Un reloj, una moneda y 150 huesos: así se reconstruyó la historia de Diego, el joven encontrado donde vivió Gustavo Cerati
Tras casi cuatro décadas de silencio, los restos de Diego en Belgrano fueron hallados por obreros en un jardín, pero el crimen aún no tiene responsables.

Diego, de 16 años, desapareció en julio de 1984, luego de salir de su casa con uniforme escolar.
X / ClarínLa historia de Diego tiene la atención de todo el país. Un crimen que quedó sin resolver como otros miles, despertó cientos de preguntas sin resolver. Lo que comenzó como una simple obra de construcción, concluyó en un hallazgo de un joven, como cualquiera, que nunca más volvió a su casa.
El caso tuvo una mayor trascendencia, ya que los restos encontrados fueron una casona donde vivió Gustavo Cerati a principios de la década del 2000. Ese detalle ayudó a que la difusión de mismo sea mucho mayor y se replicara rápidamente en todo el país.
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El jueves 26 de julio de 1984, Diego salió del colegio como cualquier otro día. Tenía 16 años, vivía en Belgrano y esa tarde, después de almorzar con su madre, le pidió unas monedas para tomar el colectivo y pasar la tarde con un amigo. Nunca llegó. Su última aparición registrada fue en una esquina de su barrio, a pocas cuadras de su casa. Desde entonces, nadie volvió a verlo con vida.
La reacción policial de aquella noche reflejó una época en la que las desapariciones de adolescentes eran minimizadas. Sus padres, angustiados, intentaron hacer la denuncia en la comisaría 39. Pero los oficiales no quisieron tomarla. “Se fue con una mina, ya va a volver”, les dijeron. Esa fue la respuesta oficial frente a una desaparición que terminó siendo un crimen brutal.
Una búsqueda a contrarreloj, ignorada por las autoridades
La familia no se resignó. Repartieron volantes, golpearon puertas, buscaron ayuda en los medios. Solo lograron una nota en la revista ¡Esto!, publicada por Crónica. Años después, esa nota se convirtió en uno de los pocos registros públicos del caso. “Desde el primer momento lo caratularon como fuga de hogar. Yo protesté y me dijeron que los formularios venían impresos así”, relató su padre, Juan Benigno, a la periodista de la revista, dos años después de la desaparición.
Diego era buen alumno. Estudiaba en la Escuela Técnica N.º 36 y entrenaba en el club Excursionistas, en Belgrano. Tenía una rutina clara, era responsable. No había señales de que quisiera escapar de su vida. Pero eso no bastó para que la policía lo tomara en serio.
El hallazgo de Diego que reabrió una historia
Pasaron casi 40 años. Fue en mayo de este año que todo volvió a salir a la luz. Un grupo de obreros que trabajaba en una demolición sobre avenida Congreso, en el número 3748, detectó algo inusual mientras levantaban una pared. El terreno donde estaban construyendo lindaba con otro chalet, separado solo por una ligustrina. Durante las tareas, el muro cedió y dejó expuestos restos humanos.
Entre los objetos que aparecieron, había una suela de zapato número 41, un llavero naranja, un reloj Casio con calculadora fabricado en Japón en 1982, y un corbatín escolar azul muy gastado. Lo que llamó la atención de los trabajadores fue una moneda con caracteres orientales. Al principio pensaron que era un dije. Después se supo que era una moneda de 5 yenes que, por aquellos años, algunos adolescentes usaban como colgante.
Fue un sobrino de Diego quien, al ver la noticia del hallazgo, unió las piezas. Edad, vestimenta, el tipo de objetos hallados. Todo le hizo pensar que esos restos podían ser los de su tío. Y acertó. Una prueba de ADN lo confirmó de manera indiscutible: los 150 fragmentos óseos eran de Diego.
Los peritajes del Equipo Argentino de Antropología Forense y la Policía Científica revelaron que el adolescente recibió una puñalada en el costado derecho, a la altura de la cuarta costilla. La lesión fue mortal. Después, quien lo mató —o quienes— intentó descuartizarlo con una herramienta similar a un serrucho. Lo intentaron, pero no pudieron completar esa macabra tarea. Las marcas en sus huesos dan cuenta de eso.
La historia que sigue pidiendo justicia
El chalet donde aparecieron los restos había sido alquilado años atrás por figuras reconocidas del arte y la música. Allí vivieron la actriz Marina Olmi y, entre 2002 y 2003, el líder de Soda Stereo, Gustavo Cerati. Pero nada indica que tuvieran relación alguna con el crimen, que probablemente ocurrió mucho tiempo antes.
Hoy, su familia al menos puede darle un nombre a los restos. Pero aún falta lo más importante: saber quién lo mató, por qué lo hizo y por qué durante 40 años nadie hizo nada por averiguarlo.