San Martín, el psicólogo: el liderazgo impensado que ejerció para convencer y liberar un continente
San Martín encabezó una epopeya. Fue político y gestor. Pero también psicólogo: cómo hizo para influir, motivar y liderar un continente.
San Martín, según la IA. El libertador fue, además, psicólogo de su tropa y su pueblo.
Había que armar un guerrero de alguien que era agricultor. Forjar un soldado en alguien que vendía telas o vinos. Enseñar a convivir con la muerte a alguien que era maestro, músico o pintor. Pensar en quienes iban al combate y paralelamente, en quienes se quedaban en Cuyo. Por ende, preparar un pueblo que administrará una provincia que tras la partida del ejército libertador quedaría prácticamente vacío. Sin bienes, sin mulas, sin caballos, sin vacas, sin arados, sin herramientas, sin hombres. Todos partieron a la guerra.
Había que empoderar a las mujeres que ante la partida de “ellos” deberían hacerse cargo, vaya paradoja, de todo. De la economía, la tierra, la siembra, la cosecha, el riego, el precio de los pocos productos que quedarán, la comercialización, la política, la educación, la cultura, el hogar, los ancianos y los pibes. Eran tiempos de guerra; y en tiempos de guerra las batallas se libran en múltiples frentes. Básicamente en el campo bélico, pero también en el terruño propio donde seguirían los que debieron quedarse a “bancar la parada”.
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La historia justamente nos contó decenas de acciones sobre el gran general que con sus logros consiguió la libertad de medio continente, aunque muchas veces pasó inadvertido otro costado.
Sin agregar virtudes militares, políticas y estratégicas a lo ya conocido, me detendré en un aspecto sustancial. Durante estas columnas hemos abordado distintos artículos sobre la importancia que dio San Martín a la preparación física y al cuidado de la salud e higiene: entrenamientos aeróbicos, anaeróbicos, de sobrecarga, campaña de vacunación antivariólica, control bucal, lucha contra la vinchuca y la rabia, prevención de enfermedades venéreas, el rol de la alimentación, la hidratación y potabilización del agua, barreras sanitarias, hospitales móviles, que alcanzaron a todos los miembros de la sociedad, no solo a los soldados.
Ya conversamos además en otras notas sobre la trascendencia que brindó a la composición de equipos multidisciplinarios de trabajo. También a la significación de aspectos estratégicos que muchas veces escapan de los grandes análisis: la información y el espionaje, el cuidado de la red vial y acequias, el rol de la mujer y los negros, el papel preponderante de baqueanos, empíricos meteorólogos, veterinarios, etc.
Hoy agregaremos un nuevo elemento: la trascendencia que tenía el componente psicológico en función del objetivo primordial. Aspectos y factores “invisibles” de toda preparación que a la postre marcarán la diferencia.
La emoción como arma de convencimiento
San Martín fue un admirador del mundo griego. Su biblioteca particular lo demostró. Grecia fue un puñado de pequeñas islas dispersas, en una hostil geografía, pero pudo sobreponerse a históricos grandes ejércitos. Persas, romanos, egipcios, fueron testigos de la preponderancia helena. Estos griegos no eran los más fuertes; “se sentían los más fuertes”. Estaban convencidos. Fueron los creadores de la filosofía y la democracia. Ambas de absoluta vigencia, así (por ejemplo) esa fortaleza intelectual les permitió pensar y organizarse desde otra perspectiva.
Pero también (paralelamente) aquellos griegos crearon juegos como fórmula de entrenamiento físico y elemento de cohesión anímica. El más conocido también llegará hasta nuestros días: los juegos olímpicos. Agregaremos cientos de celebraciones y juegos regionales que tenían como objetivo encontrar herramientas que brindaban seguridad, fortaleza e identidad, permitiéndoles resolver problemas y sobreponerse a situaciones adversas ante situaciones de enorme presión o stress y como elemento predisponente ante la resolución de conflictos imprevistos.
En foco con la epopeya sanmartiniana estarán, nada más que cinco mil soldados (en su amplísima mayoría, militares “amateurs”, no de profesión) que tenían que cruzar Los Andes, para enfrentar a uno de los ejércitos más importantes del mundo (que “jugaba de local”), dejando atrás una “zona de cierto confort”, madres, hijos, esposas, propiedades, arraigos, trabajos habituales, que probablemente no volverían a ver jamás.
