi amigo toda la vida y tengo otro compadre, el Diego Carbonell con el que me pasó lo mismo, pero no es de esto de lo que quiero hablar, aunque con este par de cabrones organizamos, hace años, una bicicleteada desde Pareditas hasta un bello y lejano puesto en la montaña llamado “Los Toldos” y, entonces, l@ conocí.

Allí, solitario, silencioso y lleno de colores, estaba aquel muchacho Abdul, con su barba y su paleta y sus pinceles, en un retiro de colores hondo, como el cielo cuando te tumbás boca al cielo. Nos conocimos, pasamos unos días allí y, entonces, supe que su vida era un viaje: del celeste al rosa multicolor, de su padre borracho y golpeador al tibio sol de las mañanas, del punk al Islam, de los excesos de la química a los excesos de la divinidad, del new romantic al fascismo de los que leen oblicuos a Nietzsche, del fascinante trip del drag queen a la paternidad de una niña y de Alan Fioravante a Abdul Halim, de amado hijo de Allah de delicado pincel, y, luego, a esta etérea y maldita Aradia, animal sensual, pintora de Belgrano de bragas breves, que, cada puto día, ratonea de a cientos en las redes sociales y fascina a todos. 

Algunos de los rostros de Aradia.

Aquella vez, en “Los Toldos”, charlamos bastante con Abdul y recuerdo que hasta nos dibujó tocando y cantando y bebiendo en la guitarreada nocturna. Luego, al igual que a todos los sucesos del universo, lo perdí de vista y, mientras elegía yo esclavizarme en trabajos y familia, él asumía el espíritu de la crisálida y se convertía en ella y ella en muchas ellas, sin memoria.

Hace unos días, Aradia me envió una solicitud de amistad en Facebook y, sin saber quién era, su talento y su desfachatez mañanera, me llevaron a aceptarla.

- Gracias por aceptarme. Vos me conociste en Mendoza hace años

- No me acuerdo, contame

Y Aradia me contó. El resumen de su increíble existencia, esforzado lector, sería el siguiente:

Nació en 1973, su madre era pintora y su padre, artesano del cuero, borracho y golpeador. “Los primeros años fui rubia y andrógina. La gente preguntaba si era nene o nena, mi madre me dejó el pelo largo hasta los 5 años, en 1978, cuando cae presa de los militares del Proceso y estuvo 41 días desaparecida hasta que mi abuelo la recuperó”.

Alan o Aradia, junto a su padre, en 1976.

Luego, vino la lucha por encontrar su género: quería ser como las mujeres de las revistas o como las mujeres de su familia: mamá, la tía y la abuela; el único hombre era su abuelo, “un peronista de derecha, militar y policía retirado”. En su habitación, Alan se ponía el camisón de raso de su tía y bailaba: “En el espejo, veía una niña, no un niño”. Tenía 8 años y le daba igual si llegaban novias o novios, aunque, para complacer a mamá, buscó reforzar su masculinidad. “Mi cuerpo andrógino atraía miradas de los chicos y no podía evitar mirarlos también, mis piernas, mis caderas mis brazos mis manos, eran muy femeninos...”.

Alan Fioravante, adolescente, junto a su familia.

Ya a esa edad, sonámbulo o no, el niño se subía el techo, desnudo, a mirar pasar el cielo. Luego, fue más lejos y se desnudó en los médanos de Necochea: “y alguien iba corriendo a avisarle a mi madre que había un niño desnudo por allí. Era muy exhibicionista y aun lo soy, pero en la soledad y la naturaleza. Lo mismo hice en la plaza de Barrancas de Belgrano y en los bosques de Martínez, Acassuso o Tigre”. A veces, desnudo, leía a Walt Whitman y es claro: la única manera de leer a Whitman es desnudo.

Y así, entre Hojas de hierba, a los 14, iba al Jardín Botánico y, entre muchos, eligió a un señor bastante grande que paseaba su perro y se lo llevó a su departamento. El viejo, por culpa o por lo que sea, le dio dinero a cambio y Alan lo aceptó. Y así lo hizo otras veces, con otros tipos, deseosos de ese niño blanco y blando como pétalo de magnolia. Sin embargo, eso también lo cansó.

