Ante un ciclo de cambios radicales, cómo y por qué dolarizar la economía
Cuáles son los pro y contras de un cambio de sistema monetario en el país. Los efectos en la inflación, la capacidad de compra y las tasas de interés. El empresario Gonzalo Tanoira lo explica en MDZ.
El tema dolarización de la economía argentina ha sido ampliamente debatido en nuestro país desde que Javier Milei lanzó su plan económico en la campaña electoral, y sobre todo desde que fue elegido presidente. Muchas voces a favor y muchas en contra lo han transformado en un tema tabú, en el que los fanatismos nos llevan a una discusión en la que nadie cambia de idea y se debate de la misma manera en que debatiríamos si hay que ser de Boca o de River.
Argentina pasa por días aciagos y si no nos ponemos de acuerdo en esta importante política monetaria se nos va a pasar el tiempo discutiendo sin tomar ninguna decisión, como pasó con la reciente ley ómnibus. Argentina no puede darse ese lujo.
Para debatir ordenadamente tenemos que separar los razonamientos en dos secciones
- ¿Es bueno dolarizar?
- ¿Se puede dolarizar?

Si bien no es la receta recomendable para cualquier país, Argentina no tiene demasiadas opciones en la mano para parar la inflación. Años de anomia institucional, cambios en las leyes, subordinación del BCRA al gobierno de turno y una emisión descontrolada para financiar el déficit fiscal del Estado, hacen que la gente desconfíe del peso como reserva de valor. La aceleración de la oferta de pesos en el sistema y el miedo de las empresas a quedar rezagadas en la escalada de costos crean un espiral retroalimentado entre inflación y devaluación del peso, en la que ya no se distingue cuál es la causa y cuál el efecto.
Países como Panamá, Ecuador, El Salvador y la Eurozona han logrado estabilizar sus economías y crecer a buen ritmo quitando a sus bancos centrales la capacidad de emitir moneda propia y obligándolos a ajustarse el cinturón en lugar de seguir con la fiesta
monetaria cada vez que sus economías lo demandan.
Todos ellos han podido crecer a tasas mucho más altas que la Argentina en los últimos 20 años, sacando así a un importante número de personas de la pobreza. Lo que es más importante, han conseguido sortear numerosas crisis sin contar con una política monetaria propia (capacidad de emitir), uno de los riesgos muchas veces mencionado por los detractores a la dolarización. Solo esto nos demuestra que ésta es una opción absolutamente válida para la Argentina que tenemos que tomar seriamente en cuenta.
¿Se puede dolarizar?
Gran parte del debate se queda estancado en esta parte. Muchos economistas que no creen en esta política, al mostrarles los beneficios terminan escudándose en el “igual no se puede, así que ni lo debatamos”. Los argumentos preferidos son que no alcanzan los dólares de las reservas o que se necesitaría una ley o un cambio en la Constitución que nunca se lograría políticamente. Creo que están equivocados.

