Medio Oriente

Siria, la guerra en la que se cruzan todas las guerras

Grupos islamistas realizaron una serie de golpes que les permitieron conquistar Alepo y avanzar hacia Damasco. Un giro que sólo es entendible en el contexto de lo que está pasando en Ucrania e Israel.

Darío Mizrahi
Darío Mizrahi jueves, 5 de diciembre de 2024 · 17:06 hs
Siria, la guerra en la que se cruzan todas las guerras
Rebeldes celebran la ocupación de la ciudad de Alepo, al norte de Siria Foto: EFE

Una nueva guerra estalló en Medio Oriente y amenaza con desestabilizar aún más una región que sigue convulsionada desde los ataques del 7 de octubre de 2023 en Israel. Más que algo nuevo, es el despertar de un conflicto que estaba hibernando desde 2020: la guerra civil en Siria, la más brutal y compleja a nivel global en lo que va del siglo.

El rebrote de violencia tuvo escenas de película este fin de semana, cuando terroristas islámicos asaltaron el Palacio Presidencial en Alepo, la segunda ciudad del país. La respuesta llegó desde Damasco, la capital donde gobierna el dictador Bashar al Assad, y desde Moscú, donde se encuentra el patrono del régimen, Vladimir Putin. Fue una sesión de bombardeos que dejaron cientos de muertos y una incógnita: ¿alcanzará esta vez el poder aéreo del Kremlin para rescatar a Al Assad?

Aunque tengan una dinámica propia, los acontecimientos que se están produciendo en Siria están íntimamente ligados a los de las otras dos grandes guerras que hacen tambalear al mundo: Israel y Ucrania. Líbano, Yemen, Irán, Estados Unidos y hasta Corea del Norte son piezas de un mismo tablero en el que todas las jugadas están interconectadas. Ya no se puede hacer movimientos en un extremo sin que afecten al opuesto.

La tragedia siria abruma. Por lo devastadora que es a nivel humano y por lo difícil que es de comprender y de seguir sin perderse. Desde que comenzó en 2011, se calcula que más de 600 mil personas murieron, casi 7 millones debieron abandonar el país como refugiados y otros 7 millones se convirtieron en desplazados internos.

Y a pesar de la dimensión de este horror, es imposible e inútil buscar algo parecido a buenos y malos. Decenas de actores participan, todos con intereses que, como mínimo, son oscuros. El desafío ahora es tratar de entender qué está pasando, quiénes son los protagonistas y cómo se relaciona esto con la saga completa que se desarrolla en Medio Oriente y en el mundo.

Los protagonistas

El origen del actual régimen político sirio se remonta a 1963, cuando el Partido Baath Árabe Socialista llegó al poder tras un golpe de Estado que instauró una dictadura laica y nacionalista cercana a las ideas del presidente egipcio Gamal Abdel Nasser. Uno de sus promotores era Hafez al-Assad, que ascendió rápidamente. En 1965 llegó a ser jefe del Ejército del Aire y en 1971 lideró un golpe que impuso una dictadura familiar. Tras su muerte en 2000 legó el mando a su hijo Bashar.

Rebeldes sirios se asientan en la ciudad de Alepo, luego de tomar el control. Foto: EFE.

La primera década de su gestión fue relativamente tranquila. Hasta que el 17 de diciembre de 2010 un vendedor ambulante se prendió fuego a lo bonzo en Túnez y desató la Primavera Árabe. Muchos jóvenes salieron a la calle a pedir cosas distintas, incluso contradictorias. Algunos reclamaban por la suba de precios, otros por la falta de libertad y muchos por la corrupción moral de los dictadores que desde hacía décadas estaban en el poder.

En las principales repúblicas árabes se desataron guerras civiles cruentas. Los gobiernos cayeron en Túnez, Egipto, Libia y Yemen. Al Assad, que lideró una de las represión más terribles, usando todo tipo de armamento prohibido contra su propia población, se encaminaba a seguir el mismo camino que Ben Ali, Mubarak y Gaddafi.

Lo desafiaban distintos grupos, que perseguían objetivos diferentes. Pero en el mundo musulmán no hay fuerza comparable al islamismo, que hace de la religión el principal combustible para la acción política. Así que casi todos los laicos y moderados fueron perdiendo terreno ante agrupaciones terroristas que aspiraban a convertir a sus países en emiratos regidos por la sharia o a formar un gran califato que dominara a todo el mundo islámico.

El que más cerca estuvo de llegar a esa meta fue ISIS, que en 2015 llegó a controlar una superficie de casi 90 mil km2 entre Siria e Irak. Fue de las organizaciones más brutales y oscurantistas que se recuerden.

Si Al Assad resistió fue gracias a sus poderosos aliados internacionales. Primero intervinieron los del barrio: Irán y su principal brazo ejecutor en el extranjero, Hezbollah. Aunque la mayoría de los sirios son parte de la rama sunita del islam, la familia gubernamental pertenece a la minoría alauita, que es parte del chiismo, la rama dominante entre los iraníes.

