Opinión

La imposibilidad de acordar en tiempos de crisis

Al borde del precipicio, parte del oficialismo pidió un acuerdo con la oposición, lo cual solo demuestra desesperación política e improvisación.

Sebastián Chiappe martes, 26 de julio de 2022 · 09:02 hs
La imposibilidad de acordar en tiempos de crisis

Las palabras consenso y acuerdo deben haber sido de las más repetidas en el debate público los últimos años. La imposibilidad de encontrar puntos en común entre las dos coaliciones políticas más importantes convirtió a estos dos conceptos en una suerte de utopía aspiracional que solucionaría todos los problemas del país. Entonces, suponiendo que fuera así, ¿por qué no hay un gran acuerdo?

Lo primero que se impone como respuesta fácil y rápida son las grandes diferencias ideológicas que existen en los modelos de país que proyectan en el Frente de Todos y en Juntos por el Cambio. Eso es innegable y quedó aún más en evidencia en los cambios de gobierno en 2015 y 2019. La política fiscal, monetaria y cambiaria, el rol de las fuerzas de seguridad y la política exterior son solo algunos de los ejemplos. Hay miradas muy diferentes en la visión de país.

No somos Chile ni Uruguay, donde pese a los cambios de gobierno de un extremo a otro hay cosas que no se tocan. Ya lo dijo Felipe González, expresidente de España, hace algunos años en una visita a Buenos Aires: “Desde 1984 me preguntan en la Argentina cómo hicimos el Pacto de La Moncloa”. Hoy pensar en lógicas como las de los países vecinos suenan más -lamentablemente- a un sueño frustrado que a una realidad. Duele, pero es así y, tal cual dicen los manuales, para solucionar un problema, antes que nada, se debe realizar un diagnóstico acorde. Si se parte de uno erróneo, nunca se encontrará una solución exitosa.

Más allá de las diferencias ideológicas que están a la vista, la construcción de acuerdos en la Argentina falla por una razón principal: el momento en que se proponen esos consensos. Y esto, aplicado a la coyuntura de hoy, es responsabilidad principal del Frente de Todos.

La reciente intención de parte del oficialismo de llamar a un diálogo a la oposición e invitar formalmente a “acordar políticas de Estado” evidencia una falta de estrategia y una intención de hacer parte del problema a la oposición. Alcanza con escuchar al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, quien en los últimos días pidió “ayuda a la oposición” al mismo tiempo que la criticó e indilgó por todos los problemas que sufre el territorio bonaerense, distrito que, su partido, gobernó 35 de los últimos 39 años.

Esta lógica maniquea, que en otras oportunidades implementaron Alberto Fernández, Cristina Kirchner y tantos otros funcionarios del gobierno, supondría que la oposición se siente en una mesa con quien, básicamente, te denosta permanente, te acusa de haber llevado al país a esta catástrofe, y, además, tuvo la posibilidad de gobernar 15 de los últimos 19 años. Dejando de lado esto y las múltiples diferencias que existen dentro del seno de la coalición oficialista, aun si de verdad el oficialismo quisiera consensuar algo, lo impulsaría en el Congreso de la Nación, sitio donde se niega sistemáticamente a ceder posiciones.

Un gobierno que de verdad apuesta por construir consensos hace del diálogo una política pública desde el día uno de su gestión. Lo pregona, lo diseña y lo implementa con acciones concretas que transformen ese diálogo en acuerdos. Eso es tener vocación real por dialogar y acordar. Impulsarlo únicamente en momentos de crisis es sinónimo de oportunismo e improvisación. Incluso, analizado en términos políticos, es también mala praxis, ya que intentar construir consensos cuando tus acciones están en mínimos históricos supone un costo aún mayor para quien lo hace. Y, en general, apenas suele servir para estirar la agonía.

La construcción del acuerdo debe impulsarse en el mejor momento de un gobierno, esto significa, cuando se cuenta con la legitimidad política y la credibilidad necesaria para hacerlo. Es decir, debe tener cimientos sólidos, con actores que no solo se conozcan, sino que tengan una relación fluida, personal y permanente, que permita derribar prejuicios ideológicos, algo fundamental para evitar el fracaso.

El próximo gobierno encontrará un país sumido en una crisis económica y social muy fuerte. Este panorama, que se presume como una mala noticia para quien deba gestionar y solucionar problemas desde el 10 de diciembre de 2023, puede arrojar una victoria electoral aún más contundente, lo que obligaría al ganador, aún más, a construir los consensos necesarios desde el día uno. Si solo pretende hacerlo en tiempos de crisis, tal como manda la historia argentina, su futuro ya está escrito.

Por Sebastián Chiappe

Magister en Políticas Públicas. Especialista en comunicación política.

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