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Osmar Núñez: "El teatro es mi casa y el cine, mi alegría"

El actor reflexiona sobre su amor por el escenario, la conexión con el público y su preocupación por la crisis del cine argentino.

Osmar Núñez es una de esas presencias que dejan huella en el teatro, el cine y la televisión argentina. Con una carrera sólida y diversa, ha trabajado con figuras como Leonor Manso, Federico Luppi e Ingrid Pelicori, y sigue eligiendo el escenario como su lugar de pertenencia. Actor por sobre todas las cosas, también ha dirigido obras con gran repercusión, aunque confiesa que lo suyo, lo que lo define, es estar sobre las tablas.

En esta charla con MDZ, repasa su amor por el oficio, la emoción de volver a una obra que ya hizo, la conexión con el público y su preocupación por el momento crítico que atraviesa el cine nacional. Con la voz de quien ha vivido mucho en escena, Núñez comparte anécdotas, reflexiones y una certeza que atraviesa toda la conversación: el teatro, dice, “es el arte de la repetición, pero cada función es única y está viva”.

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Entrevista Osmar Nuñez

-¿Qué te genera volver a una obra que ya hiciste?

-Es hermoso. Esta obra la estrenamos en plena pandemia, en la sala Dumont 4040, con Ingrid Pelicori y bajo la dirección de Leonor Manso. Desde entonces, volvimos cada tanto, porque es una obra que siempre nos llama, nos pide volver. Ahora hicimos cuatro funciones, y este miércoles 19 es la última. Pero tenemos la idea de retomarla el año que viene, cuando se acomoden nuestras agendas. Es una gran historia de amor, basada en la relación entre dos gigantes como Ingmar Bergman y Liv Ullmann. Él ya murió, pero fue uno de los más grandes directores de la historia. Y la obra empieza justo cuando ellos se separan como pareja, pero siguen conectados por la amistad, el trabajo y un amor que muta, que se transforma. El afecto, el vínculo, nunca se rompió. Eso es lo maravilloso: ver cómo el amor no se termina, sino que cambia de forma.

-¿Cómo es actuar esas cartas que forman el corazón de la obra?

-No son cartas reales, son apócrifas. Pero están construidas con palabras que ellos dijeron. No las leemos, las actuamos. Están hechas con frases extraídas de entrevistas, biografías, documentales. Es decir, no inventamos nada, sino que reconstruimos lo que ellos sintieron y pensaron en distintas etapas de su vida. Es una obra potentísima. A la gente le pasa algo muy fuerte cuando la ve. Y hay algo muy lindo también: todo está dirigido al público, que pasa a ser como ese otro con quien los personajes conversan. Es como si uno le hablara a Bergman y el otro a Ullmann, pero en realidad es el público el que recibe todo. Y eso genera una conexión muy especial. La gente se va conmovida, muy tocada por lo que vio y escuchó.

-¿Cómo vivís la repetición de funciones en el teatro?

-Yo siempre digo que el teatro es el arte de la repetición. Si el actor no puede disfrutar cada función como algo único, entonces no es actor de teatro. Como ese músico que toca la misma pieza toda la vida, pero siempre con algo nuevo, con otro color. En el teatro tenés una partitura, claro. Hay cosas que están marcadas: movimientos, gestos, tiempos. Pero también hay público distinto, energías distintas, silencios inesperados o risas en lugares que no imaginabas. Nunca es igual. Y lo más importante: si tuviste una gran función, no intentes repetirla, porque te sale al revés. La magia es que cada noche sucede algo distinto. Y eso me fascina. Me encanta poder recrear ese personaje, esa historia, una y otra vez, pero siempre con algo distinto.

Buenos Aires siempre fue un semillero teatral

Buenos Aires siempre fue un semillero teatral

-¿Qué pasa después de cada función con tu compañera Ingrid Pelicori?

-Con Ingrid tenemos una conexión muy especial. Después de la función nos quedamos en el bar de la sala, que además es muy linda. Comemos, charlamos, nos damos devoluciones. “Te escuché distinta ahí”, le digo. “Eso fue más tierno hoy”, me dice ella. Es que el teatro está vivo. Por más que tengas todo diseñado, por suerte siempre pasan cosas. Con Ingrid venimos trabajando juntos desde hace años. Hicimos Agamenón, una tragedia, que para mí fue la primera vez que me metí en ese género. Fue una experiencia muy fuerte. Y en esta obra también hay una entrega total, una confianza absoluta entre nosotros. Siempre hay un ida y vuelta. Siempre hablamos de lo que pasó en escena. Es parte del amor por el oficio.

-¿Te sentís más actor o director?

-Siempre, por sobre todas las cosas, soy actor. He dirigido, claro. La última que dirigí fue Stéfano, de Discépolo, y nos fue maravillosamente bien. Hicimos cuatro temporadas, giras, funciones con salas llenas. Pero sí, me define ser actor. Dirigir me encanta, pero cansa mucho más. Estás en todo: en la puesta, los actores, los detalles. Igual, es muy placentero. Como decía Bergman: yo amo a los actores y a las actrices. Me encanta verlos trabajar, ver cómo buscan, cómo prueban. Acompañarlos en esa búsqueda, ayudar a encontrar ese tono, esa verdad escénica, me da mucha alegría. Pero cuando me preguntan qué soy, yo digo: actor.

-¿Cómo ves la situación actual del cine argentino?

-El cine me ha dado cosas hermosas. Hice Juan y Eva, La mirada invisible, y muchas más. Pero ahora no se está filmando nada. El Incaa está prácticamente cerrado. Y hay muchísima gente sin trabajo. Es urgente que se reactive, que podamos volver a contar nuestras historias. Porque tenemos un cine buenísimo, desde siempre. El cine argentino siempre nos hizo quedar bien, aquí y afuera. Y es fundamental contar nuestras alegrías, nuestras penas, nuestra cultura. Porque si no contamos nuestras historias, ¿quién lo va a hacer? Es un momento muy difícil, pero tengo esperanza de que esto se revierta.

-¿Cuándo descubriste que querías ser actor?

-Desde que tengo uso de razón. Todo era juego y todo se transformaba. Hacía actuar a mis amigos, los dirigía, les inventaba escenas. Era muy gracioso. Empecé formalmente a los 16 años, en el Teatro Municipal de Morón. Ese lugar me marcó. Cada vez que vuelvo, siento el olor del teatro, veo las caras de mis primeros maestros, de mis compañeros. Es un viaje en el tiempo. Es un teatro que quiero muchísimo. Después, con los años, tuve la suerte de trabajar con personas que admiraba mucho: José María Gutiérrez, Luppi, Leonor Manso. Leonor es una genia. Siempre le digo: “Me acuerdo de esa escena que hiciste en tal película”, y ella me contesta: “Yo ya ni me acuerdo del guion”. Pero yo sí. Porque cuando uno admira, guarda esas cosas para siempre.

Es muy bueno el cine argentino

Es muy bueno el cine argentino.

-¿Cómo vivís los fracasos en esta profesión?

-Nos pasó con una obra, Testosterona, que arrancó muy bien y después se fue diluyendo. No diría que fue un fracaso, pero no fue lo que esperábamos. Y eso pasa. Uno se prepara, da todo, se entrega... y del otro lado no hay respuesta. Pero es parte del camino. Como me dijo una vez Carlos Rottemberg: “Para llegar al éxito, primero hay que pasar por diez fracasos”. Y es verdad. Lo importante es seguir, no bajar los brazos. Porque cuando hay pasión, cuando hay amor por lo que hacés, todo vale la pena.