Con eso no alcanzaba. Lo que cambió la ecuación fue la decisiva intervención de Rusia, que tenía viejos intereses económicos en Siria. Su intensa campaña de ataques aéreos ofreció al Ejército sirio el respaldo que necesitaba para contener a los rebeldes y garantizar la supervivencia del régimen.

Pero la victoria no fue plena, porque el Ejército nunca llegó a recuperar la totalidad del territorio sirio. ISIS quedó reducido a pequeñas células, pero en el noroeste del país, en la región de Idlib, continuaron actuando otras organizaciones terroristas. Muchas de ellas, desprendimientos de Al Qaeda.

La más relevante de todas se llamaba Jabhat al-Nusra y estaba afiliada al club fundado por Osama bin Laden. Pero en 2016 se independizó para formar Hayat Tahrir al-Sham. La traducción literal sería Organización para la Liberación del Levante y se la conoce por sus siglas, HTS. Abu Mohammed al-Jawlani, su líder, jura que son menos radicales en su concepción de la sharia, y de hecho se ve a sus miembros vestidos con ropa occidental.

HTS es el grupo que lideró la ofensiva sorpresa que en una semana le permitió capturar Alepo. Allí una de las cosas que hicieron sus integrantes fue romper las botellas de alcohol que había en el free shop del aeropuerto. Una muestra de que no serían tanto más moderados. Ahora avanzan hacia Hama, la cuarta ciudad de Siria. El objetivo es seguir hacia el sur hasta Damasco.

Pero estos son sólo dos de los bandos en disputa. Otros dos actores protagonizan esta historia. Desde el comienzo de la guerra civil, la minoría kurda —que también profesa el islam aunque su lengua es el kurdo y no el árabe— aprovechó para armarse y luchar para cumplir con la vieja aspiración de este pueblo a tener su propio estado. Son muchos grupos que actúan bajo el paraguas de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS).

Como no son islamistas y fueron blanco de los ataques violentos tanto por parte del gobierno sirio como de ISIS, contaron con el apoyo de Estados Unidos. Eso les permite controlar hasta hoy regiones estratégicas en el nordeste de Siria, como Raqqa, Deir ez-Zor y Al-Hasakah.

El avance de las FDS llevó a la intervención del cuarto actor: Turquía. Tiene una comunidad kurda muy significativa dentro del país, que se convirtió en una obsesión para Recep Erdogan por los numerosos ataques del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). El gobierno turco asegura que esta organización terrorista tiene vínculos con las FDS. Así que desde hace años apoya a otros grupos que combaten a los kurdos y que tienen el control de algunas zonas en la frontera común. Sacando provecho de la actual coyuntura también realizaron avances, como la captura de la base aérea de Kuweires, que contenía tecnología y armamento iraní.

Por qué ahora

Siria es la guerra en la que se cruzan todas las guerras porque no se puede entender esta ofensiva islamista que comenzó el 27 de noviembre sin seguir los acontecimientos en Europa y en Israel. La concentración de todos los esfuerzos militares rusos en Ucrania, sumada a la sangría que está sufriendo Hezbollah —y por lo tanto Irán— en el Líbano, dejaron desprotegido a Al Assad.

HTS y las milicias turcas explotaron este contexto para avanzar y encontraron un régimen mucho más débil de lo que parecía hasta hace unos meses. Lo de las Fuerzas Armadas Sirias en Alepo fue casi un colapso. Cuando Rusia e Irán reaccionaron ya era tarde.

Los bombardeos que realizaron en los últimos días dejaron cientos de muertos que no serán condenados en las campus universitarios de Occidente porque son obra de fuerzas antioccidentales. Pero no son suficientes para frenar a organizaciones que ganan poder y confianza con cada nuevo golpe que dan.

Abbas Araghchi, ministro de Relaciones Exteriores de Irán, viajó a Damasco para reafirmar su apoyo a Al Assad y prometió combatir a los insurgentes. Fue un gesto importante, emulado por otros similares desde Moscú. Pero la realidad es que ninguno de los dos países tiene forma de volcar los mismos recursos que antes. Para ambos, las prioridades están hoy en otro lado.

Esto no significa que el gobierno sirio vaya a caer. Queda un largo camino para llegar a ese punto. Pero lo que viene no será fácil. Y tendrá consecuencias duraderas para la región. De mínima, un nuevo foco de inestabilidad ligado al terrorismo islámico.

Para Israel puede ser una gran oportunidad. Irán tiene más para perder que Rusia con la eventual caída de Al Assad, así que no va a tener más remedio que forzar a Hezbollah a mantener el cese del fuego. Con Siria en llamas, para Teherán será mucho más difícil rearmar a su brazo libanés. Sobre todo, con un Estados Unidos que se vuelve cada día más amenazante a medida que se acerca el 20 de enero.

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