Soldados que son vecinos
San Martín y su estructura de trabajo debió entrenar un equipo de vecinos. Aficionados en el arte de la guerra que para colmo al principio eran poquísimos: “Haremos soldados de cualquier bicho”, le había escrito Tomás Guido a San Martín. “Tengo 150 sables amojosados y nadie para que los empuñe”, se había quejado el General. Pero además de conseguir que el soldado tirara bien con el fusil, supiera montar en combate o se subordinara a una táctica de guerra. Había que entrenar a 5.000 hombres para que se sintieran fuertes, no se deprimieran, no los asustara el terrible frío cortante de la noche o la soledad de la imponente montaña. Y no se dejarán amilanar por el bien ganado prestigio militar del adversario.
¿Cómo lo consiguió? Apego, cercanía y palabra
Primero; dio el ejemplo y exigió a su plana mayor lo mismo. La clave de la fortaleza mental del ejército fue entrenada desde otro costado. Era una obligación para el cuerpo de oficiales, después del adiestramiento militar, quedarse conversando con un grupo de soldados relatando sus experiencias. Ocupó “la técnica del acercamiento”. Líderes hablando de igual a igual, contando sus vivencias, desavenencias, hechos heroicos, pero también sus dramáticas experiencias de ayer: dudas, frustraciones, miedos, derrotas. Todo como algo normal de un proceso. “Lo que les está pasando a ustedes, a mí también me pasó”, relativizando el papel de la incertidumbre ante lo desconocido. El mismo San Martín recorría personalmente “las cuadras” donde descansaban los soldados y conversaba entre mates y consejos, como uno más.
Otra acción destacada tras la jornada de adiestramiento diario fueron los fogones, las payadas. Todos los regimientos tenían un payador, “recordemos que en esos años Juan Gualberto Godoy, el vate mendocino (el mismo que derrotó al mítico Santos Vega), con apenas 21 años formó parte de la escolta de San Martín" (Damián Hudson). También las representaciones teatrales, la lectura de libros (cuando no, la enseñanza de la escritura y lectura), los torneos de cinchada, las carreras de sortija, la taba, la guerra de las cañas que simulaban lanzas, el canto, los juegos de ingenio, las competencias ecuestres de destrezas y paleteadas, un adaptado “juego de pato” por equipos, los improvisados magos, ventrílocuos, malabaristas, imitadores que hacían de bufones para entretener al regimiento, los lanzamientos de boleadoras, los juegos de puntería, el ajedrez, las exposiciones de cerámicas o tallados en madera, las acrobacias de jinetes, las competencias de fuerza, las pulseadas. Todas destrezas que después aplicaría el soldado cuando tuviera en situación de combate: trepar, lanzar, correr, montar, subir un cerro o improvisar ante lo inesperado.
Además, la familia en los días de franco de la tropa se concentraba ante los nuevos lugares de esparcimiento. Seguramente los bailes y trovadores cerrarían la jornada de descanso. Se debía propiciar espacios de distención amplios, masivos, comunitarios e integrados. Este habría sido uno de los motivos de la extensión de la histórica “Alameda de Mendoza”, sumado bancos y jardines, para ampliar el lugar de concentración. Había que “bajar la presión del equipo” pero con actividades artísticas, físico – lúdicas y espirituales.
Era necesario estimular la recreación, pero “la joda” se cortaba apenas se ponía la noche. Al día siguiente había que entrenarse, estudiar o trabajar desde temprano. Y había que estar “fresco”. Otra batalla cultural que libró: el combate contra “los vagos” (según su expresión) y el fomento de la cultura del trabajo. Hasta un reglamento esgrimió donde se establecieron los límites de conducta y se sancionaron los excesos.
Una empírica aproximación a la ciencia
Aquella escuela empática, cercana, vivencial, que soñó San Martín está vigente. Sigue ofreciendo alternativas en la plaza del barrio, en el gimnasio del club, en el centro cultural de la zona, en el patio de la escuela.
