Es mendocino, participó del "GH mundial de emprendedores" y creó una startup que puede valer US$ 1.000 millones
Luego de dos meses en un castillo de Alemania, Bruno Calcagno, único argentino en el programa, avanzó a una nueva etapa y en Estados Unidos busca escalar con su proyecto.

Bruno Calcagno, de 26 años, es el único argentino seleccionado para The Bridge, un programa mundial para que emprendedores creen su startup.
Dos meses enteros encerrado en un castillo de Alemania rodeado por 39 desconocidos y el claro objetivo de crear una startup que cambie el mundo. Esas fueron las condiciones con las que el mendocino Bruno Calcagno (único argentino) se enfrentó a The Bridge, una especie de Gran Hermano de emprendedores en el que participantes de todo el mundo trabajan con el objetivo de encontrar un socio y viajar a San Francisco para lanzar su propio proyecto.
Aunque sin las cámaras prendidas 24 horas como en el reality, el joven de 26 años oriundo de Las Heras sorteó el duro desafío de “matcher” con otro emprendedor y fundar un proyecto para avanzar a la siguiente etapa. Ahora, en una segunda instancia del programa ideado por el fondo Entrepreneurs First, Bruno y su socio proveniente de Suiza, buscan en San Francisco, Estados Unidos, el financiamiento para poder desarrollar su startup centrada en la eficientización de proyectos de energía renovable con potencial de superar un valor de mil millones de dólares.
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En una entrevista con MDZ Online, Calcagno, quien cuenta con un amplio recorrido como emprendedor en Mendoza y España, contó cómo fue el proceso para ser uno de los 40 participantes de la iniciativa, el desarrollo de su nueva startup que apunta al cambio climático y las energías limpias y su vocación por proyectos que buscan soluciones globales y su futuro entre su provincia y el mundo.
-¿Cómo fue participar en The Bridge?
-El programa funciona como un “gran hermano” para emprendedores y está organizado por un fondo de inversión con sede en Londres y San Francisco, especializado en startups tecnológicas con potencial de superar los mil millones de dólares. La iniciativa busca reunir a fundadores en una etapa temprana, darles un salario y generar vínculos para que armen proyectos con alto valor. Usualmente se desarrolla en grandes ciudades, pero por primera vez se hizo en un castillo en Alemania, cerca de Hannover, durante julio y agosto. Allí convivimos durante dos meses cuarenta participantes de distintos países, en su mayoría programadores con perfil técnico, como desarrolladores de software, y éramos unos pocos con formación en negocios. Era el único argentino y tenías personas de todo el mundo, Pakistán, Estonia, España, Estados Unidos, Brasil, Suiza…
-¿Lograste conectar con otro emprendedor?
-La experiencia fue muy intensa desde el inicio, nos alentaban a conocer a todos, entender en qué industria quería trabajar cada uno y qué ideas traía. Hacíamos algo parecido a un “speed dating” para ver con quién hacíamos mejor match, y hasta teníamos un chat donde se comentaba quién se asociaba con quién y quién rompía esas alianzas. Había mucho chisme, parecía literalmente un gran hermano -risas-, se formaban equipos, se peleaban, incluso surgieron parejas.
En mi caso tuve suerte, porque desde el primer día trabajé con Jens, un suizo que ya conocía de un hackathon en Rotterdam donde habíamos colaborado durante 48 horas en un proyecto sobre energía y cambio climático. En el castillo sumamos también a un español con experiencia en inteligencia artificial, aunque se bajó a los pocos días, así que seguimos Jens y yo. Estuvimos juntos hasta el final del programa, que cerró con un comité de inversión frente a inversores de Inglaterra y Estados Unidos, donde presentamos nuestro trabajo. De los cuarenta participantes, veinte pasamos a la siguiente etapa en San Francisco, en la que estaremos hasta mediados de octubre, cuando definirán en qué proyectos invertirán.
