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Los frutos de la madurescencia femenina

Madurescencia: mujeres que van del silencio a liderazgos integradores y humanos, con experiencia y ternura para transformar entornos sin estridencias.

La madurescencia no es una edad, es una conciencia.

La madurescencia no es una edad, es una conciencia.

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Durante décadas, las transiciones vitales de las mujeres fueron narradas desde el silencio o la invisibilidad. Desde la obediencia y sumisión en general. La juventud y la maternidad eran vistas como los momentos de plenitud, y lo que venía después quedaba sumido en un terreno difuso, muchas veces asociado a la pérdida, la menopausia o la “retirada”. Hoy, sin embargo, un nuevo concepto empieza a tomar fuerza: la madurescencia, una etapa en la que las mujeres se reencuentran consigo mismas, reinterpretan su historia y comienzan a ejercer liderazgos profundamente humanos, sin prisa pero sin pausa. Es en ellas donde podemos cultivar la esperanza de la humanidad.

¿Qué es la madurescencia?

La madurescencia no es una crisis existencial ni una patología, sino una metamorfosis de la adultez a la madurez. Es el momento en que la mujer, liberada de algunas exigencias externas —la crianza, el rendimiento laboral, la aprobación ajena— e internas —la culpa, la vergüenza, el miedo, el postergarse etc.— , empieza a preguntarse qué quiere hacer con el tiempo que le queda. Es una travesía interior que combina la sabiduría adquirida con el deseo de seguir aprendiendo, creando y contribuyendo. A diferencia de la juventud, donde todo parece por conquistar, la madurescencia invita a reintegrar: unir las piezas dispersas de la vida para transformarlas en sentido, propósito y acción que deje huella en la comunidad.

Un camino sin mapas ni referentes: En los últimos quince años, este proceso ha sido especialmente desafiante para las mujeres. Los cambios sociales, culturales y tecnológicos avanzaron tan rápido que dejaron a muchas sin referentes válidos en sus propias madres o abuelas. Las generaciones anteriores crecieron en un mundo donde los roles estaban definidos; las actuales, en cambio, navegan en alta mar, reinventando su identidad en medio del oleaje. Han debido construir un modo nuevo de estar en el mundo, integrando la autonomía con la ternura, la productividad con el cuidado, la acción con la contemplación. Y ese proceso —a veces silencioso y solitario— está comenzando a dar frutos.

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Es el momento en que la mujer empieza a preguntarse qué quiere hacer con el tiempo que le queda.

Es el momento en que la mujer empieza a preguntarse qué quiere hacer con el tiempo que le queda.

Liderazgos que brotan desde otro lugar

Cuando la madurescencia se atraviesa bien, florece una forma distinta de liderazgo femenino. No busca imponerse, sino conectar. No necesita demostrar fuerza, sino ejercerla con sensibilidad. Es un liderazgo colaborativo, integrador y profundamente social, que pone la vida —toda la vida— en el centro. Se distancia del modelo clásico de poder, muchas veces marcado por el narcisismo, la competencia y la violencia real o simbólica. En su lugar, propone un paradigma más circular: donde escuchar, cuidar y construir en conjunto se vuelve tan estratégico como decidir.

Ejemplos que inspiran: Basta mirar el mapa del mundo para descubrir señales de este cambio. mujeres como Claudia Sheinbaum en México, Úrsula von der Leyen en Europa o Kaja Kallas en Estonia, Sanae Takaichi recién nombrada primera ministra en Japón o las dos candidatas a la presidencia en Chile encarnan una nueva generación de líderes que combinan rigor con empatía, visión política con conciencia social. Su liderazgo no nace del impulso de dominar, sino de servir porque muchas experimentaron el abuso del dominio de alguien más o del sistema en general y no lo quieren replicar. No busca vencer al otro, sino encontrar puntos de encuentro porque muchas tienen la experiencia de que es la única forma de construir verdadera paz. .Y aunque el camino ha sido arduo —con renuncias, sacrificios y desafíos personales—, estos brotes femeninos están reescribiendo la narrativa del poder: mostrando que sí se puede gobernar y transformar sin destruir.

La revolución de las viejas: Ha llegado, como dice el título de una obra argentina notable de Gabriela Cerruti. Una revolución serena pero imparable, hecha por mujeres que ya no necesitamos pedir permiso para existir ni disculparse por tener voz. Somos —porque todos formamos parte de esta transformación— testigos de una generación que ha sacado adelante a sus hijos, ha sostenido hogares y trabajos, ha sobrevivido a separaciones y reinvenciones, y que ahora, libre de ciertas ataduras, se anima a mostrarse tal como es. Estas mujeres han dejado atrás paradigmas machistas y miradas religiosas represivas para reencontrarse con su lado salvaje, ese que tan bellamente describió Clarissa Pinkola Estés en Mujeres que corren con lobos: el instinto profundo, creativo, ferozmente amoroso y protector de la vida. Desde ese fuego interior, están dando aires nuevos a la humanidad con su genio particular: creando espacios de encuentro, impulsando proyectos comunitarios, liderando desde la madurez y el corazón.

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Estas mujeres han dejado atrás paradigmas machistas y miradas religiosas represivas para reencontrarse con su lado salvaje.

Estas mujeres han dejado atrás paradigmas machistas y miradas religiosas represivas para reencontrarse con su lado salvaje.

El tiempo de las mujeres maduras

La madurescencia no es una edad, es una conciencia. Y desde ese lugar, miles de mujeres en el mundo están descubriendo que su voz tiene peso, su experiencia tiene valor y su ternura tiene poder transformador. Quizás este sea el verdadero giro civilizatorio que necesitamos: un liderazgo que no teme a la sensibilidad, que cuida sin debilitarse y que dialoga sin rendirse. Una revolución silenciosa pero luminosa, gestada en la madurez del alma.

Y a propósito de todo esto, los invito a pedir en buscalibre.cl a partir de noviembre mi primera novela editada por Uqbar editores llamada “El encuentro con la soga”.

* Trini Ried Goycoolea. Periodista y escritora, especialista en vínculos.