Presenta:

"No puedo permitirme salvarlas a las dos": el dilema imposible de una madre de gemelas en medio de la hambruna provocada por la guerra de Sudán

La guerra civil en Sudán ha destrozado vidas, cuerpos, familias y sueños. La BBC habló con niños, adolescentes, y una madre que compartió su relato mientras sostenía en brazos a su hija moribunda.

Advertencia: este artículo puede herir la sensibilidad de algunos lectores.

Touma lleva días sin comer. Permanece sentada en silencio, con los ojos vidriosos, mientras mira sin rumbo a la sala del hospital.

En sus brazos, inmóvil y gravemente desnutrida, yace su hija de tres años, Masajed.

Touma parece insensible al llanto de los otros niños pequeños que la rodean. "Ojalá llorara", nos dice la madre de 25 años, mirando a su hija. "Lleva días sin llorar".

El Hospital Bashaer es uno de los últimos hospitales en funcionamiento en Jartum, la capital de Sudán, devastada por la guerra civil que se extiende desde abril de 2023. Muchos han viajado horas para llegar hasta aquí y recibir atención especializada.

La sala de desnutrición está llena de niños demasiado débiles para combatir cualquier enfermedad. Sus madres están sentadas junto a ellos, impotentes.

No es posible calmar los llantos, y cada uno de ellos duele profundamente.

Touma y su familia se vieron obligados a huir cuando los combates entre el ejército sudanés y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF en inglés), un grupo paramilitar, llegaron hasta su hogar a unos 200 km al suroeste de Jartum.

"Las RSF nos arrebataron todo lo que teníamos: nuestro dinero y nuestro ganado", relata. "Escapamos con solo nuestras vidas".

Sin dinero ni comida, los hijos de Touma comenzaron a sufrir.

La madre parece atónita al recordar su antigua vida. "Antes, nuestra casa estaba llena de bendiciones. Teníamos ganado, leche y dátiles. Pero ahora no tenemos nada".

Sudán atraviesa actualmente una de las peores emergencias humanitarias del mundo.

Según Naciones Unidas, tres millones de niños menores de cinco años padecen desnutrición aguda. Los hospitales que quedan están desbordados.

El Hospital Bashaer ofrece atención y tratamiento básico gratuitos.

Sin embargo, las medicinas vitales que necesitan los niños en la sala de desnutrición deben ser pagadas por sus familias.

Masajed es una gemela; ella y su hermana Manahil fueron llevadas juntas al hospital. Pero la familia solo podía pagar antibióticos para una hija.

Touma tuvo que tomar una decisión imposible: eligió a Manahil.

"Ojalá ambas pudieran recuperarse y crecer", dice con voz entrecortada, "ojalá pudiera verlas caminar y jugar juntas como antes".

"Solo quiero que ambas mejoren", dice Touma, acunando a su hija moribunda.

"Estoy sola. No tengo nada. Solo tengo a Dios".

Las tasas de supervivencia aquí son bajas. Para las familias de esta sala, la guerra se lo ha llevado todo. Se han quedado sin nada ni medios para comprar las medicinas que salvarían a sus hijos.

Al irnos, el médico a cargo dice que ninguno de los niños de esta sala sobrevivirá.

En todo Jartum, la guerra civil ha reescrito las vidas de los niños.

Un tanque de guerra naranja abandonado en una calle de Jartum. Al fondo se ve un edificio de apartamentos dañado durante la guerra con las ventanas destruidas.
Liam Weir / BBC
Recuerdos del conflicto yacen por todas partes en Jartum.

Lo que comenzó como un estallido de combates entre fuerzas leales a dos generales -el jefe del ejército, general Abdel Fattah al-Burhan, y el líder de las RSF, Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti- pronto invadió la ciudad.

Durante dos años -hasta marzo pasado, cuando el ejército retomó el control-, la ciudad estuvo sumida en la guerra mientras se enfrentaban combatientes rivales.

Jartum, antaño un centro cultural y comercial a orillas del río Nilo, se convirtió en un campo de batalla. Los tanques irrumpieron en los barrios. Los aviones de combate rugían sobre las cabezas de sus habitantes. Los civiles estaban atrapados entre fuego cruzado, bombardeos de artillería y ataques con drones.

