Del riesgo al miedo: cómo los mercados confirman la Teoría Misálgica
Investigadores demostraron que la relación riesgo-retorno en los mercados es un mito: las decisiones de inversión responden al miedo a perder o a quedar afuera.

Los mercados dejaron de guiarse por el riesgo para medir rendimientos futuros.
Foto: EFEEn los salones de Wall Street, en las pantallas de Londres y en los teléfonos de millones de pequeños inversores, el pulso que mueve los mercados no es el riesgo, sino el miedo. Un estudio de Rob Arnott y Edward McQuarrie, con datos desde 1793, destruye la piedra angular de la teoría financiera clásica que asegura que asumir más riesgo implica obtener más retorno.
El mito de la relación entre riesgo y retorno
Entre 1804 y 1901, un inversor en acciones estadounidenses habría tenido que esperar 97 años para superar a los bonos; en 1933, las acciones volvían a quedar por debajo. El 70% de la ventaja acumulada de las acciones hasta 2023 se concentra en un solo periodo excepcional: 1950-1999. El resto del tiempo, su desempeño fue mediocre o negativo. La relación riesgo-retorno, tal como se enseña, no resiste la prueba histórica.
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Del riesgo al miedo: dos fuerzas que rigen el mercado
Arnott y McQuarrie proponen reemplazar la medición del riesgo por la medición de dos miedos: el miedo a perder (FOL, fear of loss), medido por la semivarianza, y el miedo a quedarse afuera (FOMO, fear of missing out), medido por la asimetría de los retornos. El FOL explica la aversión profunda a las pérdidas; el FOMO, la urgencia de participar en una oportunidad extraordinaria aunque esté sobrevalorada. Ambos miedos generan movimientos de capital más potentes que cualquier cálculo de probabilidades. Así se entiende la fiebre de las criptomonedas, las acciones “meme” o las burbujas de activos sin valor intrínseco: no son apuestas calculadas, son huidas de un sufrimiento anticipado.
El hombre racional vs. el hombre razonable
Aquí se abre el contraste que la teoría misálgica pone en el centro: el hombre racional versus el hombre razonable. El hombre racional, figura de manual, actúa únicamente sobre la base de riesgos medibles y distribuciones de probabilidad. El hombre razonable, en cambio, actúa en función de su sufrimiento y su alivio, calibrando decisiones según los miedos que lo atraviesan. En la práctica, el hombre racional no existe; nunca existió como animal social o económico. Todo inversor real es un hombre razonable, y su brújula son los dos miedos que Arnott y McQuarrie describen.
La teoría misálgica explica por qué esto no es un desvío sino la norma: toda acción humana es un intercambio de sufrimientos. El FOL es sufrimiento anticipado por una pérdida futura; el FOMO es sufrimiento anticipado por la exclusión de un alivio que otros obtendrán. La decisión no es “asumo un riesgo para maximizar retorno”, sino “prefiero este tipo de sufrimiento porque me alivia de otro peor”. Así, un inversor puede aceptar la volatilidad de un activo sobrevalorado para escapar de la angustia de no participar en una tendencia, o vender en pánico para evitar la ansiedad de seguir viendo caer su capital.
El desafío para la inteligencia artificial
Este eje entre hombre racional y hombre razonable es decisivo también para la inteligencia artificial que se diseña para invertir, asignar recursos o tomar decisiones económicas. Si se programa bajo la lógica del hombre racional, ignorará que para el ser humano el éxito técnico carece de valor si el camino está cargado de sufrimiento intolerable. Una IA que pretenda imitar decisiones humanas tendrá que incorporar el cálculo misálgico, ponderando el balance entre sufrimiento y alivio, y entendiendo que el mercado no se mueve por curvas de Gauss, sino por mareas de miedo.
Desde 1793 hasta los NFTs, la historia de las finanzas no es la lucha entre riesgo y retorno, sino la oscilación permanente entre el FOL y el FOMO, que ratifica de manera precisa el núcleo de la teoría misálgica.
Las cosas como son.
Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.