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El desafío de Luis Caputo en Washington: conseguir dólares sin deuda ni ley del Congreso

El ministro negocia en EE.UU. dos alternativas para el rescate financiero: la venta de bonos del FGS o un swap al estilo chino. Cualquier error podría exponer al Gobierno a un nuevo cimbronazo político.

Scott Bessent y Luis Caputo

Los focos de la semana se concentran en Washington, concretamente en las reuniones que el ministro de Economía Luis Caputo y su equipo mantendrán con el secretario del Tesoro norteamericano Scott Bessent (a esta altura, una especie de hombre meca) y, seguidamente, algún que otro funcionario o funcionaria del Fondo Monetario Internacional, como Kristalina Giorgieva.

Los mercados están en pausa y decidieron, desde el jueves de la semana pasada, darle una tregua al Gobierno de Javier Milei. Los bonos y las acciones dejaron de caer y hasta insinuaron una tenue mejora. Pero, desde este lunes, todos mirarán lo que pueda suceder esta semana en la capital de los Estados Unidos desde donde, sí o sí, deben llegar definiciones; porque parece que los tiempos de declaraciones se acabó.

El ministro de Economía argentino desplegó hacia Washington toda su artillería negociadora dentro del Palacio de Hacienda, y más allá también. Estarán a su lado el viceministro José Luis Daza, quién tiene la chapa de ser uno de los argentino (nacionalidad compartida con la chilena) que más conoce a Scott Bessent desde los tiempos en que ambos eran traders y creadores de fondos de inversión. También estará en la capital norteamericana el secretario de Finanzas Pablo Quirno, hombre que tiene en mente toda la estructura de vencimientos y colocaciones de deuda de esta etapa; incluyendo el dato clave: cuántos bonos con vencimiento más o menos cercano están en poder del sector público. Ya se verá porqué el dato es fundamental. Finalmente, y para darle contenido explícito a la negociación con el Gobierno norteamericano (y el FMI), estará presente el presidente del Banco Central Santiago Bausilli, funcionario más que importante porque será quién deba convencer a ambos interlocutores que es verdad que las reservas están creciendo y crecerán más en el futuro.

Se saben que la ayuda de los Estados Unidos sólo apunta a una meta y un fin: que Argentina no caiga en default. Y debe tener además una característica: el dinero que llegue cuando desde la administración de Donald Trump apriete la tecla enter, no puede figurar como un giro de dinero en efectivo o a plazo. Sobre todo si es con algún interés de retorno. Si así fuera, sería nueva deuda y tendría que ser aprobada por el Congreso Nacional, según la norma aprobada en 2020 durante el Gobierno de Alberto Fernández con Martín Guzmán como ministro de Economía.

Tal como está configurado el panorama político actual, saben desde el Poder Ejecutivo (de acá y de Washington) que si el dinero proveniente desde los Estados Unidos debiera tener una ley que lo respalde, el Gobierno de Javier Milei podría exponerse a un papelón: que el Congreso Nacional lo rechace y que luego el presidente vete ese rechazo y que el Legislativo vuelva a rechazarlo.

El problema son los tiempos. Aunque la ayuda se efectivice para el 2026, concretamente para realizar el próximo pago de deuda del 9 de enero, los mercados deben conocer el mecanismo de salvataje mucho antes de esa fecha. Y aunque al Gobierno de Javier Milei le vaya relativamente bien en las elecciones del domingo 26 de octubre, la actual composición de las cámaras de Diputados y Senadores permanecerán inalterables hasta el 10 de diciembre, cuando los nuevos legisladores ingresen a sus respectivos recintos. Demasiado tiempo para merados desesperados por buenas noticias, o al menos, novedades tranquilizadoras. De hecho, Luis Caputo debe solucionar este problema de confianza antes de las elecciones legislativas, si no quiere llegar al momento de ir a votar las renovaciones de ambas cámaras con un riesgo país endemoniadamente por arriba de los 1.000 puntos básicos y el peligro del default siempre cercano.

Lo que en realidad fue a buscar el equipo económico a Washington es el armado de la martingala leguleya para salvar la necesidad del Congreso Nacional. Fue parte de la negociación previa al anuncio de la ayuda de los Estados Unidos de hace 15 días y hubo que remar para que una persona bastante institucionalista como el secretario del Tesoro Scott Bessent acepte un salto al legislativo criollo. En definitiva, las ordenes de Donald Trump era la de salva a su amigo Milei, y Bessent tuvo que aceptar. Igualmente, pasado el tiempo y luego de una embestida de algunos diputados demócratas que criticaron la ayuda a la Argentina, también a la administración Trump le viene bien que el rescate no figure como gasto directo y pérdidas de ingresos en el activo del presupuesto norteamericano. Menos en tiempos de "shutdown".

Dos son las alternativas que se manejan ahora: la primera, que los Estados Unidos compren bonos argentinos en propiedad del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) a precio de mercado y bajo la seguridad que esos títulos públicos tendrán una valoración en el futuro para que en la cuenta azul del gobierno norteamericano no figure como pérdida. El dinero que reciba el Tesoro pro estas ventas se usarán para pagar el vencimiento de 4.300 millones de dólares del 9 de enero, cuando deben liquidarse los cupones de los bonares y globales de la deuda reestructurada en octubre del 2020. Para la Argentina no sería toma de nueva deuda, sino venta de títulos, con lo que no se necesitará al Congreso. Para los Estados Unidos no habría pérdida de activos e, incluso, eventualmente, una mejora en las cuentas públicas norteamericanas.

La segunda alternativa es un swap simple y directo. Al estilo chino. Esto implica que el intercambio de monedas se activa con el comercio bilateral, sin pasar necesariamente por las reservas del Banco Central. La explicación teórica de este mecanismo, es un acuerdo financiero entre dos bancos centrales o entidades financieras para intercambiar divisas por un período determinado, con el compromiso de revertir la operación en el futuro. No es un préstamo tradicional, sino un intercambio recíproco que busca dar liquidez y estabilidad monetaria.

En teoría, un banco central le gira dinero a otro previo acuerdo, para luego, con el tiempo, este segundo responda el giro. Así es como funciona el acuerdo con China. El problema en el caso de un swap entre Argentina y Estados Unidos es que en Washington, el banco central es la Reserva Federal. Y, a diferencia de la Argentina, no responde a las indicaciones del Poder Ejecutivo (Trump), sino a su directorio, que hoy dirige el presidente de la entidad Jerome Powell. De hecho, entre Trump y Powell hay hoy un conflicto directo por la manera de interpretar la economía en general y la política monetaria en particular. Es más, hace poco tiempo, el propio titular de la Casa Blanca pidió la renuncia de Powell algo que desde la entidad monetaria fue tomado con bronca y risa por igual.