El precio del petróleo: cómo China terminó vinculado a los misiles iraníes
China no lanza misiles, pero mueve piezas clave en el conflicto Irán-Israel: inversiones, fibra de carbono y comercio en la sombra.

China avanza militarmente más allá de la producción de armamento y con política comercial.
En los márgenes del conflicto entre Israel e Irán, se mueve otra potencia que, sin disparar un solo misil, juega una partida silenciosa y, quizás, más arriesgada: China. Su intervención no se manifiesta con tropas ni declaraciones beligerantes, sino con fibra de carbono, barcos mercantes y acuerdos de inversión a veinticinco años. Para entender cómo China interviene, y si gana o pierde en esta historia, primero hay que contar lo que se pudo confirmar más allá de rumores.
La noche del 19 de junio, Israel bombardeó una fábrica iraní de fibra de carbono en la región de Sefidrud. Pero no fue un ataque cualquiera. Antes de lanzar los misiles, Israel hizo algo inusual: advirtió a los civiles que evacuaran la zona. La planta era una instalación clave para el desarrollo de carcasas de misiles balísticos y drones iraníes. Los misiles requieren materiales capaces de resistir temperaturas infernales sin quebrarse, como la fibra de carbono. Es un material tan liviano como resistente, que sirve para producir desde bicicletas de alta gama hasta los cuerpos de un dron suicida Shahed.
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Por qué Israel bombardeó la fábrica de fibra de carbono
Israel conocía de antemano la importancia del blanco. Hacía meses que el Mossad seguía los movimientos, probablemente con satélites, espías y drones. Cuando atacaron, sabían dónde golpear. Y no fue casual que se tratara de fibra de carbono. Este tipo de insumo, según confirmaron las autoridades estadounidenses en sanciones recientes, llegaba a través de una red de empresas con sede en China.
Aquí entra el otro jugador. En mayo, Estados Unidos sancionó a doce entidades y seis personas, entre ellas varias chinas, por formar parte de una cadena que abastecía a Irán con materiales críticos para sus programas balísticos. En paralelo, también se desbarataron rutas de tráfico de propulsores de cohetes: compuestos como el perclorato de sodio, necesarios para que un misil despegue. El tráfico fue en barcos mercantes, inofensivos portacontenedores en apariencia, pero que dentro llevaban químicos de uso dual: tanto para la industria, como para un misil.
Estados Unidos rastreó al menos dos redes de transporte que usaban este tipo de buques para llevar propulsores desde China hasta Irán, pasando por terceros países. La lógica era sencilla: China exportaba productos, recibía petróleo. Pero lo que se intercambia no siempre fue transparente, ni registrado.
Y cuando la fibra de carbono aparece en una planta bombardeada, cuando el perclorato termina en manos de los hutíes o de Hezbolá, la cadena deja de ser invisible.
China, por supuesto, no reconoce ninguna de estas acusaciones. Su política exterior se presenta como pragmática, comercial, sin alineamientos políticos declarados. Pero los hechos empujan otra lectura. En 2021, firmó con Irán un acuerdo de cooperación integral de 25 años, por el cual se comprometía a invertir hasta $400.000 millones de dólares en sectores como energía, transporte, infraestructura y tecnología. A cambio, Irán le garantiza un flujo constante de petróleo a precios preferenciales. Era un matrimonio de conveniencia: uno necesitaba energía, el otro, dinero y legitimidad.
Mucho de ese acuerdo, sin embargo, quedó en el papel. Las sanciones de Occidente y el creciente aislamiento de Irán volvieron costosa cualquier inversión directa. Pero sí se intensificaron las relaciones comerciales más opacas, más difíciles de rastrear, donde empresas chinas intermedias abastecen a Irán de materiales clave. Algunos de estos envíos fueron interceptados, otros no. El resultado: parte del arsenal que Israel enfrentó en los cielos —incluyendo drones y misiles lanzados en abril de 2024— fue construido con insumos que partieron desde puertos chinos.
Aquí es donde la historia se enreda para China. Por un lado, obtiene acceso privilegiado a recursos energéticos, mantiene viva su estrategia de expansión económica en Asia y fortalece una alianza con un país enemigo de Occidente. Por otro lado, se arriesga a convertirse en cómplice involuntario —o no tanto— de ataques que desencadenan represalias. Cuando Israel bombardea una planta que utiliza materiales chinos para fabricar misiles, el daño no solo es militar: es también diplomático, porque pone en evidencia los vínculos de Pekín con Teherán.
Además, China enfrenta una contradicción: mientras promueve su imagen global como potencia neutral, que invierte y construye puertos, trenes y satélites sin meterse en conflictos, sus materiales aparecen en los escombros de una fábrica militar iraní. Es un país que se presenta como pacífico vende insumos que terminan armando bombas. Puede decir que no sabía para qué se usaban. Puede insistir en que son insumos civiles. Pero los hechos tienen consecuencias, y las sanciones de Estados Unidos son una de ellas.
¿Entonces, gana o pierde China? Depende del plazo que se mire. En el corto, parece perder: sus empresas son sancionadas, sus rutas comerciales se ven bajo escrutinio, y su imagen como potencia no intervencionista sufre. En el largo plazo, la historia puede ser distinta. Mientras Occidente gasta recursos en guerras abiertas, China invierte en relaciones que le aseguran energía, influencia regional y la posibilidad de modelar un orden paralelo. Es un juego de sombras, en el que nunca se declara beligerancia, pero se gana terreno vendiendo las piezas del tablero.
Sin embargo, esta vez, una de esas piezas explotó en su cara. El ataque israelí fue un mensaje no solo para Irán, sino también para quienes alimentan su capacidad militar. Y si bien China no acusó recibo públicamente, sabe que la fábrica no era solo una estructura: era un espejo. Uno que refleja los riesgos de jugar a dos puntas, de vender sin preguntar, de comerciar con pólvora sin mirar a dónde apunta el cañón.
Las cosas como son.
*Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.