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La casa más angosta de la ciudad: mito, hallazgos y un pasado secreto en el corazón de San Telmo

Una casa de frente diminuto y larga profundidad encierra leyendas, documentos y restauraciones que revelan cómo cambió la vida urbana a lo largo de dos siglos.

La Casa Mínima conserva materiales originales de principios del siglo XIX.

La Casa Mínima conserva materiales originales de principios del siglo XIX.

Rodrigo Carrizo

La Casa Mínima enamora por contraste. Desde la vereda, su frente luce como una línea: una cara de apenas 2,8 metros de ancho sosteniendo un volumen que se estira hacia el fondo. Dentro, la escala sorprende. Los ambientes son angostos y alargados, con pasajes que obligan a moverse casi de costado.

Ubicada en el barrio de San Telmo, es la más angosta de la ciudad. En el nivel superior, la pieza principal no supera los 2,2 metros, una medida que condensa el espíritu de este rincón singular. La magia está en esa desproporción: una vivienda ínfima que, sin embargo, cobija una historia enorme.

Una casa que cabe en una foto

El trazado es sencillo y eficaz. La casa avanza en dirección al medianero como una flecha. No se expresa en altura, sino en profundidad: el lote, dicen los especialistas, “muerde” la manzana hacia atrás. Así se entiende el efecto de túnel que percibe quien cruza el umbral. El recorrido angosto, iluminado por aberturas medidas al milímetro, recuerda que aquí cada centímetro valía oro.

No es un capricho contemporáneo ni una curiosidad turística fabricada. Se trata de una tipología doméstica heredera de otra época, cuando las necesidades empujaron a aprovechar hasta el último palmo disponible sin perder el carácter de casa.

La Casa Mínima cuerpo
La Casa Mínima es una de las joyas en el corazón de San Telmo.

La Casa Mínima es una de las joyas en el corazón de San Telmo.

De casona a piezas y mostradores

El terreno que la contiene formó parte, en sus orígenes, de una residencia amplia vinculada a la familia Peña. Con el correr de las décadas, y especialmente desde la segunda mitad del siglo XIX, la gran propiedad comenzó a partirse. Se abrieron puertas nuevas, se levantaron tabiques, se añadieron servicios básicos.

El resultado fue un conjunto con cuartos de alquiler y locales a la calle. Aquella mutación no fue un caso aislado: la presión demográfica y el cambio económico empujaron a reconvertir residencias señoriales en tiras de piezas y comercios, una postal habitual en los viejos barrios. La Casa Mínima sobrevivió a esa ola como una porción extrema de aquel despiece.

La leyenda del esclavo libre

Hay un relato que atraviesa generaciones. Sostiene que un esclavo manumitido habría recibido un pedazo de este terreno como gesto de gratitud de su antiguo amo, y que allí levantó su morada de hombre libre. La tradición oral, ya desde fines del siglo XIX, comenzó a nombrarla “casa del esclavo”.

No hay papeles que lo prueben de modo concluyente. Los archivos consultados hasta ahora no alcanzan para afirmarlo con certeza. Sin embargo, el mito persiste porque dialoga con la memoria del barrio y con la presencia afro en la historia local, tantas veces omitida. En ese cruce de ausencia documental y voz popular radica parte del atractivo del lugar.

Barro, cal y hallazgos bajo los pies

A mediados de los noventa, un equipo del Centro de Arqueología Urbana abrió el suelo y la pared para mirar el pasado con lupa. Lo que encontraron reforzó la lectura colonial del sitio: revoques de barro mezclado con estiércol, acabados luego con lechadas de cal, una técnica extendida en tiempos anteriores al cemento. Esos materiales cuentan tanto como un acta notarial.

Hablan de oficios, de saberes transmitidos y de una economía que hacía de la mezcla una virtud. Las capas de intervención revelan, además, los distintos momentos de la vivienda: lo que se sumó, lo que se anuló, lo que se parchó para que la casa siguiera habitándose en condiciones cambiantes.

Del rescate patrimonial a la visita guiada íntima

En 1994 comenzaron trabajos de restauración y puesta en valor que integraron esta pieza mínima a un circuito cultural mayor, el del Zanjón de Granados. Esa decisión le dio contexto y resguardo. La intervención respetó lo existente, consolidó muros, ordenó instalaciones y permitió leer la casa sin “modernizarla” a la fuerza.

Calles de San Telmo
El barrio de San Telmo es uno de los más pintorescos de la ciudad. Su arquitectura y calles encandilan a todos los que lo visitan.

El barrio de San Telmo es uno de los más pintorescos de la ciudad. Su arquitectura y calles encandilan a todos los que lo visitan.

Desde entonces, el sitio funciona como una cápsula temporal que se recorre en pocos pasos y se recuerda por mucho tiempo. La experiencia es íntima: quien entra percibe la cercanía de los materiales, la textura de los revoques, el peso del silencio en un espacio que siempre fue chico. La Casa Mínima no compite en grandilocuencia; seduce con su escala, con sus preguntas y con esa mezcla rara de documento y rumor que la vuelve inagotable.

En esa convivencia de medidas apretadas, memoria barrial y trabajo arqueológico está la clave de su encanto. La vivienda más estrecha de la ciudad enseña cómo los bordes también escriben la historia. Lo hace sin estridencias, con paredes de barro y cal, con pasillos que avanzan al fondo y con un mito que todavía hoy genera debate. Tal vez por eso, pese a su tamaño, ocupa un lugar enorme en el imaginario urbano. Y confirma una idea simple: a veces, lo mínimo alcanza para contar lo máximo.