Javier Milei y Cristina Fernández de Kirchner, encerrados por la violencia que generan en su polarización
Escraches, insultos, huevazos y actos en sedes desconocidas se asemeja a lo que Néstor Kirchner sufría cuando ingresaba al conurbano y enfrentaba a los "barones". Pacto Milei - Cristina en otra forma.
No pueden salir a la calle. El estigma que perseguía al kirchnerismo cuando se fue del poder ante la llegada de Mauricio Macri, se repitió cuando perdió las últimas elecciones nacionales. Sin embargo, ahora lo están padeciendo los funcionarios y legisladores más conocidos cercanos a Javier Milei, quienes deben trasladarse con custodias policiales y no pueden ir libremente de un lugar a otro sin estar a tiro de un escrache o insulto.
El "escrache" fue el mecanismo elegido por los seguidores de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner en las plazas públicas contra periodistas y algunos dirigentes políticos en particular como Macri. Sin embargo, fueron "las fuerzas del cielo" quienes las potenciaron hasta el extremo de lanzar un ejército virtual que insultan, agravian y atacan en representación del poder central.
Si bien “el gordo Dan” y otros troleros no lo sufren porque sus rostros no son tan conocidos para la opinión pública, ellos también saben que deben cuidarse. No es la misma violencia que la anterior, tal cual sufrió Alfredo Leuco, Fernando Bravo u otros comunicadores durante la década en la que los Kirchner pretendieron ir por todo.
En aquella época, los periodistas -al igual que lo hacen ahora- daban sus puntos de vista, argumentaban en favor o en contra de una medida y si la ideología se metía con más ganas en la discusión, era simplemente eso. Una mirada cultural y social que chocaba contra otra en ese momento en el poder. Jorge Lanata hacía las investigaciones más espectaculares y los televidentes se irritaban cuando desde otros canales lo contradecían y montaban verdaderas operaciones de prensa.
Pero lo que se está viviendo ahora es absolutamente diferente y peor. Inclusive lo es para el episodio en la que la vecina de Uruguay y Juncal montaba una bandera en contra de Cristina Fernández de Kirchner. Hoy las opiniones son directamente contestadas de manera agresiva e hiriente, sin cuidar ni siquiera los derechos y posibilidades de ninguna clase con más o menos capacidades físicas y mentales.
Sin embargo, las consecuencias son iguales. Un grupo de loquitos desquiciados -enfervorizados por mensajes de odio- fue y atentó contra la entonces vicepresidenta de la Nación hace dos años. Ella sobrevivió porque el arma no disparó el tiro.
Esta semana, un empleado del Ministerio de Justicia no estuvo ni cerca de tirarle un tiro a Javier Milei pero había demostrado su voluntad de hacerlo en una entrevista delirante en un medio de streaming.
Mariano Cúneo Libarona, el penalista que defendió cuando era un abogado común a presuntos asesinos, ladrones y narcos, decidió despedirlo y el juez Ariel Lijo, el mismo propuesto para ser miembro de la Corte Suprema de Justicia, dispuso su detención.
Lamentablemente este tipo de mensajes llenos de odio, que solo buscan invisibilizar a quien no piensa igual, son también utilizados por profesionales, directores de escuela, legisladores y, esencialmente, el presidente de la Nación. Este último trata de ensobrados a todos los periodistas, los pone en la lista de los que no quieren que el país salga de la crisis y solo ubica entre los "buenos" a un puñado de personas de su afecto personal.
Son militancias diferentes pero mucho más complejas, tan violentas como las que proponían desde la cima del poder Aníbal Fernández o Jorge Milton Capitanich cuando rompió el diario Clarín en medio de una conferencia de prensa. O, menos elevado, las bajadas de línea de los profesores a los alumnos que no coincidían con su mirada cuando discutían "los derechos ganados por Néstor y Cristina".
Días atrás, MDZ habló en off de estos temas con dos importantes funcionarios nacionales. Uno de ellos defenestró, inclusive, a uno de los más violentos diputados que defiende al gobierno nacional con gritos e insultos. Pero lamentablemente trataba de convencer que lo que hacía Milei con sus mensajes violentos y respuestas inmediatas a través de los trolls eran mecanismos horizontales de discusión.
¿Adónde ves la horizontalidad entre un presidente y quien te habla?, le preguntó este cronista. La respuesta fueron evasivas, como aceptando la irracionalidad que proponía su definición.
Lo que le sucedió a Martín Menem en sus incursiones en Santa Cruz y La Plata deben ser mensajes a atender. Si bien los escraches que recibió fueron programados por minorías intensas, es increíble que uno de los máximos responsables de un gobierno que ganó hace menos de un año con el 56% del electorado deba prohibir el ingreso de periodistas e ir custodiado a una actividad puntual.
Las agresiones que sufrieron Agustín Romo y Alejandro Alvarez en la Universidad de La Plata, como la de los influencers cercanos al mileísmo, son episodios repudiables y que no merecen ninguna otra reflexión. Quienes no coinciden con ellos, simplemente, deberían armar otra actividad para expresar su postura.
Sin embargo, cuando desde el poder agita se proponen fundamentalismos extremos a discusiones básicas y se elige el agravio (y hasta el insulto) bajo la protección del anonimato virtual. Es decir, se choca con quien provoca, quienes antes hacían eso ahora creen estar en condiciones de contestar violentamente.
Es la polarización. Es otra forma del pacto no firmado pero existente entre el kirchnerismo y el mileísmo. Son los mismos métodos extremos, en la que las ideas sensatas no pueden ser escuchadas por los gritos de los extremos.