Infancias destruidas

Es en este paisaje devastado, en medio del silencio de la destrucción, donde la frágil voz de un niño se alza entre los escombros.

Zaher, de 12 años, se desplaza en silla de ruedas entre los escombros, pasando junto a coches quemados, tanques, casas destrozadas y balas olvidadas.

"Vuelvo a casa", canta suavemente para sí mismo mientras su silla rueda sobre vidrios rotos y metralla. "Ya no puedo ver mi hogar. ¿Dónde está mi hogar?".

Zaher juega al fútbol con entusiasmo en un campo improvisado. El adolescente tiene los brazos abiertos mientras la pelota está en el aire a la altura de su pecho y él se apoya en el suelo con sus rodillas. Viste jeans gastados y una camiseta blanca.
BBC
A Zaher todavía le encanta jugar al fútbol. Es hincha del Real Madrid y su jugador favorito es Vinicius.

Su voz, frágil pero decidida, contiene tanto un lamento por lo perdido como una silenciosa esperanza de que algún día pueda finalmente volver a casa.

En un edificio que ahora se usa como refugio, Habibah, la madre de Zaher, relata cómo era la vida bajo el control de las RSF.

"La situación era muy difícil", dice. "No podíamos encender las luces por la noche; era como si fuéramos ladrones. No encendíamos fuego. No nos movíamos para nada por la noche".

La madre se sienta junto a su hijo en una habitación con camas individuales.

"En cualquier momento, ya sea cuando estabas durmiendo o duchándote, de pie o sentada, te encontrabas a los paramilitares pisándote los talones".

Muchos civiles huyeron de la capital, pero Zaher y su madre no tenían los medios para huir. Para sobrevivir, vendían lentejas en las calles.

Entonces, una mañana, mientras trabajaban juntos, un dron los atacó.

"Lo miré y estaba sangrando. Había sangre por todas partes", dice Habibah. "Yo estaba perdiendo el conocimiento. Pero me obligué a permanecer despierta porque sabía que si me desmayaba, perdería a mi hijo para siempre".

Las piernas de Zaher estaban gravemente dañadas. Tras horas de agonía, lograron llegar al hospital.

"No dejaba de rezar: 'Por favor, Dios, quítame la vida en lugar de sus piernas'", relata Habibah con lágrimas en su rostro.

Pero los médicos no pudieron salvar las piernas de Zaher. Tuvieron que amputárselas justo por debajo de la rodilla.

"Él se despertaba y preguntaba: '¿Por qué dejaste que me cortaran las piernas?'". Habibah baja la mirada, con el rostro lleno de remordimiento. "No podía responder".

Tanto Habibah como su hijo lloran, atormentados por el recuerdo de lo que les ocurrió.

Y la situación es peor aún porque Habibah sabe que un par de prótesis podrían dar a Zaher la oportunidad de volver a la infancia, pero ella no puede pagarlas. Para el niño, el recuerdo de lo ocurrido es demasiado difícil de relatar.

Solo comparte un sueño. "Ojalá pudiera tener prótesis para poder jugar al fútbol con mis amigos como antes. Eso es todo".

A los niños de Jartum no solo les han usurpado su infancia, sino también lugares seguros donde jugar y ser jóvenes.

Escuelas, campos de fútbol y parques infantiles están ahora destrozados, entre recuerdos rotos de una vida robada por el conflicto.

Escombros

"Era muy bonito aquí", dice Ahmed, de 16 años, mientras observa un parque de atracciones y un parque infantil destruidos.

Ahmed en el parque en el que trabaja. Viste una camiseta andrajosa gris que tiene el dibujo de un rostro sonriente y sostiene en su mano con pinzas un trozo de mandíbula humana. Al fondo se ve una rueda gigante vacía.
BBC
Ahmed halló restos humanos en un parque infantil donde le pagan por limpiar.

Impresa en su camiseta gris y andrajosa hay una enorme carita sonriente, con la palabra "sonrisa" estampada debajo. Pero su realidad no podría estar más lejos de ese sentimiento.

"Mis hermanos y yo solíamos venir aquí. Jugábamos todo el día y nos reíamos muchísimo. Pero cuando regresé después de la guerra, no podía creer que fuera el mismo lugar".

Ahmed ahora vive y trabaja aquí limpiando los escombros de la guerra, ganando US$ 50 por 30 días de trabajo continuo.

