Trends

Aguafuertes menducas: El desertor

Las "Aguafuertes porteñas" de Roberto Arlt marcaron una época con las notas del periodista sobre cuestiones puntuales que observaba en la ciudad. Sin intentar empatarlo, en la búsqueda de tomar nota de muchas realidades que se viven en un segundo plano en la vida cotidiana de Mendoza, aquí Gabriel Conte vuelca sus propios apuntes, muchos de los cuales han sido parte del libro "Los mocosos nos miran", con ilustraciones de Elia Bianchi de Zizzias y el video de Eliana Zizzias. Momentos, historias, anécdotas. ¿Realidad o ficción? Aguafuertes menducas.

miércoles, 6 de febrero de 2019 · 13:45 hs

Levantarse a las 5.30. A las 6 pasa el micro que te deja una hora antes de que entrés a la escuela. Pero si te tomás el de las 7, te deja 15 minutos después. Llegaste, de la misma escuela, anoche, cerca de las 11, porque solo tenés plata para ir, no para volver, y tenés que hacerlo caminando. Tranquilo, sin bronca por la vida, cantando, silvando, acompañando en el primer tramo a alguna chica, pero caminando. Varios kilómetros. Y te habías levantado –recordémoslo- a las 5.30. llegar a hacer las tareas, lavar la camisa, colgarla en el horno si es invierno, junto a la estufa a leña, con el riesgo de ahumarla o en un lugar aireado. A las 5.30 te la tenés que poner, seca. Colgarla estirada porque la plancha no anda.

El único foco que ilumina algo en la casa está en el comedor. Las puertas de los dormitorios permanecen abiertas para poder ver, hasta que ya no hay necesidad de ver nada. La del baño zafa porque resulta incómodo, pero adentro todo es una adivinanza. En la cocina hay un pequeño velador que alumbra para el lado de la olla porque el resto, si es necesario, se ilumina al abrir la heladera que, por cierto, guarda luz, botellas de agua y poco más.

El desayuno es todo un tema. No hay nada. Entonces, aprovechar la yerba es una tarea de la que no hay que olvidarse. Te hacés un “yerbiado” con el colador y, antes de correr a la parada del micro, no te podés olvidar de ponerla con un trapito arriba del gabinete del gas, para que se seque.

¿Y esos pelos? “El champú es cosa de ricos”, como te dice tu vieja. Pero el jabón “Federal” es “cosa de grasas”, como te dicen en la escuela. Vas a segundo año y esas cosas te marcan a fuego. ¿Entonces? Hay que probar las mezclas y, de sobrar un pesito, comprarse un sobresito de Sedal. Sí, existen, aunque el común de la gente jamás los haya visto. Un sobresito, si lo usás bien, te dura dos o tres lavadas y representa la décima parte, más o menos, de lo que un usuario de frascos de champú gasta habitualmente.

Ni hablar de bañarse todos los días. El calefón no anda, no hay o “no hay que gastar gas”, como dice tu viejo, desocupado después de haber estado ocupado todo el principio de su vida, que promedia los 50 y, por lo tanto, no saber sobrevivir a esa situación.

¿Qué comemos? En la escuela alguien algo compartirá. Y si no, a la noche, algún sánguche de algo habrá en la casa, cuando todos te esperen… metidos en sus camas, dormidos o haciendo no sé qué porque televisión, en los dormitorios, no hay. Si no es de fiambre –menú habitual- será de lechuga, que es muy rico. O un pan con aceite y ajo, que es sabrosísimo. Pan nunca falta y es más: sobra.

¿Qué cómo te fue en la escuela? Si te sacaste un 10, estás chocho. Si te aplazaron, amargado. Y poco más. En la casa tu vieja está ocupada buscando un mango y tu padre, lamentando su mala suerte en la vida. De hecho, mejor caminar más lento al retorno de la hiperjornada escolar: que estén todos durmiendo, peleando o no sé qué en la pieza, así no te repiten: “Largá la escuela y conseguite un laburo, que ya no tenemos qué comer”.

Porque aunque llegués tarde y no te lo digan, la idea te retumba y te da vueltas en la cabeza. Para colmo, tenés tiempo para pensar en ello en el micro, en la caminata. En la escuela no, porque hay que tratar de hacer todo lo incumbente a la educación allí adentro, una isla, a veces del Caribe y otras de la Antártida, pero isla al fin.

Si hay que comprar materiales, está tu abuela para pedirle o algún compañero al quele sobre y comparta. La amistad se construye así y en ese momento de la ida, cuando te empezás a dar cuenta, solito no más, que si no es por vos, vos no sos.

Igual, no te va tan bien como creíste que te podía ir. “La procesión va por dentro”, escuchaste en alguna canción y se te hizo carne. Querés escaparle al pesimismo que impera en tu casa, pero bueno, es bastante difícil. Tal vez hayás conseguido esquivarlo cien veces pero en una, te puede embocar.

“Me dijeron que están tomando gente”, te contó un compañero que parece vivir una situación similar a la tuya. Y bueno. Ojo: eso te puede hacer tirar a la basura todo ese esfuerzo monumental por terminar la secundaria. ¿No te importa? ¿Después volvés a empezar?

Al final, decías que no tenías mayor interés por llevar plata en los bolsillos, ni por comer una vianda diaria, como casi todos los demás. Tampoco te jodía volverte caminando por las noches, cansado, pero seguro. Ni levantarte tan temprano, lavarte y secarte la ropa y asegurarte una infusión de madrugada y un sánguche de noche.

Pero la plata hace falta. El sábado, que no fuiste a la escuela, te diste cuenta que hay hermanos que pasan lo mismo que vos. Que, aunque a oscuras, están durmiendo en tu pieza cuando vos llegás. Y no los ves comer (no vas al mediodía, llegás tarde por la noche, ni desayunar (te vas antes de que alguien más se levante). Y no comen, igual que vos.

Hace falta plata. Ya sos un adolescente. Sos es el mayor.

Y bueh, probá con ese trabajo. La escuela te puede esperar, tus hermanos no y tu vieja, quién sabe cómo la esté pasando.