Cuando San Martín y sus soldados escalaron la cordillera, no enfrentaron solamente al enemigo: desafiaron al frío, al hambre, al miedo y al propio cuerpo. Muchos eran adolescentes de 13 años, que habían dejado atrás familias, afectos y sueños. Cada paso fue un acto de supervivencia, de emoción compartida y de propósito trascendente.
Pero también hubo otra historia que se escribió en silencio. En cada hogar cuyano: las madres, hermanas y familias que despidieron a esos soldados sintieron miedo, angustia, incertidumbre y orgullo. La partida de esos jóvenes hombres no fue solo militar, fue un desgarro emocional colectivo. Muchas de esas mujeres quedaron a cargo de sus familias, del trabajo diario y del cuidado de los más pequeños. Sostuvieron el hogar, los cultivos, los oficios y la esperanza, convirtiéndose en el pilar invisible de aquella epopeya. Cada abrazo contenía una despedida sin saber si habría regreso, pero también una promesa: mantener viva la actividad mendocina mientras otros cruzaban la cordillera.
San Martín y la psicología
El doctor Paul D. MacLean (1913 – 2007) fue un neurocientífico norteamericano que hizo contribuciones significativas en los campos de la psicología y la psiquiatría. Su teoría evolutiva del “Cerebro Triuno” propone que el cerebro humano funciona en tres niveles interrelacionados: el reptiliano, el sistema límbico y la neocorteza.
“El reptiliano”, regulará las funciones básicas de supervivencia. “El límbico”, gestionará las emociones, la motivación y los vínculos. “El neocórtex” permitirá el pensamiento, la planificación y la reflexión. Estas tres estructuras no actúan por separado: se integran para sostener la vida, la emoción y el sentido. El Cruce de los Andes fue una manifestación perfecta de esta integración humana.
El “cerebro reptiliano”, estimuló la supervivencia, donde el cuerpo de cada soldado se enfrentó a condiciones extremas: frío intenso, falta de oxígeno, hambre y agotamiento. El sistema nervioso simpático se activaba para conservar el calor, aumentar la frecuencia cardíaca y resistir el dolor. Era el instinto vital en su máxima expresión: mantener la vida cuando todo amenazaba con extinguirla.
El “cerebro límbico”, segrega hormonas como la oxitocina, adrenalina, serotonina, dopamina, cortisol. El límbico se activaba ante la competencia, las pujas, los desafíos, la socialización, el afecto. Dicho sistema sostenía las emociones vinculadas a la identidad, pertenencia, esperanza y lealtad. San Martín, de manera visionaria, comprendió que no bastaba con mantener cuerpos fuertes: había que cuidar las emociones. Por eso promovió momentos de esparcimiento, música, canto y juego. El juego actuaba como liberador de tensiones, permitiendo a los soldados (muchos adolescentes) recuperar el ánimo y la conexión con la vida. El juego, desde esta mirada, fue una forma temprana de regulación emocional colectiva.
Y en los hogares, las familias también atravesaban su propio “cruce cordillerano” emocional: madres que rezaban en silencio, que sostenían el miedo con esperanza, que trabajaban y cuidaban la chacra mientras esperaban noticias. Sus cuerpos también resistían; sus corazones también luchaban. El sistema límbico de toda una sociedad se activó, compartiendo un mismo pulso emocional: el de una patria naciente sostenida por manos invisibles que debían transformarse en invencibles.
En tanto, el “cerebro neocórtex” (la razón y el propósito) permitió pensar, planificar y dar sentido a lo vivido. San Martín diseñó con precisión rutas, tiempos, espacios y estrategias, pero sobre todo sostuvo un ideal: la libertad de los pueblos de América. Ese propósito trascendente dio al sufrimiento, una dirección y significado. El pensamiento convirtió la adversidad en sentido; la mente iluminó el esfuerzo del cuerpo y las emociones.
San Martín entendió en base a su culta formación y antes de que la ciencia teorizara, explicara y demostrara, que el ser humano no se mueve solamente por fuerza física ni por razón, sino por la unión del instinto, la emoción y el pensamiento. Fue por eso; frente al frío de la montaña, la guerra, las dudas, el miedo y el adversario: el cuerpo resistió, el corazón sostuvo y la mente dio un propósito.




