Todo se pierde, poco se transforma
Encarar la era actual, con las pantallas en el medio, es desafiante, pero no imposible.

Mientras las tecnologías abarcan aspectos de la vida diaria que superan a la literatura de ciencia ficción, las opciones son, tal como indica el ritmo contemporáneo, binarias. Las preguntas, más allá de su complejidad, se reducen a respuestas definitivas. Concluyentes. Categóricas. Cero ó uno. Tal como terminan los posteos y mensajes de los funcionarios de la gestión actual del gobierno nacional de Argentina: punto. Listo. Chau.
La dificultad para entablar una conversación, inclusive familiar, despojados de pantallas y de otros enseres tecnológicos, es desafiante, pero no imposible. Se trata de decidir ¿qué cosa?, lo único, lo de siempre, lo de antes, lo de ahora y lo que vendrá: el tiempo.
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Articular relaciones requiere de tiempo. Ese sustantivo inalterable no espera, pero tampoco se apresura. El tiempo es la única materia prima de la vida y, lamentablemente, no sabemos cuánto dura. Contradicción que exaspera. Exaspera ¿hasta cuándo?, hasta que podamos (y queramos) administrarlo con mejor dominio, acelerando procesos, evitando procrastinaciones y, a la vez, sin acelerar la ansiedad. Difícil, casi tanto como creer que lo peor de la crisis es contemporáneo, pero pronto pasará. Sincronicidad, tal como enseñó Carl Jung, o al menos lo sugirió.
¿Cómo saber cuándo nos dicen la verdad?
Como un mal chiste del destino, identificar cuándo nos mienten y cuándo no, resulta incontrastable a pesar de las muchas herramientas con las que contamos. La verificación es un acto, prácticamente, reservado a la ciencia que indaga la Historia. Gracias a internet, bibliotecas y testigos generosos, solemos contar con datos abundantes, pero carecemos del tiempo suficiente para evaluar el grado de veracidad de cualquier asunto.
Tal como sostienen investigadores de ciencias sociales, la profusión de medios tecnológicos de comunicación conspiran contra el conocimiento porque nos distraen de manera eficaz. Una vez que nos disponemos a conseguir un dato, una fuente, alguna alerta de un mensaje nos desvía. Nuestra propia pulsión de ver qué o quién disparó un mensaje o acaso un absurdo meme, nos aleja del sendero de la búsqueda hacia cualquier lugar y el cometido emprendido concluye en un chimento de la farándula o en las imágenes de una riña callejera. La búsqueda inicial culmina en cualquier otra cuestión que en poco se emparenta con lo que pretendíamos saber en el origen de la búsqueda
No muerden, pero algunos deforman y otros, mienten.
La recomendación para los que nacieron junto (o gracias) a la televisión, no garantiza un mejor resultado. Lo perenne de las palabras impresas sobre papel y su imposibilidad de modificar, editar, cortar, suspender, alterar o mutilar el texto, no es suficiente. Es requisito cotejar, evaluar y comparar un texto con otro, una predicción con otra. Arribar a la verdad no es tan simple como pensamos, o para ser preciso, a lo que pensábamos. Libros voluminosos, repletos de referencias y bibliografías, se aprovechan de su tamaño, de la fe lectora, de los títulos que exhibe el autor, para agregarnos más imprecisiones y acumular más ficción a nuestra reducida capacidad crítica.
En los sistemas digitales con su velocidad voraz, comprobar la fiabilidad de los datos que proporcionan, es una tarea ominosa pero rápida. En los textos cubiertos por bonitas, barnizadas y pesadas tapas de papel, la cosa es más ardua.
Echemos mano a Maquiavelo, piensa mal y acertarás
La sentencia “piensa mal y acertarás” se le atribuye a Maquiavelo, pero costará encontrarla publicada en el Príncipe y de tan rotunda, nadie buscará en qué otro texto pudo haberla escrito. Encaja bien. El concepto coincide con sus criteriosas advertencias. El inevitable Borges vuelve a tener razón: “El mito es el fin de la historia, lo demás, periodismo efímero ”.
Quienes intenten espantar los fantasmas que abruman desde hace escasos años con el formidable desarrollo de la Inteligencia Artificial, deberán optar por mecanismos quizá aún no inventados. Suena exagerada la recomendación pero, créame, existe motivo.
Desde la Edad de Piedra hasta la I.A. el filósofo-historiador Yuval Noah Harari, dictó su veredicto en el libro Nexus.(Debate - Penguin Randon House 2024) Desde la novena hasta la página 601 incorpora a los lectores en un recorrido veloz y atrapante. Ahí reside el éxito de este doctor de Oxford, investigador en Cambridge y catedrático en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Desde el prólogo define a la I.A. “no es una herramienta sino un agente”
Tremebunda e interesante descripción de la I.A. Advierte que es más peligrosa que los totalitarismos existentes e imaginados en la Rusia stanilista y en la China de Mao La solidez argumentativa se consolida por su atractiva manera de narrar, pero siempre hay algún detractor, aguafiestas, buscador de la extremidad número cinco de los felinos domesticados y detecta que hay algunas inconsistencias en materias duras. Es el caso.
Aunque Harari cuenta la dramática historia familiar en Rumania, actos que dan inicio al nazismo y posterior genocidio, hechos innegables durante el gobierno del poeta Octavian Goga, yerra en esa materia que poca subjetividad admite: la aritmética. Y más allá, también
Las cifras no coinciden y no se trata de discutir lo simbólico, ni mucho menos se trata de sopesar la tragedia a partir de una cantidad, como se pretende en Argentina de algún tiempo a esta parte, se trata de error que si se repite, pierde su condición de error y pasa a ser un engaño. Además de no coincidir los números -y tratándose de personas el tema se agrava- sino que cita como fuente el libro The History of the Holocaust in Romania, del historiador Jean Ancel, y los números, la suma, la ecuación, difiere (alude al Decreto - Ley N°169 de 1938) Absolutamente inocuo, dirán con razón algunos, sin embargo, si lo que pretende Harari es concienciar sobre el inminente peligro y la amenaza que se cierne sobre la Humanidad, toda, por mérito propio de los ingobernables algoritmos, sería conveniente no imitarlos.
El trepidante relato, tal como figura en parte de la contratapa, ayuda a comprender los procesos que atravesamos, la distancia que existe entre los mortales y los que están investigando para dejar de serlo, pero el arma comienza a ser menos fiable que la nostalgia de Milei por un país que nunca fue. Así como Yuval Harari en Nexus demanda una acción rápida, concreta y decisiva de las dirigencias, para detener el avance ya ingobernable de la I.A., en trabajos anteriores, reduce a los humanos y a otros seres vivos en máquinas imperfectas de tejidos, sangre, corazón y cerebros, determinados únicamente por su patrón de ADN
De ninguna manera contamos con el suficiente currículum ni la adecuada estatura intelectual para denostar, por un puñado de desaciertos, la prolífica, nutritiva y exitosa obra de Harari, pero sí es prudente reclamar, objetar y lamentar que la buena literatura novelada se ponga el traje de ensayo riguroso, y los libros, esos objetos tan entrañables, esos cuerpos, esos artefactos de tres dimensiones, con aromas a tintas y sensibles ante las balanzas, se mimeticen de las brillantes, modernas y luminosas pantallas que transportan tantas fantasías de escasa profundidad, rebosantes de confusiones y enamoradas de la ficción vulgar, esa que de tan increíble nos gobierna.

