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Pornovenganza: el precio de exponer la intimidad en tiempos digitales

La pornovenganza expone daños emocionales profundos y revela una violencia digital creciente que exige respuestas urgentes.

La pornovenganza no solo es ilegal, sino que devela desequilibrios propios del perpetrador.

La pornovenganza no solo es ilegal, sino que devela desequilibrios propios del perpetrador.

Archivo MDZ

Hace unos cuantos años, en la escuela donde asistían mis hijos, empezó a circular un video de una maestra manteniendo relaciones sexuales con su pareja. Recuerdo cómo muchos hombres compartían el rumor, lo comentaban con complicidad, ofrecían “el video para quien quisiera verlo”, como si fuera un trofeo más del chisme colectivo. Yo lo vi. Formé parte de esa horda. Pero al rato me detuve y me pregunté: ¿para qué lo vi? ¿Qué ganaba con eso? ¿Qué le aportaba a esa mujer —su intimidad, su vida, su dignidad— que alguien expusiera su cuerpo como espectáculo? Sentí culpa. Tomé una promesa: borrar sin mirar cualquier contenido íntimo ajeno y no participar nunca más de esa cadena automática de consumo y difusión.

Años después, acompañé a una persona que, tras una ruptura turbulenta, descubrió que su expareja difundió imágenes íntimas compartidas en un momento de confianza. La vi temblar, con angustia física, con el dolor de saber que lo más íntimo —su sexualidad, su cuerpo, su deseo— había sido robado sin permiso. No era solo miedo. Era la vivencia de una traición fundamental: su intimidad convertida en objeto público, su privacidad transformada en juicio social.

Historias que duelen más de lo que se cuentan

Un caso reciente en Argentina conmocionó: Ema Bondaruk, una adolescente bonaerense, se suicidó tras la viralización no consentida de un video íntimo suyo. Según la reconstrucción periodística, el video había sido difundido por un compañero del colegio; luego de la exposición, Ema recibió burlas, agresiones verbales, rechazo social. Su madre relató que ella pidió en vano que dejaran de compartir el material; 24 horas después de la viralización, decidió quitarse la vida.

Ese caso —tan cercano, tan humano— revela la urgencia de hablar de lo que muchas veces se piensa como un problema ajeno, remoto, “de otros”. Pero no es un fenómeno exclusivo de Argentina ni de una edad. A nivel internacional se repiten historias de violencia digital, de acoso, de suicidios, de daños irreparables.

Qué es realmente la pornovenganza

Lo que popularmente se llama pornovenganza —o, más apropiado, “diseminación no consentida de imágenes íntimas” (o más ampliamente, ImageBased Sexual Abuse, IBSA)— no tiene nada de erótico: es violencia. No es sexo, es humillación. No es deseo valorado, es deseo convertido en arma. Se trata de compartir, difundir, viralizar fotos o videos íntimos sin consentimiento, con fines de daño, castigo, venganza, control, exposición. Ese acto rompe la confianza, vulnera la dignidad, expone un cuerpo que jamás aceptó transformarse en espectáculo.

Un avance necesario en Argentina: la nueva protección legal

En Argentina, la distribución no consentida de imágenes o grabaciones íntimas es un delito penal, tipificado principalmente por la Ley Olimpia (promulgada en 2023) y artículos reformados del Código Penal (como el 128 ter y quater), que castigan con prisión y multas a quien difunda, revele o ceda contenidos íntimos sin consentimiento, especialmente si hay fines de lucro, extorsión o se involucra a menores, protegiendo la intimidad sexual y digital de las personas. Reconoce —por fin— que no estamos ante un “drama de pareja”, sino ante una agresión grave a la privacidad, la intimidad y la integridad.

Aunque el reconocimiento legal no borra el daño, envía un mensaje claro: la intimidad no es una zona gris, no es un espacio libre para viralizar sin consecuencias.

Investigaciones recientes: lo que sabemos… y lo que aún ignoramos

Un estudio internacional divulgado en 2025 sobre IBSA, con más de 16.000 adultos en 10 países, reportó que el 22,6 % reconoció haber sufrido algún tipo de abuso basado en imágenes íntimas sin consentimiento. El estudio destaca que la victimización es más alta entre jóvenes y personas de identidades diversas (por ejemplo, LGBTQ+), y que muchas víctimas —alrededor del 30,9 %— no lo denuncian ni lo cuentan con nadie. También se advierte que, aunque ambos géneros pueden ser víctimas, las mujeres tienden a reportar daños mayores al bienestar psicológico, autoestima, salud mental y relaciones sociales.