-¿En qué se especializa la startup?
-Al principio nos enfocamos en alinearnos a nivel personal y definir una visión común. Decidimos trabajar en temas vinculados al cambio climático y la energía. Investigando los grandes desafíos que enfrentará el mundo en las próximas décadas, detectamos que en los próximos diez años será necesario generar un 30% más de energía para sostener la demanda de centros de datos, autos eléctricos, robots y la electrificación de los hogares. Las opciones tradicionales, como el carbón o la energía nuclear, no resultan viables por su impacto ambiental o por los plazos que requieren, por lo que la mejor solución que tenemos son las energías renovables.
El problema es que los proyectos solares o eólicos enfrentan enormes trabas burocráticas y de infraestructura. Por ejemplo, en Estados Unidos, entre el 80% y el 90% nunca se construyen. Frente a esto, estamos desarrollando un modelo de inteligencia artificial que agilice la obtención de permisos y estudios de ingeniería, reduciendo costos y tiempos de evaluación para saber rápidamente si un proyecto es rentable. Optimizar los recursos desde todo punto de vista. Nuestro objetivo es acelerar la transición hacia las renovables y contribuir a cubrir ese 30% de la demanda futura de energía en lo próximos diez años, que equivale a sumar cada año la capacidad de un país del tamaño de Japón.
-¿Cómo llegaste a ser emprendedor y desarrollar este tipo de startups?
-Nací en Mendoza y me crié en Las Heras y Guaymallén. A los dieciocho años me mudé a Bolonia con una beca para estudiar negocios, después hice un intercambio en Australia, donde trabajé en una startup y descubrí que ese era el ambiente en el que quería estar. Me apasionó la idea de crear cosas y, al volver, lancé en Mendoza una startup llamada Laburo, una aplicación para solicitar servicios para el hogar como plomería, electricidad o limpieza.
-¿Y funcionó?
- No -risas-. En realidad sí, porque llegó a tener unos diez mil usuarios, pero resultaba muy difícil escalarla. Al trabajar con empresas de oficios entendimos que su mayor necesidad no era conseguir clientes, sino gestionar el negocio, llevar registros, calcular cobros y pagos, organizar horas de trabajo. Muchos usaban Excel o papel y perdían plata y tiempo. Eso nos llevó a cambiar el modelo y crear un software de gestión para pymes de limpieza, plomería o electricidad. Así nació Manax, con la que levantamos inversión en España, Suiza y Estados Unidos, y logramos crecer con clientes en Europa, Latinoamérica y, más tarde, en Estados Unidos, gracias también a un curso que hice en Stanford. Después de dos años y medio decidí dejar la empresa porque sentí que había cumplido un ciclo y quería un proyecto más ambicioso, vinculado a la energía y el cambio climático. Por eso me postulé al programa The Bridge, quedé seleccionado y ahora estoy enfocado en crear una startup global desde San Francisco.
-¿Cómo te ves en el futuro cuando termines con el programa?
-No sé dónde me veo físicamente en el futuro, pero sí sé que quiero trabajar en algo que aporte verdadero valor a la humanidad. Siento que abordar problemas globales, aunque parecen más difíciles, en realidad puede ser más fácil porque atraen a los mejores inversores y al mejor talento del mundo. Cuando alguien decide enfrentar un desafío enorme, como curar el cáncer o frenar el cambio climático, logra motivar a personas brillantes a sumarse a esa misión. Por eso me imagino siempre enfocado en ese tipo de proyectos.
El que estoy desarrollando ahora va en esa línea. Si no logramos generar energía renovable suficiente, el calentamiento global se va a agravar con consecuencias muy graves. Me entusiasma aportar mi granito de arena en este campo y creo que mi motivación será siempre la misma: resolver problemas de impacto global, ya sea creando nuevas soluciones o, en el futuro, apoyando a otros emprendedores que también quieran transformar el mundo.