Mendoza, la provincia "de utilería" y por qué el Alberto-gate inquieta y daña a todos
Mendoza es la provincia "deseada", pero para quienes viven en otro lado. Los problemas para crecer y los reproches internos. El escándalo de Alberto Fernández daña a las instituciones.
“Viviría acá”. La frase se repite, como un anhelo, entre quienes visitan Mendoza por un rato y recorren sus calles ordenadas, con cierta sensación de tranquilidad y en medio de las montañas. Algunos, incluso, lo ejecutan y son parte de la oleada que ha convertido en pequeñas “ciudades habitación” a algunos barrios privados donde viven directivos de petroleras y mineras que tienen base en provincias vecinas.
Una encuesta realizada por la consultora Escenarios lo puso en números. Mendoza es la provincia deseada, pero por los foráneos. En esa consulta preguntaron cuál es la mejor provincia para vivir. Mendoza fue la más elegida, entre quienes no viven en la provincia. La respuesta no fue la misma entre los locales. La postal que se llevan los turistas es la misma que desde el Gobierno intentan promover hacia afuera e imponer puertas adentro: Mendoza es distinta.
Pero, sin embargo y a la luz de los datos, esa construcción tiene más de escenografía que de realidad; de recuerdos de glorias pasadas que de presente, pues desde hace décadas hay un deterioro profundo en la matriz productiva, el empleo y la calidad de vida. Por eso, por ejemplo, los indicadores sociales son “peores” que en el resto del país. Mendoza exportó el modelo de control de la calle, las reformas en sus códigos de procedimiento para que haya más rigor e las detenciones, entre otras cosas. Pero no ha logrado, en cambio, importar o ejecutar un modelo productivo y social que haga girar una rueda oxidada.
El gobernador Alfredo Cornejo está convencido o resignado. Cree que sin que se muevan los engranajes nacionales, la Provincia no puede despegar. Malas noticias llegan desde Buenos Aires, pues en la ecuación que el Gobernador tiene para evaluar el potencial hay variables que juegan en contra. El estancamiento del tipo de cambio (un dato relevante en la competitividad de los productos locales), el congelamiento de la inversión pública nacional y la falta de gestión hacen bajar las expectativas. Cornejo transfiere parte de la responsabilidad al sector privado, desde donde ha tenido apoyo político. En su entorno hay cuestionamientos a la falta de toma de riesgo para generar producción. Cuentan como anécdota lo que ocurrió el único proyecto minero que podría producir: Potasio Río Colorado. Hubo rondas de inversión de todo tipo, se chocaron mil paredes al ver el desinterés internacional, y solo hubo dos ofertas que, en el fondo, no convencían. Hubo solo dos ofertas y ambas ligadas a empresarios que tienen vínculos con otras concesiones públicas y quedó en manos de José Luis Manzano en un momento inoportuno porque en paralelo se negociaban otros contratos con el mismo grupo empresario.
Algo similar se vive con la venta de IMPSA y en sectores que en otros tiempos hubieran generado una expectativa mayor, como el de los hidrocarburos. Mendoza juega en una liga menor. Mientras hay disputa por atraer inversiones de más de 200 millones de dólares por el RIGI, en la Provincia es comprometen aportes por un millón de dólares para un área petrolera. No es negativo necesariamente, pero sí una cuestión de escala; de saber cuál es la realidad.
El tablero de comando de Cornejo tiene rojos en todos los indicadores que marcan los ingresos: caída del 15% de la recaudación propia, del 18% de las transferencias nacionales y pocos indicadores positivos. Esa realidad hace que sea aún más conservador en la toma de decisiones por temor el futuro inmediato y, también, que duden de la forma de ejecutar los ahorros que tiene la provincia.
Mientras tanto, el Gobernador mantiene la idea de cambiar la matriz provincial. Y algunos planes comenzaron a toparse con las propias limitaciones. Es lo que ocurre con la minería. El anhelo de aprobar de manera exprés el Distrito Malargüe se topó con la realidad. No llegaron a tiempo las consultas, los informes sectoriales y ante la necesidad de “blindar” el tema para evitar sorpresas, en el Gobierno reconocen que habrá más demoras de lo esperado. Algo similar ocurre con el Código de Aguas. Ambos temas tendrán confluencias en los debates, aunque no necesariamente son contradictorios. De hecho hay, por ejemplo, especialistas que cuestionan el plan minero, pero a la vez consideran que el la propuesta del Código de Aguas mejora el control y el control ambiental. Ambos debates son de fondo y, por ejemplo, plantearán bases para determinar quiénes son los “dueños” del aparato productivo de Mendoza. Ocurre con las propiedades mineras, pero sobre todo con quienes tendrán derecho o no para acceder al agua y quiénes “gobiernan” ese recurso.
