Análisis

El problema no son las vacunas, sino la incertidumbre política

Las dudas sobre el porvenir parecen dominarlo todo. La mayoría de los argentinos hace cuentas cada mes, mientras la inflación no da respiro. Signos de interrogación que nos acompañan y para los cuales de momento no existe inmunidad, mientras la dirigencia política sigue mirándose el ombligo.

Nicolás Attias
Nicolás Attias domingo, 20 de junio de 2021 · 12:11 hs
El problema no son las vacunas, sino la incertidumbre política
Foto: Gobierno de Mendoza

Esta semana volvieron a plantearse algunas dudas sobre los efectos secundarios de la vacunación, luego de que países como Chile impulsaran un mix en el esquema de inmunización para alternar y sustituir dosis. Si bien es cierto que hay mucho de mito en torno a las vacunas que circulan, mucho influyó en el asidero de estas inquietudes un discurso político que nunca trajo tranquilidad en el mensaje. De un lado y el otro hubo opacidad y axiomas antes que argumentos para defender la salud de la población.

La grieta que tanto nos caracteriza y que parece estar en el ADN del ser argentino también se apropió de las posturas sanitarias, dando lugar a posiciones extremas que terminaron cooptando a los más sensatos. Es una discusión que termina imantando a amplias porciones de la población, cuando no se baja un mensaje claro y potente que desbarate imposturas ideologizadas.

Las peleas políticas contaminan la campaña de vacunación.

"La Sputnik es un veneno". "Pfizer a cambio de los glaciares". Y otros tantos enunciados temerarios fueron impregnando el sentido común. Y se sabe que cuando una idea o mensaje prende en la mente es muy difícil desmontarlo, ya que se mimetiza y uniformiza con preconceptos y saberes previos que terminan confirmando nuestro prejuicio. Refundar el discurso público y volverlo menos sectario es el gran desafío de la hora. 

De todos modos, a la par que se incrementa la llegada de los envíos de Astrazeneca, Sputnik y Sinopharm, las inquietudes se diversifican y también se posan sobre la economía del país. La inflación de mayo volvió a echar presión en el bolsillo de todos. Más allá de que  se hable de desaceleración o de que ahora con menos liquidación de la soja habrá inestabilidad cambiaria, lo cierto es que el costo de vida sigue siendo el gran fantasma que recorre la Argentina.

Vivir en crisis

El Rodrigazo, la hiper que despidió al alfonsinismo, el turbulento comienzo del menemismo hasta aquietar todo con la convertibilidad, el traumático 2001, las recesiones de Cristina y Macri. La sociedad viene padeciendo un sistemático estropicio en sus ingresos que se da cada década, lo cual impide la consolidación de un mercado interno estable y sano que permita el arribo de inversiones, que diversifique la economía y que haga juego con las exportaciones.  En definitiva, un modelo de país sano.

Vivimos la etapa en que se pontifica la rosca política y la dirigencia se vuelve aún más endogámica, ya que se vienen las PASO y la elección legislativa. Entonces cualquier discusión que no implique acomodar listas, asegurar tronos en el Congreso, en las legislaturas, y hasta en los Concejos Deliberantes deberá esperar. Ni hablar de intentar un consenso, el tan mentado consenso, sobre un proyecto de país.

Y en medio de este tembladeral que es nuestro bendito suelo, el cual siempre da algún título para los ávidos editores, se comunicó una decisión del Gobierno muy cuestionable: que se vuelven a suspender las pruebas Aprender, que permiten un diagnóstico del estado de la educación de nuestros chicos. Este tipo de exámenes permiten evaluar la calidad en el aprendizaje y el modo en que se están procesando los contenidos. En definitiva, permiten calibrar cómo se están formando las futuras generaciones que nos sucederán y seguirán habitando nuestro país.

La falta de evaluación complica saber en qué estado está la educación.

De más está decir, que de la concepción de una educación de calidad puede esperarse un ecosistema social más sano, que diversifique oportunidades, que ofrezca diferentes estadios de desarrollo, que permita una inserción mayor y una oportuna pacificación de la convivencia. 

Por eso, luego de un año y medio en el que la virtualidad desplazó a la presencialidad escolar en la mayoría de los casos, las pruebas Aprender podían darnos una evidencia de dónde estamos parados, y cómo se fue aprehendiendo y aprendiendo los contenidos de modo remoto. Un dato que podía ayudar a rectificar y reformatear. En especial cuando las anteriores pruebas arrojaron resultados preocupantes.

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