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Del vino de misa al orgullo nacional, la historia del vino argentino desde sus orígenes

De las primeras cepas traídas por monjes en el siglo XVI a la industria actual, la historia del vino argentino combina tradición, ingenio y pasión.

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Un viaje en el tiempo revela cómo el vino mendocino pasó de ser un producto litúrgico a un símbolo de identidad argentina. Desde su llegada al continente hasta la actualidad, esta historia está marcada por la tradición, la innovación y el trabajo artesanal.

Los monjes y el vino sagrado

En 1551, las primeras cepas llegaron a suelo argentino tras un recorrido desde Cuzco hasta Chile y finalmente Mendoza. “El vino en América nació por una necesidad de los monjes”, explica el enólogo Aurelio Sesto. “Lo necesitaban para la misa, así que plantaron cepas cerca de las iglesias para obtener las primeras uvas”.

Lo que comenzó como un recurso litúrgico pronto trascendió a la vida cotidiana, convirtiéndose en parte de la economía y la cultura local. Estos pioneros sentaron las bases de una industria que con el tiempo se transformaría en emblema nacional.

El vino casero de la colonia

En la época colonial, la producción era artesanal e íntima. “No existían bodegas industriales; el vino se hacía en habitaciones adaptadas dentro de las casas”, relata Rodolfo Richard, doctor en Geografía e investigador del CONICET. Las uvas se pisaban descalzas sobre lagares de cuero vacuno y el mosto fermentaba en vasijas de barro.

A pesar de ser una economía de pequeña escala, el vino llegaba hasta Buenos Aires tras semanas de viaje en carretas, consolidando su presencia más allá de Mendoza.

El ingenio frente al "vino picado"

Uno de los grandes desafíos era preservar la calidad durante el transporte. “Los carreros podían abrir las botellas, beber parte del contenido y rellenarlas con agua”, cuenta Richard. Para evitarlo, los productores comenzaron a viajar junto a la mercancía, asegurando que llegara intacta a destino.

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De las primeras cepas al vino de excelencia

Hoy, Mendoza es sinónimo de vino de calidad en el mundo. Las antiguas técnicas artesanales dieron paso a una industria sofisticada, que mantiene vivas sus raíces y demuestra que, como el buen vino, la tradición mejora con el tiempo.

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