Fuera de eso, también puede haber movimientos en otros ámbitos del poder. Hay una silenciosa pelea con los jueces por el laxo control interno que, creen, hay. Las anécdotas de viajes, estadías fuera de Tribunales y relax en la gestión sobran. Cuando Cornejo implementó las reformas en el Poder Judicial había advertido que podía haber un cuello de botella hacia el futuro y ese momento llegó. No por la demanda, según explican, sino por el letargo. El Gobernador no tiene a quien reclamarle, pues de su firma vinieron la mayoría de las designaciones de jueces, fiscales y defensores, pues fue él quien aceleró retiros y nombramientos. Igual, todos dan por hecho que en el mediano plazo habrá cambios de nombres en las primeras líneas de ese poder. Por jubilaciones y por voluntad propia puede haber al menos tres cambios entre la Corte y el Ministerio Público Fiscal. Los trámites de retiro están listos para varios de ellos, quienes también acusan operaciones para agitar las aguas.
El derrumbe
“¿Es cierto que, en un país donde la mitad de sus ciudadanos sufren la pobreza, las tapas de los diarios se dedican a la violencia siniestra de un señor hacia su ex y al tonteo de una chica con ese señor? ¿De verdad es lo que nos importa más? Eso lo explica casi todo...”. Así ponderaba el periodista Martín Caparrós la relevancia que tiene en el debate público el escándalo generado por Alberto Fernández por violencia de género y el uso privado de los espacios de poder. Lo que no está sugerido en esa idea es que el impacto es mucho mayor que un escándalo personal circunstancial. Tanto, que deja en shock y en situación de expectativa a toda la política nacional porque, esperan, habrá un nuevo reordenamiento. Hay un efecto “farsa”, la idea de que en los últimos 20 años Argentina vivió sometido en la mentira, la manipulación y el engaño.
Hay una ironía retórica en todo el escándalo que rodea a la denuncia por violencia de género que tiene a Alberto Fernández como protagonista y que se suman a los ridículos coqueteos del expresidente que usó a las insignias de su cargo como afrodisíaco. Alberto dejó al desnudo la forma de ejercer el poder en Argentina, sacó a la luz un deterioro moral enorme No es una evaluación desde la moral religiosa o las llamadas “bunas costumbres”, sino un calado mucho más profundo: la política argentina y hasta el cargo de Presidente quedaron deshilachados. Hay desazón.
Fabiola Yañez denunció que Alberto Fernández la golpeó, en lo que sería un caso de violencia de género con rasgos institucionales, pues tiene todos los agravantes que se puedan sumar: el ejercicio del poder, una trama de complicidades, violencia económica y psicológica y la evidente desigualdad por el cargo que tenía Fernández. La mujer estaba embarazada, por lo que el riesgo para su salud era mayor.
La actitud de Fernández termina de coronar una era que puede constituir la gran farsa argentina. Fernández era un presidente débil, incapaz, sin pericia y sin ambición. SE tropezó con la fortuna y llegó al cargo. Trató, demagógicamente, de apropiarse de banderas nobles, pero actuaba de manera siniestra, ejerciendo violencia de todo tipo con su pareja.
La intimidad de Alberto Fernández sería irrelevante, como lo sería para la historia toda su persona si no hubiera mediado aquel tuit de Cristina Fernández el 18 de mayo de 2019 que lo empoderó hasta llegar, con ella como compañera, al poder. Ese sector político tiene la habilidad que siempre tuvo el Partido Justicialista para saber leer los tiempos. Por eso hizo propias reivindicaciones de época, como el reconocimiento de las diversidades, los derechos de las mujeres, los derechos humanos y varias consignas políticamente correctas. En las últimas dos décadas Argentina desperdició la oportunidad de generar desarrollo cuando hubo abundancia de recursos (y eligió la demagogia), sumó clientelismo y corrupción cuando el Estado ejercer el rol de contenedor de crisis y se profundizaron los deterioros heredados.
Alberto Fernández es el ejemplo más torpe de la hipocresía que hizo desmoronar todo y que genera la sensación de tiempo perdido. No es lo único, pero sí lo simbólicamente más relevante. Alberto, como hoy lo hace Javier Milei, no actuaba en nombre propio; no era “presidente” solo al firmar Decretos. Era el presidente el que ejercía violencia hacia su pareja, hacia su hijo y también quién abusaba de su poder para atraer mujeres en el despacho. La actitud repugnante hace daño más allá de su persona. Por eso las consecuencias inquietan a toda la clase política.