Volvió a vestirse de mujer: “Robaba las tangas a mi tía y ella me las pedía a los gritos”. La intimidad era su versión de la plenitud y la forma e imagen femenina, su anhelo, su propósito. Y se atrevió a transitar el pasillo de su cuarto hasta el baño, con tanga y calzas, y, entonces, se topó con su abuelo. Y su abuelo nada dijo, pues así, desde hace siglos, es como funcionan las revelaciones. Su madre en cambio decidió ejercer control: que no, que eso no se hace, que sos un varoncito, que quiero nietos. Sin embargo, todos veían el lento camino de la Crisálida; de hecho, tuvo sexo con un amigo de su edad y otro quiso violarlo, pero su madre lo impidió.

Alan o Aradia, junto a tres compañeras de la escuela.

¿Saben por qué es fascinante el carnaval? Porque detrás de las máscaras no nos mostramos como queremos ser, sino como verdaderamente somos. Miren si no, a Alan vestido de mujer, en el concurso de disfraces en los hoteles de Chapadmalal, en su viaje de egresados de séptimo; mírenla, mejor: se llama pupa, ese tránsito se llama pupa, el estadio por el que pasan algunos insectos en su metamorfosis, el inexorable camino de un ser hacia otro ser.

El secundario, no obstante, lo halló más masculino: la crueldad de los adolescentes hizo daño en la crisálida y buscó formas neutras, estéticas de tribus urbanas: el glamoroso New Romantic y el romántico Punk fueron estaciones válidas. Y, claro, leyó a don Friedrich Wilhelm Nietzsche, especialmente, “Así habló Zaratustra” y “El anticristo” y llegaron las drogas químicas y Carlos Castaneda y el espiritismo y los evangélicos y la alquimia y hasta los hare krishnas. Tan loco era todo que, incluso, a los 18, tuvo sexo con una mujer.

Aradia andrógina.

No hemos dicho que la Crisálida pinta, siempre pintó y, por entonces, al finalizar el secundario y ante las constantes presiones familiares, el arte fue lo que suele ser, además de arte: refugio. En particular, fue refugio de un atentado social que supera toda individualidad, todo mandato familiar, toda determinación de logro o reconocimiento y todo empeño y resistencia: el amor.

El arte, además, por supuesto, sucedió e hizo de Aradia una artista romántica, una que convirtió su propio cuerpo en bandera, su propia imagen en imaginería de sí misma. 

Aradia, en su atelier.

Pero no nos adelantemos. Contemos que cuando Crisálida se enamoró por primera vez, fue de un compañero de colegio. Tan grande era su amor que hizo lo que suelen hacer los enamorados, callar. 

- Jamás se lo dije por temor a su abandono. Esa presión era insoportable, me costaba mirarlo a los ojos. Y cuando fumábamos marihuana sentía que todo el espíritu femenino se apoderaba de mí y me avergonzaba. Lloraba a escondidas por él. Temía ver a la gente a los ojos, temía que se dieran cuenta de que internamente era una chica desesperada, atrapada. Pasé mi secundaria como un joven raro, ensimismado y solitario. Y siempre me enamoraba de hombres heterosexuales, a los que me era imposible casi decirles nada.

Entonces, siguiendo el estereotipo, hizo lo que muchos enamorados silenciosos hacen: huir, huir lejos, a la interminable Patagonia, al viento en la cara. Y, entonces, Crisálida dibujó y dibujó y su puño se convirtió en su exégeta y en su vocero. Al volver, si madre le compró un aerógrafo e inauguró una nueva etapa, la de Giger y los biomecanoides y “George Gurdjieff, la mitología y las runas nórdicas, que me iluminaron mucho y se incorporaron a mi estilo”.

Necesitaba paz, todos a su alrededor necesitaban paz. La buscó en el budismo tibetano y buscó, en el arte, despegarse de sus días: nada de él, nada de ella, decían sus pinturas.

Hacia fines de los ‘90, le llegó una cultura de la que le fue imposible substraerse: las drag queen, al estilo de las encantadoras “La jaula de las locas” o “Priscilla, reina del desierto

Aradia Drag Queen, la de la izquierda.

