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El individuo desaforado o la privatización de la protesta

Violencia en la calle y reclamos personales. Redes sociales como medio para el "escarnio" y una tendencia: la reacción individual contra las instancias de poder. Hechos que dan cuenta de una privatización de la protesta social, de una cultura de la indignación personalizada.

Damián Fernández Pedemonte
Damián Fernández Pedemonte domingo, 20 de marzo de 2022 · 08:02 hs
El individuo desaforado o la privatización de la protesta
Cafiero fue blanco de burlas y escarnio vía redes, pero él luego insultó a un periodista usando su rústico inglés. Foto: Télam

Esta semana veo en los medios un video que muestra a una mujer tirando piedras contra un colectivo demorado. Otro, muestra los destrozos en un registro civil ocasionados por una señora, alterada por la tardanza de unos trámites para su madre. Un tercer video expone los insultos y botellazos de pasajeros del tren a un automovilista que intentó cruzar las vías con la barrera baja y chocó con la formación, saliendo ileso, pero deteniendo el viaje. Uno de los pasajeros desaforados le tira piedras, mientras una mujer intenta disuadirlo, argumentando que el conductor del auto no murió y que las piedras pueden lastimarlo. Al final del video alcanzo a escuchar, no sin desasosiego: "lo hubiera matado (el tren) …, hay que matarlo".

Mientras tanto, en Twitter, los memes se encarnizan contra el inglés del Canciller, quien contrarresta insultando en inglés por radio a un famoso periodista. Otra serie de memes se la agarran con la promesa del presidente de comenzar la guerra contra la inflación el día viernes, con una precisión de calendario que realmente invita a la comicidad. A veces para producir un meme alcanza con fotografiar una placa roja de Crónica TV, como esas que van pautando las horas que faltan para que comience la guerra contra la inflación. Al mediodía del jueves, por ejemplo, Crónica tituló: "En Sidney ya empezó la guerra contra la inflación".

Una mujer destruyó una oficina por la demora en un trámite. 

Paralelamente al visionado de estos videos y memes leo el interesante nuevo libro del experto en tecnologías Eric Sadin, recién editado por Caja Negra: la era del individuo tirano. El fin del mundo común, en donde argumenta pausadamente que asistimos a un cambio de ethos en la política contemporánea: la reacción individual contra las instancias de poder. El autor inserta esta nueva ética de la indignación personal en dos series: la del liberalismo, por un lado, y la de la evolución de las tecnologías, por otro.

El advenimiento de una nueva condición del individuo, propia de la época de la posverdad y la llegada al poder de líderes populistas antisistema, es la culminación, sin embargo, de un largo proceso que arranca en el siglo SXVIII con la aparición del individualismo liberal. Desde los años noventa del siglo XX ha empezado a crecer una nueva ética en el mundo capitalista, que responde al mandato de dar todo de sí, de llegar lejos a base de puro esfuerzo personal (Just Do It, sintetizará Nike) de entronizar a los emprendedores de sí mismos, transformándolos en las nuevas celebrities, con la consecuencia de la búsqueda desenfrenada de la singularización de cada uno.

Con el advenimiento de la intersección entre Internet y el celular en el Smartphone, que alguien llamó control remoto de la vida cotidiana, el individuo se siente provisto de medios de autogestión de las cosas antes impensados: control de las compras, de los viajes, del acceso a la información. Junto con esto, la web 2.0 les permitió a todos opinar sobre cada evento en tiempo real, auto expresarse sin ningún freno. Las personas devinimos no solo marcas sin también medios de comunicación. La experiencia no basta, hace falta filmarla, comentarla, expresarse sobre ella sin pausa.

Esto le hace pensar al individuo que cuenta con más poder sobre el sistema del que realmente tiene. El "yo" se convierte en el referente último de los derechos, las opiniones, las causas. Una expresión permanente en el espacio público puede ir acompañada del aislamiento social, de la dificultad creciente para contrastar los propios pareceres con otras personas de carne y hueso (miembros de la familia, colegas, vecinos) como probablemente nos haya sucedido más de la deseable durante la pandemia. La experiencia de la frustración constante, de la impotencia de ese poder prometido, hace que proliferen intentos de revancha personal contra las instancias de poder, de justicia por mano propia, llegando a actos de vandalismo y de violencia verbal y aún física.

Todo acompañado, además, por el registro de estos actos en las redes sociales. Como comentando los episodios narrados arriba, dice Sadin en su libro: "Son actos de un nuevo tipo que pueden incluso ser objeto de capturas de video por parte de sus autores y ser después difundidos en tiempo real".

Hay dos tipos de comportamientos que están proliferando en las redes sociales y los medios digitales, como ya dijimos en esta columna. Por un lado, el discurso del odio, de los haters y, por otro lado, la cultura de la cancelación, del bloqueo y la censura. Son parte de un mismo fenómeno, distintos y de alguna manera contradictorios, pero, en otro sentido, complementarios: cuando sube uno, sube el otro. Vienen de ámbitos diversos, aunque batallan en un mismo campo. En realidad, los haters se aprovechan de la posibilidad que les brindan las redes sociales de opinar sobre cualquier tema. Y a los demás de sumarse anónimamente a los linchamientos digitales. Entonces, las identidades autopercibidas, se sienten ofendidas, a veces con gran susceptibilidad, y buscan por todos los medios hacerlos callar y exasperan la vigilancia social.

Estos fenómenos, algo caprichosamente reunidos aquí, dan cuenta de una privatización de la protesta social, de una cultura de la indignación personalizada. "Yo" me siento con derecho de protestar contra la dirigencia, contra el sistema, porque soy "yo" quien se siente postergado, ignorado, maltratado. La comunicación política debería estar atenta a esta atomización de la rebeldía en los primeros pasos de la pospandemia, tan lejos del compromiso con lo común y con la reconstrucción de un proyecto colectivo que ansiamos.

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