Todos los precios en pesos de la economía argentina se han ido adecuando, a medida que pasa el tiempo, a la caída del valor del peso. Desde un paquete de cigarrillos, un kilo de carne, un viaje en avión o el sueldo de un obrero, todos han tenido algún mecanismo de actualización. Nada hoy en la Argentina tiene el mismo valor en pesos que tenía hace tres años (tal vez salvo algunos servicios públicos, factor que crea otros problemas que serían muy largos de analizar en esta nota).
Ahora bien, la inestabilidad y la conflictividad en el país viene de la mano de que todos los precios se ajustan por parámetros distintos: Los precios de los productos transables (los que se pueden exportar o importar) se actualizan de acuerdo a su valor en dólares fuera de nuestro país, mientras que los no transables (servicios y bienes amurados al suelo como bienes raíces) lo hacen de acuerdo a la oferta y la demanda local.
Los sueldos de los empleados en convenio se ajustan de acuerdo al poder de fuego que tengan los respectivos sindicatos, mientras que los trabajadores en negro deben ajustar de acuerdo al IPC o simplemente a lo que el mercado dicte. Esto crea permanentemente ganadores y perdedores.
Trabajadores y jubilados que se quedan atrasados en sus ajustes de sueldo y pierden poder adquisitivo, empresarios pyme que suben sus precios demasiado pronto y por ello pierden consumidores o demasiado tarde y por ello se funden. Exportadores que
quedan fuera de grandes mercados porque sus costos en dólares subieron, e importadores que repentinamente no tienen acceso a divisas para pagarle a sus proveedores del exterior. El número de ineficiencias con las que tiene que lidiar el sector privado a causa de los vaivenes en los costos y precios es infinito.
Cuando Chile inició su plan de estabilización creó un único índice de actualización, la UF, por la cual todos los precios de la economía eran ajustados cada mes por igual. Esto trajo orden dentro del desorden. No tenían una moneda fuerte, pero las empresas y las personas podían planificar a largo plazo porque sabían que sus costos y sus ingresos se ajustarían con la misma vara. Chile dinamizó así las inversiones productivas y fue de a poco bajando su inflación ordenadamente, pero consiguiendo al mismo tiempo que los sujetos de crédito pudieran endeudarse sin temor a quedar del mal lado del ajuste.
¿Cuál debería ser el índice de ajuste común a toda la economía?
El IPC debería funcionar como el índice por el cual toda la economía se ajusta, pero a causa de los constantes manipuleos del Indec por parte del gobierno de turno no está claro que sea un índice que represente a largo plazo la verdadera caída en el poder adquisitivo del peso.
Por otro lado, en la Argentina conviven múltiples tipos de cambio del peso contra el dólar: El oficial, el MEP, el blue, el CCL y varios más sujetos a distintas regulaciones. No deberían existir más de dos, en un principio, y converger a solo uno lo más pronto posible para quitar el cepo. Si el Gobierno le permitiera a los bancos comprar y vender libremente dólares al tipo de cambio que ellos consideren apropiado en base a la oferta y la demanda, eso armaría un mercado de dólares que barrería con todos los tipos de cambio no oficiales (CCL, MEP y blue), creando un solo dólar de mercado que podríamos llamar dólar financiero. Este
conviviría con el oficial mientras no sea posible para el gobierno eliminar el cepo.
La evolución del dólar financiero debería ser el índice de ajuste de toda la economía por igual. Esto traería la ventaja de que los trabajadores sabrían que sus salarios se van a ajustar al mismo ritmo que sus costos, como así también, los empresarios sabrían que sus costos van a subir al mismo ritmo que sus ingresos. Esto daría certidumbre al sistema, con el valor adicional de que los exportadores e importadores sabrían que sus productos e insumos tendrán una evolución igualmente estable frente a sus costos y ventas locales, respectivamente. Los sindicatos ya no serían los encargados de negociar el aumento para sus agremiados, ya que el ajuste sería automático en base al movimiento del dólar financiero.
En el mediano plazo, el Gobierno debería autorizar a que tanto las empresas como los empleados denominen los precios de sus productos y sueldos, respectivamente, en dólares, aunque su pago sea en pesos al tipo de cambio del dólar financiero en el mercado.
De esta manera habremos dolarizado la economía sin haber necesitado usar ni un solo billete verde. Cada producto o servicio en el mercado tendrá su denominación en dólares y se podrá pagar en pesos al tipo de cambio financiero. En una siguiente etapa, y recién cuando el orden dentro del desorden empiece a rendir sus frutos, podremos empezar a hacer pagos en billetes dólar, de a poco incorporando un bimonetarismo en las transacciones diarias.
Foto: MDZ.
¿La muerte del peso?
El Poder Ejecutivo tiene la facultad de regular la oferta de circulante sin pedirle permiso ni al Congreso ni a la Constitución. De la misma manera que puede emitir dinero, lo puede destruir cuando tiene evidencia de que los pesos sobran por falta de demanda de dinero. Con esto en mente, el gobierno podría comenzar una destrucción sistemática de los pesos billetes para lograr mantener estable la paridad del peso con el dólar financiero en 1000 (lo que facilita mucho los cálculos), sin destruir la totalidad de la base monetaria. Esto le permitiría asegurar que el país aún cuenta con una moneda nacional (que serviría como cambio chico ya que su billete de mayor denominación vale hoy 2 dólares), pero en la práctica el 90% de las transacciones diarias se harían en dólares, tanto nominal como físicamente.
En este caso sería la gente la que elige libremente el dólar para transaccionar y por ende el poder ejecutivo no debe pasar por una ley en el Congreso que lo autorice. Para ampliar la cantidad de dólares en los bancos que ayude con este proceso se debería hacer un blanqueo que atraiga parte de los dólares que los argentinos tienen hoy en el colchón o en el exterior, dando la posibilidad de que sean depositados en el sistema financiero local a costo cero, sin preguntar de dónde provienen.
Cómo en muchos blanqueos que se hicieron en el país, no preguntar el origen de los fondos no debe implicar que se extingue la responsabilidad penal sobre cómo fueron obtenidos, si se llegara a probar que estos provienen de ilícitos como la corrupción o el narcotráfico.
Este proceso tendría la ventaja de no necesitar los dólares de entrada, generar estabilidad entre precios y salarios, generar estabilidad con el exterior para exportar e importar y reducir abruptamente la inflación en dólares. Con el tiempo, y si no se imprimen billetes de mayor denominación, el peso terminará cayendo en desuso aunque más no sea por la poca practicidad de cargar tantos billetes en una bolsa.
* Gonzalo Tanoira, empresario.

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