- Sentí que eso era lo que tenía que hacer para liberarme. Organicé una muestra de cuadros en un bar muy conocido, invite a todos mis amigos que eran muchos y me presenté como drag queen, vestida como un personaje de animé extraño y femenino, un poco torpe, pero lo importante para mí era la aceptación de mis amigos. Esa fue la primera vez, después vinieron muchas más. Conocí a las referentes drag de la noche porteña. Me fui metiendo en la creme de las discotecas de moda, exuberantes, de los 90: Morocco, Ave Porco, Pacha, la Morocha, el Cielo.

No obstante, el mandato no cesaba y Crisálida se definía como “bisexual”, para contentar a todo mundo. Y, en sus momentos epifánicos, aparecía la contradicción, pues el drag y también los crossdresser, sabrán ustedes, son exagerados, exacerbados, dramáticos en su teatralidad y hasta vacuos y frívolos y ella, la Crisálida, vinculaba su femineidad con lo íntimo, lo solitario, lo espiritual y, especialmente, lo místico. La noche drag de Buenos Aires y también la cultura gay colisionaban con su percepción de lo femenino.

Lo suyo era una consagración, apoyada en el arte, una consagración -incluso dolorosa- hacia una forma genuina y superior. Y, por supuesto, se alejó y se deprimió y retrocedió casilleros y volvió a vestirse como un hombre.

Otra vez, en versión masculina; aquí, en el Círculo militar.

Se puso de novio con una chica y, como dos lesbianas, se amaban y se maquillaban y depilaban y pintaban las uñas y hacían el amor sin género, casi sin identidad: “Fue la única mujer a la que ame de verdad con todo mi corazón, su amor me trajo luz. Deseamos tener un hijo y me fui masculinizando para poder ser aceptado por su familia”.

Entonces, se hizo sufí y se casaron por ese ritual, estando su mujer embarazada. En 2002, nació Iriel Nur, “la luz, bellísima e inteligente”. Y fueron familia y crearon libros a mano, verdaderas joyas, que eran compradas por extranjeros, por algunos pocos dólares. Entonces, fue que vivieron tres años en una comunidad de San Carlos, en el Valle de Uco, y que transitaron las estaciones colmados de espiritualidad, pero sin un mango y la familia tambaleó. Y tambaleó más fuerte.

Antes de que todo se viniera a pique, Crisálida, que se había permitido una tupida barba, por entonces, fue hasta el puesto “Los Toldos”, donde nos conocimos, por primera vez.

Al volver al valle, y luego de 7 años, la pareja se separó y Crisálida volvió a viejos y malditos hábitos autodestructivos: nuevamente, acompañándose por drogas, atravesó el portal de la época más dañina y depresiva de su vida. Y lo hizo sin perder su recurso de la teatralidad: destruido su presente decidió inventarse uno nuevo y mostrarse más masculino que nunca, llevando, una vez más, al extremo la noción de estereotipo.

- Miraba películas bélicas bebiendo whisky y tomando cocaína en la soledad de mi casa materna. Me interesé entonces por el nacionalismo, el militarismo y comencé a exagerar mi masculinidad de una manera patética, incluso me dejé crecer los bigotes. Mis cuadros se volvieron oscuros y tétricos. Fui miembro de algunas agrupaciones nacionalistas y fascistas. Encontré una salida económica dibujando temáticas militares como la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Malvinas.

Y formó el grupo “Arte es Combate” y pintó murales fascistas, simplones, épicos y bélicos con el éxito del caso. Imaginen la sorpresa del mundo militar al enterarse de que uno de los suyos, además de determinación y valor, además de levantarse el pedo, pero temprano, además de ser bien machito y tener bigote tupido, además de cantar “Que retumbe en el cielo y la tierra,/ el clarín en su épico llamar/ si revive un grito de guerra,/ por la Patria morir o triunfar”, además de “¿para qué vamos a hacer las cosas bien si las podemos hacer organizadas”, además de “en el cuartel todo lo que se mueve, se saluda. Y todo lo que está quieto se pinta de blanco”, además de todo eso, ¡tenía talento para el arte! Fue como un orgasmo castrense o un perro verde: una jubilosa imposibilidad vencida.

La época militar.