El dinero le ayuda a mantenerse a él, a su madre, a su abuela y a uno de sus hermanos.

Había otros seis hermanos, pero, como tantas personas en Sudán que tienen familiares desaparecidos, ha perdido el contacto con ellos. El adolescente se mira los pies mientras nos dice que no sabe dónde están ni si alguno sigue con vida.

La guerra ha destrozado a familias como la suya.

El trabajo de Ahmed se lo recuerda casi a diario. "He encontrado aquí los restos de 15 cuerpos hasta ahora", dice.

Muchos de los restos encontrados han sido enterrados, pero aún quedan algunos huesos esparcidos.

Ahmed atraviesa el parque y recoge una mandíbula humana. "Es aterrador. Me hace temblar".

Nos muestra otro hueso y, sosteniéndolo con inocencia junto a su pierna, dice: "Este es el hueso de una pierna, como la mía".

Ahmed confiesa que ya no se atreve a soñar con un futuro.

"Desde que empezó la guerra he tenido la certeza de que estaba destinado a morir. Así que dejé de pensar en lo que haría en el futuro".

Zaher mirando y hablando a la cámara. El niño está sentado en una silla de ruedas y viste una camiseta negra gastada con rayas blancas.
BBC
"Ojalá me dieran prótesis para poder volver a casa caminando e ir a la escuela", dice Zaher.

La destrucción de las escuelas ha puesto aún más en peligro el futuro de los niños.

Millones de personas ya no reciben educación.

Pero Zaher es uno de los pocos afortunados. Él y sus amigos asisten a la escuela en un aula improvisada, instalada por voluntarios en una casa abandonada.

Los niños responden en voz alta, escriben en la pizarra, cantan canciones e incluso hay algunos niños traviesos haciendo tonterías al fondo de la clase.

Escuchar el sonido de los niños aprendiendo y riendo, en un país donde las oportunidades para ser niño son tan limitadas, es como un néctar.

Cuando les preguntamos cómo debería ser la infancia, los compañeros de Zaher responden con la inocencia intacta: "Deberíamos estar jugando, estudiando, leyendo".

Pero el recuerdo de la guerra nunca está lejos. "No deberíamos tener miedo de las bombas ni de las balas", interrumpe Zaher. "Deberíamos ser valientes".

Su maestra, Amal, lleva 45 años enseñando. Nunca había visto niños tan traumatizados.

"La guerra los ha afectado mucho", afirma.

"Su salud mental, su vocabulario. Hablan el lenguaje de las milicias. Maldiciones violentas, incluso violencia física. Llevan palos y látigos, con ganas de golpear a alguien. Se han vuelto muy ansiosos".

El daño causado por la guerra va más allá del comportamiento.

Con la mayoría de las familias desprovistas de ingresos, la escasez de alimentos es aguda.

"Algunos estudiantes vienen de hogares sin pan, sin harina, sin leche, sin aceite, sin nada en absoluto", señala la maestra.

Y, sin embargo, en medio de la desesperación, los niños de Sudán se aferran a fugaces momentos de alegría.

En un campo de fútbol deteriorado, Zaher se arrastra de rodillas por el suelo, decidido a jugar al deporte que más ama. Sus amigos lo animan mientras patea el balón.

"Lo que más me gusta hacer es jugar al fútbol", dice sonriendo por primera vez.

Cuando le preguntan de qué equipo es hincha, la respuesta es inmediata: "El Real Madrid". ¿Su jugador favorito? "Vinicius".

Jugar de rodillas es extremadamente doloroso y podría provocar más infecciones. Pero no le importa.

El fútbol y sus amistades lo han salvado. Le han dado alegría y una vía de escape de su realidad. Sin embargo, sueña con las prótesis.

"Ojalá me las dieran para poder volver a casa caminando e ir al colegio", dice Zaher.

Reportería adicional de Abdelrahman Abutaleb, Abdalrahman Altayeb y Liam Weir.

línea gris
BBC

Haz clic aquí para leer más historias de BBC News Mundo.

También puedes seguirnos en YouTube, Instagram, TikTok, X, Facebook y en nuestro nuevo canal de WhatsApp, donde encontrarás noticias de última hora y nuestro mejor contenido.

Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas

FUENTE: BBC