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Alberto y Cristina: el arte de construir poder forzando mayorías

Las tensiones en el Gobierno crecen, aún a pesar de las desmentidas oficiales. Por qué el ala dura del kirchnerismo es el único sector que puede gobernar en el oficialismo y por qué también es el que lo puede complicar. Detrás, los catalizadores que aceleran los problemas de la realidad.

Pablo Icardi
Pablo Icardi domingo, 24 de enero de 2021 · 09:03 hs
Alberto y Cristina: el arte de construir poder forzando mayorías
Foto: MDZ

"Están inventando", decía el hombre, un referente de Alberto Fernández que está junto al presidente desde la primera hora ante la pregunta sobre el posible desembarco del "cristinismo" en YPF. Pues pocos días después, se confirmó. Con autoengaño o ingenuidad, los funcionarios más cercanos al presidente resisten discursivamente la idea de un avance del kirchnerismo más duro en la gestión y, en ese sentido, construyen la idea de una armonía que no se nota. 

De hecho, detrás de ese crecimiento de poder de los allegados a la vicepresidenta Cristina Fernández  hay una realidad innegable: el kirchnerismo es el único sector del oficialismo que tiene el volumen político para gobernar. Tiene caja, fundamental, tiene "la gente" y una estrategia política. La aventura de Alberto en el gobierno depende de ellos. El copamiento de todos los organismos nacionales (sobre todo los fundamentales como ANSES, PAMI, YPF, etc.), también tiene que ver con una carencia ajena: el "albertismo", si es que existe, no posee una estructura que le permita una rebelión drástica.

Los gobernadores eran la esperanza de Alberto, pero hasta ahora tuvieron una reacción tibia. Mucho menos eufórica de la que tenían antes de mayo del 2019, cuando daban por terminado el ciclo de Cristina cerca del poder y todo cambió con un tuit. ¿Acaso la discusión de la suspensión de las PASO perdida por los gobernadores y no aceptada en principio por el kirchnerismo es una señal de ese intento? Habrá que esperar. 

Construcciones

Es mucho mejor construir un candidato desconocido, que reconstruir un dirigente que tiene mala imagen. Es una máxima en la comunicación política que se repite y que en PJ, particularmente en el kirchnerismo, tienen presente. La publicación de la primera encuesta donde se mide la imagen de Máximo Kirchner a nivel nacional puso de relieve que el heredero político de Cristina Fernández tiene problemas: lo conocieron en todos lados más rápido que a cualquier otro dirigente y la mayoría tiene un juicio de valor negativo, al menos según esa encuesta. Esa valoración puede ser un tope; un condicionante en la proyección que en el oficialismo hacen sobre el futuro político de Máximo.

Pero hay un retruco. Con una imagen negativa alta se puede gobernar igual. Así lo podría decir la propia Vicepresidenta, que mantiene un esquema electoral idéntico desde el 2015: una base de adherentes fuerte (que ronda el 30%) pero también una imagen negativa igual de sólida. ¿Qué cambió para volver al poder? La estrategia. El convencimiento sobre la inamovilidad de ese esquema es la base del acuerdo dentro del PJ que Cristina impulsó para sumar a sus exdetractores, Sergio Massa y al propio presidente Alberto Fernández.

A Máximo Kirchner no se le conoce ninguna visita a Mendoza, al menos de manera pública. Pero es uno de los dirigentes que peor imagen tiene en la provincia. En base a hechos o prejuicios. Lo mismo le ocurre en otros distritos. En Santa Cruz tiene imagen positiva, pero es un distrito inocuo electoralmente. Su objetivo para construir poder es la Provincia de Buenos Aires, donde maneja el PJ.

La imagen negativa del ala dura del kirchnerismo parece repetirse en distintos distritos. Cristina es el impulso y también impone el techo. La senadora Anabel Fernández Sagasti vive esa ambigüedad. Crece en el escenario político, pero en Mendoza no repunta en las encuestas. “El kirchnerismo va a tener problemas para ser un proyecto hegemónico incluso dentro del PJ. Solos no pueden”, se entusiasma un peronista aliado por conveniencia a la senadora.

Pero lo que deja de lado es que ese sector tiene experiencia en el arte de construir poder aún en minoría. Y también en resiliencia. En 2009 el Gobierno estaba en su peor momento. Dos años después Cristina era reelecta con un porcentaje histórico. Lo que cambió fue, sobre todo, el manejo de la caja y la iniciativa política. La esperanza del oficialismo es que la situación económica de un vuelco. Con plata en el bolsillo el orden de prioridades cambia, el humor popular también. 

Catalizadores

Mientras tanto, la Argentina pasa y sufre. En lo social y lo político. La insólita tensión generada en Formosa por los centros de reclusión que el Gobierno armó para excluir a quienes pueden tener covid generan escozor. Más por la forma de reacción de su gobernador y la estructura de poder avalada por Casa Rosada, con concejalas detenidas. 

Formosa tiene derecho a ser y elegir como sus ciudadanos consideren mejor. Las opiniones parecen resbalar. Pero más allá de los yerros que puede generar la distancia para hacer un análisis, hay algunos datos imposibles de obviar. Formosa difícilmente mejore. Gildo Insfrán es gobernador desde 1995. Una especia de reino democrático que hacia adentro reproduce el modelo construido justamente un año antes de que el gobernador llegara al poder.

El clientelismo que les permite a los gobernantes perpetuarse es el mismo que mantiene de manera estructural la Nación con Formosa y otras provincias que tienen una altísima dependencia de la caja del presidente de turno. Y todo indica que va a empeorar. Es el modelo político construido desde la reforma de la Constitución en 1994. Desde ese año se blanqueó que lo único que importa es Buenos Aires, la Ciudad y el cordón central del país. El resto, "que se arregle con el derrame" y las dádivas que puedan llegar desde Balcarce 50. Si 91 de cada 100 pesos que hay en esa provincia dependen del Estado nacional, no hay ecuación que cierre. 

La brutalidad de los centros de reclusión son una muestra. Una más de las violaciones a los derechos que ocurren en las provincias argentinas. La pandemia fue justamente un catalizador, un acelerador de reacciones y problemas que en realidad conviven con los argentinos desde hace décadas. Fue la pandemia la que mostró las enormes diferencias de acceso a la salud que viven muchos ciudadanos. No tienen ni han tenido el mismo nivel de asistencia los porteños, que los sanjuaninos, los formoseños o los jujeños. A Mendoza le fue menos mal que a sus provincias vecinas porque hubo gobiernos peronistas y radicales que antes habían ponderado la salud. Con temas más dramáticos, como el cumplimiento de derechos básicos a la libertad, por ejemplo, ocurre lo mismo. 

 

 

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