Al mismo tiempo, hay un dato doloroso pero clave: no existen estadísticas públicas consolidadas en muchos países —incluida Argentina— que permitan estimar cuántos casos reales hay, cuántas denuncias, cuántos daños físicos o psicológicos se derivan, cuántas víctimas buscan ayuda. Ese vacío informativo refuerza el silencio, la invisibilidad, la dificultad de cuantificar la tragedia.

¿Qué lleva a alguien a hacer algo así?

En la práctica clínica aparece un patrón doloroso:

  • personas que confunden deseo con posesión, deseo con control;
  • almas heridas que buscan castigar tras una ruptura;
  • miedos, rabias, inseguridades convertidas en venganza digital;
  • impulsos de dominar al otro mediante la humillación pública;
  • convicción de impunidad, sostenida por un entorno que minimiza la gravedad: “es solo un video”, “ella se filmó sola”, “si lo compartió, se expuso sola”.

Ese mito cultural sigue siendo una de las principales excusas para justificar lo injustificable.

El costo emocional: del aislamiento al riesgo suicida

Para quien sufre semejante violencia, el impacto puede ser devastador. Ansiedad, depresión, pánico, insomnio, trastornos de autoestima, miedo a mostrarse —no solo en la intimidad, también en la vida diaria—, retraimiento social, rechazo, vergüenza, culpa.

En el caso de Ema, la presión fue tan intensa que no encontró escapatoria. Su suicidio evidencia con crudeza que la pornovenganza puede ser mortal. Este daño no desaparece con una denuncia. El trauma es profundo, puede durar años, marca relaciones, confianza, deseo, salud emocional.

El juego erótico y la responsabilidad digital

No se trata de demonizar la sexualidad, ni de prohibir la exploración íntima. Grabar, filmar, compartir en pareja —con consentimiento— puede ser parte de un erotismo saludable, de un vínculo de confianza, de un deseo compartido. Pero cuando hay decisión de conservar, compartir, enviar, es indispensable hacerlo desde la responsabilidad, el respeto mutuo, la conciencia de riesgo. Algunas recomendaciones concretas:

  • Consentimiento explícito, informado y renovable.
  • Acuerdos claros sobre almacenamiento: usar dispositivos seguros, contraseñas, evitar “nube” o respaldos compartidos.
  • Evitar envíos por redes sin cifrado ni control.
  • Cuando la relación termina, borrar el material, cerrar acuerdos.
  • Reflexión: preguntarse si enviar, compartir, guardar algo íntimo vale la pena frente al riesgo que implica.

Preguntas incómodas para seguir pensando

  • ¿Qué tan conscientes somos del peso real de lo que significa compartir nuestra intimidad digital?
  • ¿Estamos dispuestos a sostener la responsabilidad personal antes que la excitación momentánea?
  • ¿Qué tan preparada está nuestra sociedad —legalmente, psicológicamente, culturalmente— para acompañar a víctimas del abuso de imágenes íntimas?
  • ¿Cuánto silencio, cuántas cicatrices hay detrás de los números que no llegan a publicarse?
  • ¿Podemos construir una cultura de respeto, consentimiento y cuidado con la sexualidad y la privacidad?

Visibilizar la violencia de la Pornovenganza

La pornovenganza no es un error menor ni un chisme de pasillo. Es violencia. Es una herida que se infiltra en la intimidad, en la identidad, en la vida. Y muchas veces deja marcas que no se borran jamás. Hablar de estos casos, mostrar los daños reales, visibilizar los vacíos de datos, acompañar el dolor con investigación y empatía —eso sí puede cambiar algo. Eso sí puede prevenir. Si leer esto te incomoda, excelente. Entonces estamos empezando a hacer lo que hay que hacer: cuestionar, reflexionar, cuidar.

Mauricio J. Strugo. Lic. en Psicología (MN 41436). Sexólogo Clínico. Autor del Podcast HDP: Hora de Pensar. Instagram: @elpsicologoysexologo