Madre de 10 hijos reveló el secreto para "compatibilizar la vocación maternal con la profesión"
La fonoaudióloga Estefanía Giangreco cuenta cómo combina la maternidad de diez hijos con su vocación profesional y su trabajo de acompañamiento familiar.
Estefanía Giangreco, madre de 10 hijos y licenciada en fonoaudiología.
Santiago Aulicino / MDZConciliar la maternidad con una vocación profesional no siempre es un camino lineal, y mucho menos cuando la familia está compuesta por diez hijos. En esta entrevista, la licenciada en fonoaudiología Estefanía Giangreco comparte cómo logró construir un equilibrio posible entre sus prioridades personales, la vida familiar y el desarrollo de su carrera.
En el living de MDZ, Estefanía abre las puertas a su historia con una sinceridad luminosa: habla de su vocación maternal, de la organización que sostiene su hogar, de la pérdida que convirtió en presencia y del trabajo que hoy realiza en redes para fortalecer a las familias. Su mirada combina práctica profesional y experiencia real, y a través de cada respuesta deja entrever una convicción: el equilibrio existe, pero se construye todos los días, con prioridades claras y una comunidad que acompaña.
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Desde su experiencia, aborda los desafíos cotidianos, las crisis, las decisiones que marcaron su recorrido y el modo en que transformó ese aprendizaje en acompañamiento para otras madres.
Mirá la entrevista a Estefanía Giangreco
-Estefanía, te preguntamos directamente: ¿se puede compatibilizar la vocación maternal con la profesional?
-Mirá, no creo tener la verdad, pero te puedo hablar desde mi experiencia. Fue un tema durante toda mi vida profesional, porque antes no tenía ese problema. Incluso fui profesional después de ser madre. Me recibí embarazada de mi segundo hijo, ya casada.
-¿A qué edad te habías casado?
-A los 24. Mi primer hijo nació al año y me recibí, creo que un mes exacto antes de parir. Sí se puede, pero hay que encontrar el ritmo, el modo y tener clara la prioridad. En mi caso, mi prioridad fueron mis hijos. Había empezado Medicina, pero cuando surgió el proyecto de casarnos, me dije: “Quiero ser más mamá que otra cosa”. Quise quedarme en el ámbito de la salud, de la terapia, de la ayuda a otros, pero con horarios que me permitieran priorizar a mi familia. Pensé: “Como médica, haciendo guardias, no voy a poder dejar a los chicos como quiero”. Por eso cambié a Fonoaudiología. Puse mi consultorio en los tiempos en que ellos estaban ocupados. Es un lindo equilibrio porque también me ayuda a volver a mí. Para poder dar, hay que tener. Hay que estar bien y sentirse útil en otros ámbitos, aunque sea arreglarse un poco para salir y que una mamá no te vea siempre con el rodete. Eso ayuda a mantener equilibrados los dos mundos.
“Nunca hablamos de familia numerosa, pero sí de dejarlo en manos de Dios”
-Mencionabas que tu proyecto era ser mamá, sin saber siquiera de cuántos hijos. El proyecto de tu futuro esposo ¿era ser papá?
-Sí, eso fue algo muy conversado durante el noviazgo, que para eso está: para armar el proyecto en común. Se habló muchísimo. Nunca hablamos de familia numerosa, pero sí de que no íbamos a tener nosotros las riendas en eso. Cuidando la salud y haciendo todo lo mejor posible, íbamos a dejarlo en manos de Dios. Y así fue: fueron llegando solitos, cada uno cuando fue llamado a la existencia.
“Mi crisis fue con el cuarto hijo”
-¿Estuviste siempre en equilibrio con eso o hubo momentos de crisis?
-No, no soy perfecta, ni mucho menos. Mi gran crisis fue con el cuarto hijo. Muchos me decían que iba a ser con el tercero, porque “se te terminan las manos”, pero fue con el cuarto. Me agarró todo junto: una crisis personal, mirarme al espejo y no hallarme. Sentía: “Este no es mi cuerpo, no vuelvo nunca a ser yo. ¿Qué me pasa?” Era todo gestar, y no podía volver a sentirme otra cosa más que mamá. Después vino el cansancio y también la duda: “Yo lo dejé en tus manos, hago todo lo que puedo, siguen viniendo… ¿esto está bien?¿Vamos bien?”. Ahí fue que salió al rescate mi mamá. Me sentía muy mal, me derivaron a psiquiatría y otras cosas. La psiquiatra, una genia, me dijo: “Vos lo que necesitás es dormir y nada más”. Me recetó vitaminas y mi mamá me dijo: “Yo me quedo con los chicos, andáte el fin de semana al campo”. Fuimos los dos, como matrimonio, a un monasterio donde vive un sacerdote amigo. Eso nos ayudó a salir a flote. En casa todo volvió a fluir. Obviamente tenemos muchos momentos difíciles, pero fue reordenarse, barajar de nuevo y salir adelante.
“Carmencita es la hermana mayor”
-Decíamos diez hijos, pero en realidad hay nueve a tu cargo, ¿no? Contános de Carmencita...
