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Navidad: un tiempo de fe, amor y reencuentro, volver la mirada a lo esencial

Más allá de lo material, la Navidad nos invita a reencontrarnos en familia, sanar heridas y abrir el corazón hacia los demás con generosidad y esperanza.

Adorar a Dios es símbolo de humildad y de servicio.

Adorar a Dios es símbolo de humildad y de servicio.

Archivo.

La Navidad nos invita a volver la mirada hacia aquel pesebre sencillo en Belén, donde nació el Niño Jesús. Despojado de bienes materiales, pero rodeado del amor incondicional de María y José, su llegada fue anunciada por una estrella que iluminó el cielo y guió a los más humildes: los pastores que cuidaban su rebaño. Ellos, extasiados ante el milagro, reconocieron en ese niño al Salvador del mundo.

Ese acontecimiento, marcado por la sencillez y la ternura, renueva cada año una certeza esencial: el verdadero sentido de esta celebración no está en lo material, sino en el amor que compartimos y en la fe que nos une.

También un tiempo que nos invita a detener el ritmo acelerado de la vida cotidiana y volver la mirada hacia lo esencial: la familia. En un mundo marcado por la prisa y la individualidad, estas fechas se erigen como un recordatorio de que la compañía y el afecto son pilares de la convivencia. Tal como la Sagrada Familia en Belén se convirtió en símbolo de amor y protección, nuestras propias familias hallan en estos días un espacio para reforzar lazos y renovar la esperanza con la mirada centrada en el Pesebre.

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Es un tiempo que nos invita a detener el ritmo acelerado de la vida cotidiana y volver la mirada hacia lo esencial: la familia.

Es un tiempo que nos invita a detener el ritmo acelerado de la vida cotidiana y volver la mirada hacia lo esencial: la familia.

Volver la mirada hacia lo esencial: la familia

Las tradiciones propias de estas celebraciones son el hilo invisible que une generaciones y cumplen un papel fundamental en la identidad y la pertenencia. Armar el árbol, colocar el pesebre o preparar la mesa con sus comidas típicas son rituales que transmiten memoria cultural y espiritual. Cada villancico, cada misa de Nochebuena, cada gesto de fe compartido habla de un legado que se renueva año tras año. Los abuelos enseñan a los más pequeños el significado de cada símbolo, y así la fe se mantiene viva en el corazón de las familias.

Más allá de los regalos, las luces, el armado del árbol y las comidas típicas, se abre un tiempo propicio para sanar heridas. El nacimiento de Jesús, comprendido como un gesto de amor infinito, debe inspirar a dejar atrás rencores y abrir el corazón al perdón. Muchas familias aprovechan este momento para reencontrarse con quienes estaban distanciados, tender puentes y reconstruir vínculos.

Las reuniones alrededor de la mesa, las conversaciones que se prolongan hasta la madrugada y los gestos de cariño entre generaciones son expresiones concretas de unión, una oportunidad para dejar atrás tensiones y reencontrarse en la alegría compartida. El pesebre, con la imagen del Niño Dios, vuelve a señalar que este es un tiempo de paz y reconciliación.

Navidad
Más allá de los regalos, las luces, el armado del árbol y las comidas típicas, se abre un tiempo propicio para sanar heridas.

Más allá de los regalos, las luces, el armado del árbol y las comidas típicas, se abre un tiempo propicio para sanar heridas.

La Navidad no solo es un tiempo de unión familiar

También es una invitación a abrir el corazón hacia los demás. La fe se convierte en motor de la solidaridad, recordándonos que el verdadero espíritu navideño se mide por la capacidad de servir al prójimo. Donar juguetes, preparar cajas de alimentos o compartir tiempo con quienes más lo necesitan son gestos que enseñan que no se trata solo de recibir, sino también de dar.

Adorar a Dios es símbolo de humildad y de servicio. Virtudes que no deben limitarse a una fecha, sino que han de estar presentes en la vida cotidiana. La caridad y la entrega amorosa son el reflejo de su ejemplo y nos llaman a vivir con generosidad, compasión y esperanza.

Así, cada celebración es una oportunidad para abrir el corazón, dejar que la luz de aquella estrella nos guíe nuevamente y reafirmar que el amor de Dios permanece vivo en cada gesto de bondad.

* Cristina Alais. Profesora del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.