- En dos años logré ser un referente en el tema y la acción callejera. Muchos que participaron en mis murales luego formarían sus propios grupos. Mi reputación se extendió a los ámbitos castrenses. Me invitaron a pintar murales a varias unidades militares: Misiones, Córdoba, Compañía de Comandos, Campo de Mayo, Escuela de Armas, Regimiento Patricios, Policía Federal... Finalmente mi buena reputación logró que me aceptaran en el Curso de Formación de Oficiales de Reserva, un curso intensivo de entrenamiento militar en el Colegio Militar de la Nación.

Mírenlo o mírenla ahí: de 400 postulantes entraron 40 y él o ella egresó como subteniente de Infantería, ¡la primera chica trans en convertirse en subteniente del Ejército Argentino! Seguramente, más de un milico ha de haberse querido dar un tiro en los huevos, pero seguramente les faltó valor para hacerlo.

Aradia Fioravante, subteniente del Ejército Argentino.

Crisálida, en tanto, otra vez en su intimidad, desnuda, pero con su uniforme puesto, ante el espejo, no pudo más que aceptar que todo era una peligrosa farsa. La merca y el alcohol hicieron el resto y casi muere, pero el Same llegó a tiempo para conservar su latido.

Crisálida, entonces, se quitó el bigote y su madre, casi al pasar, reveló un dato determinante de la vida de Alan, siempre oculto, como un tesoro dado vuelta: tenía criptorquidia bilateral congénita, un desequilibrio hormonal de nacimiento y, a los 6 años, cual "Naranja Mecánica", le encajaron fuertes dosis de testosterona para que bajaran sus testículos, que no habían crecido lo suficiente, por falta de hormonas masculinas. Crisálida, no obstante, busca sincerarse o engañarse concluyendo en que su madre se lo había contado y él lo olvido, pues no soportaría pensar que se lo ocultaron.

- La noticia tuvo en ese momento fue un fuerte significado simbólico, comprendí que el llamado no provenía de un amor, de una amistad, de un sistema de creencias o ideología, el grito de mi alma provenía de las profundidades de mi infancia. De alguna manera sentí que había algo físico en mi, relacionado con mi sensación de ser interiormente femenina... Me había acostumbrado a desechar esa sensación como vergonzosa y sin embargo siempre había estado allí, muchas veces muy oculta, temerosa y frágil, otras desvergonzada, frívola y llena de energía, pero siempre presente muy profundamente, desde mi infancia...

Y, así, se quedó sin tiempo para dilatar lo ineluctable: Crisálida es una mujer, puede que siempre lo hay sido, pero uno es que cree que es, mientras puede evitar lo que es: “Yo también había, como en el mito griego de Hermafrodito, escapado del abrazo de Salmacis muchas veces, pero esta vez me entregue a su llamado, a mi destino, que durante toda mi vida me había buscado”.

De este modo, Crisálida fue al hospital Fernández e inició una Terapia de Reemplazo Hormonal. Y fue cambiando. Y lloró mares y ella asegura que lloraba de alegría: “Era la alegría de encontrarme con mi verdad”. Y lloraba, pero se reía y bailaba sola y dejó las drogas y los uniformes y, día a día, Crisálida retornaba al útero materno, de donde saldría convertida en la resplandeciente Aradia Fioravante.

- Se cumplió la profecía de mi adolescencia, cuando escribí, en 1988, ‘cuando las tinieblas se esfumen, comprenderás todo’.

Ahora, bueno, ahora es 2019 y, ahora, es el presente de Aradia. Nada, al igual que todos, tiene garantizado la apolínea muchacha, pero, al menos, ya no hay un hacha en su pecho partiendo en dos el curso de los sucesos. Hay cosas que, no obstante, permanecieron: la naturaleza, que es mujer, la fascinación por “los cultos paganos, la mitología, el misticismo, la ciencia, el simbolismo, la fantasía, los sueños, la literatura, el arte en sus formas más luminosas y propias, el amor por la libertad y la paz”.

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Es el amanecer. El sol tibio entra por su ventana de Belgrano y ella gira en la cama, como una sirena homérica. Aradia es hermosa y liviana: mírenla levantarse y caminar hacia su paleta, mírenla pintar como si la vida se iniciase, por su puño. Has recorrido un largo camino muchacha. Ojalá, todos los días del mundo sean hermosos para vos; es muy posible que los tengas merecidos. Y que no dejes de cambiar, porque, dicen por ahí, lo único que permanece es el cambio.

Ulises Naranjo.