-Sí, hoy hay nueve a mi cargo. Carmencita, hubiera sido la octava. Tengo un hermano sacerdote que estaba escribiendo la historia de nuestra familia y del apellido Giangreco. En esa historia hay alguien muy importante, el abuelo Carmelo. Él me dijo: “No tenés ninguna Carmen ni ningún Carmelo. Voy a rezar para que tengas uno”. Yo le respondí: “Mirá, Tony, somos bastantes... fijáte lo que pedís”. Dos semanas después me entero de que estaba embarazada. Le dije: “¿No podías pedir unos dólares?” (risas). Pero el embarazo no pasó de la novena semana. Una mañana me sentí muy mal, sentí literalmente que ya no estaba conmigo. Llegamos de urgencia al Hospital Austral. En todo momento me trataron como mamá, aunque eran nueve semanas. Yo ya tenía un vínculo, ya tenía nombre: era una hija. La bautizamos en la guardia. Ahora es la hermana mayor.
En todo momento, yo era mamá
-¿Se habla del tema con naturalidad?
-Se habla siempre. Porque cada vida que llega, es. Dentro o fuera del útero, pero es vida. Los chicos saben quién es Carmencita. La cuentan para todo, menos para poner la mesa, porque saben que no come. Pudimos tener un entierro y eso nos ayudó mucho: saben dónde está, la visitan el Día de los Muertos. Lo que me asombra es que no lo dicen con tristeza. Para ellos es algo súper alegre: “Llegó al cielo”, como les explicó el sacerdote. Es su hermana mayor.
“La clave es la palabra familia”
-¿Cómo se organiza un hogar con tantos miembros?
-La clave es la palabra “familia”. Si no, mamá se ocuparía de todo. Los chicos no son esclavos, son hijos, pero también es parte de su formación participar, ayudar y hacerse responsables de algo. Esto está ligado a mi trabajo: los hábitos son fundamentales. Tiene que haber tiempos para el juego, para ayudar, para el ocio y también para el silencio. No cronometrados, pero sí marcados. Les hace bien participar. A veces ellos mismos piden: “¿Puedo hacer tal cosa que hace el más grande?” Se sienten útiles, crecen. Eso los ordena y les deja más tiempo libre, porque lo básico está hecho. No tengo esquemas rígidos ni tablas. En mi casa no funcionaron: traían peleas. Cada uno tiene su personalidad, y así nos vamos organizando naturalmente.
-¿Y el que se recuesta en lo que hacen sus hermanos?
-Son distintas personalidades. Las vas censando y ayudando. Ya sabés a quien primerear.Se levantan, desayunamos, cada uno hace su cama, los más grandes hacen tareas, los otros juegan o se disfrazan. Tienen tiempo libre porque ya cumplieron con lo suyo, y así llegamos ordenados al almuerzo.
“De la práctica profesional a las redes”
-En medio de todo eso, estás muy activa con tus redes: Conducta, alimentación, lenguaje. ¿Cómo empezó?
-Empezó antes de la pandemia, desde lo profesional. Después me apoyé mucho en mi maternidad, porque la experiencia me daba más respuestas que la teoría. Empecé a ver muchos casos de hablantes tardíos: chicos que deberían haber comenzado a hablar y no lo hacían. En la anamnesis veía que no era una cuestión médica, sino de desorganización del entorno. Chicos que entraban, no saludaban, desarmaban los juguetes, no disfrutaban. Veía patrones comunes. Ya no tenía más turnos, y si agregaba horas, mis hijos se quedaban sin mamá. Así que pensé: “Juntemos tres chicos y veamos qué pasa”. No era terapia, porque no había patología. Era para trabajar juntos —mamás incluidas— cuestiones básicas: decir que no, poner límites, sostener un berrinche. Hoy se evita el berrinche, pero a veces tiene que pasar, con una mamá tranquila que acompañe a que ese berrinche se cierre y termine en un aprendizaje. El primer grupo funcionó muy bien. Después vino la pandemia y no pudimos seguir, así que me pidieron que hiciera el Instagram. Al principio no mostraba la cara, solo escribía. Cuando volvimos a la presencialidad, empecé a grabar y salió todo súper natural.
“El lenguaje depende del ambiente, no solo del cerebro”
-Como mensaje de cierre, ¿qué pasa con los chicos que retrasan la primera palabra? ¿Falta mirada de mamá? ¿Faltan límites?
-No, no falta mirada de mamá; a veces incluso sobra mirada y eso suple el lenguaje. Tampoco me centraría solo en la madre: la palabra clave es familia. El lenguaje depende muchísimo del ambiente. No es solo algo cerebral: el cerebro está preparado, pero necesita estímulo. Hay prerrequisitos como la atención, el deseo de conectar, de comunicar. Hoy damos por sentadas muchas de esas cosas. Por eso armé los cursos, para que las mamás aprendan a reconocer y fortalecer esos prerrequisitos, y que así el lenguaje fluya naturalmente.
¿Cómo se organiza un hogar con tantos miembros?
-Invitá a los cursos y recordános tus redes.
-Los invito a participar de los cursos de “Guía para una crianza integral”. Toda la información está en Instagram haciendo click aqui.
-Muchísimas gracias, Estefanía.
-Gracias a ustedes. Hasta pronto

