Taiwán, China y la narrativa geopolítica de la inteligencia artificial
Por qué Taiwán elige mostrar a China como una potencia tecnológica imparable en sus relatos y qué efecto busca generar en Occidente.
En medio de la disputa entre China y Taiwán, estos cuentan con TSMC, una pieza clave
ShutterstockEn el ajedrez geopolítico del siglo XXI, no todo se juega con hardware, tratados o despliegues militares. A veces, la partida se define por algo más intangible: el estado de ánimo. En los últimos artículos publicados por CommonWealth, la revista más influyente de Taiwán, queda claro que el relato elegido para describir a China en materia tecnológica no es el del rezago, la torpeza o la imposibilidad. Por el contrario, se refuerza la imagen de un adversario que avanza y se reorganiza frente a las sanciones, con el desarrollo de robots, al tiempo que proyecta un “mar de chips” para escapar del cerco occidental. La pregunta obvia es: ¿por qué elegir esa narrativa?
Taiwán conoce como pocos las verdaderas limitaciones tecnológicas de China. Tiene la información, tiene los ingenieros y, sobre todo, tiene a TSMC: la pieza central sin la cual no se fabrican ni los chips más avanzados ni los modelos de inteligencia artificial (IA) desplegados en Occidente. Taiwán sabe que China no tiene acceso a máquinas EUV, ni a las GPU de Nvidia, ni a arquitecturas de vanguardia. Podría, con ese conocimiento, orientar su comunicación hacia una narrativa de contención: “Las sanciones funcionan, sigamos con este camino, no bajemos la guardia, pero tampoco hace falta alarmarse”. Sin embargo, no lo hace y elige otra vía.
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En los textos recientes de CommonWealth se construye la idea de una China resiliente, con robots que prosperan pese a las restricciones y con fuentes alternativas de plasma EUV listas para producir litografía avanzada. No importa si esos robots no tienen GPU ni autonomía real, ni si las fuentes de luz son apenas prototipos lejanos de una solución comercial. Lo que importa es el clima que generan: China no se detiene, China se adapta. Es una narrativa de amenaza persistente.
Este sesgo responde a una necesidad estratégica. En un mundo donde la atención de Occidente oscila entre múltiples frentes, Ucrania, Oriente Medio, elecciones internas, inflación, Taiwán no puede permitirse quedar fuera del foco. Necesita que EE.UU., Japón y Europa consideren prioritaria su defensa y su rol dentro de la cadena tecnológica. Inflar los avances chinos, aunque sean promesas huecas, es una manera de evitar que el mundo se relaje. Es, en definitiva, una guerra de atención.
Pero más que atención, lo que se busca es modelar el estado de ánimo. Porque si la percepción es que China se estanca, que está tecnológicamente cercada y sus planes no prosperan, entonces el votante en Kansas o el político en Bruselas decidirá que es hora de ocuparse de otras cosas. Para evitar ese desvío, Taiwán dramatiza porque teme que la falta de amenaza debilite su posición.
La paradoja es que tanto China continental como Taiwán recurren a la exageración. El primero, para alimentar su orgullo interno y mantener la cohesión social; el segundo, para mantener el apoyo externo. Ambos disputan algo más profundo que la narrativa: disputan el ánimo de quienes observan desde lejos. Y, en esa batalla intangible, el relato se convierte en política. Aunque los robots no caminen, los chips no se fabriquen y el futuro no haya llegado.
Las cosas como son.
Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.

