El fin de la pluralidad en la prensa: del debate interno al eco del sesgo de confirmación
La prensa internacional perdió su diversidad de voces y se adaptó al sesgo de confirmación, priorizando la reafirmación sobre la información.

La prensa tiene que poder llegar a las audiencias que son opuestas.
MDZDurante décadas, nombres como The New York Times, The Financial Times o The Economist marcaron el ritmo del mundo a través de la prensa. Eran más que medios, eran brújulas. Cada uno tenía su tono, su estilo, sus obsesiones, incluso sus errores, pero ofrecían algo que hoy escasea hasta la extinción: pluralidad interna. No hacía falta estar de acuerdo con ellos para respetarlos. Bastaba con leerlos. Bastaba con notar que allí convivían ideas diversas, firmas que se contradecían entre sí, columnas que daban espacio a visiones ajenas al redactor jefe. Era un ecosistema, no un púlpito.
Esa diversidad ya no existe, esos nombres sobreviven como cascarones de sí mismos, arrastrados por el algoritmo del sesgo de confirmación, convertidos en usurpadores de lo que alguna vez fueron. No sólo repiten la misma línea editorial con variaciones cosméticas: ahora también editan, moderan, seleccionan y enmarcan con una lógica estrictamente tribal. Ya no quieren informar: quieren acompañar y reconfortar. El lector ideal no es el que duda, sino el que asiente.
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La pelea entre la prensa tradicional y el sesgo de confirmación
Aquí conviene detenerse. ¿Qué es el “sesgo de confirmación”? Es un fenómeno psicológico, estudiado entre otros por Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía, que demuestra que las personas tienden a buscar, interpretar y recordar la información de forma tal que confirme lo que ya creen. No importa si es verdad o mentira, lo relevante es que encaje. Si una persona cree que los empresarios son corruptos, tenderá a notar las noticias que lo confirman e ignorar las que lo contradicen. Si alguien cree que el cambio climático es una exageración, buscará lecturas que lo tranquilicen, no que lo desafíen. Los medios, sabiendo esto, se adaptaron: escriben lo que el lector quiere leer.
No es necesario buscar ejemplos en notas escandalosas, basta con mirar los comentarios. Cualquier artículo que se publique sobre un tema delicado- ya sea Israel, Trump, cambio climático, IA, o incluso literatura-, recibirá comentarios que repiten como eco el espíritu del texto. Y no porque la gente haya sido convencida por la lectura, sino porque esa gente ya fue seleccionada por el filtro previo del medio. Se escribe para quien ya está de acuerdo y se comenta para confirmar que el mundo funciona como uno desea.
Este fenómeno no es accidental, es rentable. La publicidad digital ya no premia al medio más profundo, sino al más eficaz en retener la atención de una audiencia cautiva. Y la atención se retiene mejor con ideas viejas servidas en bandeja de reafirmación emocional. Lo que parece un dato es en realidad mantenimiento de identidades, de sensibilidades y creencias. Cada lector es un cliente al que hay que conservar, y la duda es mala para el negocio.
El futuro de la prensa en el mundo de los algoritmos
En el horizonte se asoman los agentes personalizados, sistemas de inteligencia artificial capaces de curar información, resumirla, verificarla, compararla y entregarla sin pasarse por el tamiz ideológico de una redacción. Cuando eso se vuelva habitual, la gente dejará de pagar por recibir lo que ya piensa. Exigirá información útil, clara, rápida, contradictoria si hace falta, pero libre. Y allí los grandes medios se van a enfrentar a su verdadera pesadilla: la irrelevancia.
Se podría pensar que este destino les cabe sólo a los medios “grandes”. Pero la usurpación es un fenómeno más amplio. Muchos otros, desde Goodreads hasta revistas académicas, siguieron el mismo camino, abandonaron el rol de espacio abierto para convertirse en mecanismos de validación de grupo. Goodreads, que alguna vez fue un lugar de exploración literaria, hoy es una plataforma de sanción moral. Los libros se juzgan por la postura política del autor, no por la calidad de la obra. Y así como los diarios ya no informan, los lectores ya no leen: evalúan si una obra merece ser leída.
Lo que viene no será necesariamente mejor, pero será otra cosa. Cuando los medios pierdan el monopolio de la atención, también cederán el privilegio de fingir independencia mientras reproducen obediencia. Ya no habrá redacciones que dicten qué es una “opinión válida” y no bastará con heredar una marca. Y entonces se verá quién era periodista y quién era sólo un operador bien pagado.
Mientras tanto, para quienes crecimos creyendo que The Economist era una fuente indispensable, o que una columna del The Financial Times abría un debate global, lo que queda es una mezcla de pena y alivio. Pena por la decadencia, alivio porque ya no dependemos de ellos. Los que usurparon su nombre no nos van a usurpar también el pensamiento.
Las cosas como son.
*Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.