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Joan Miró, el escultor que soñaba en tres dimensiones en una muestra excepcional

Una exposición única revela cómo Joan Miró trasladó su universo onírico a la escultura, explorando formas, texturas y colores en tres dimensiones.

Vista general de la muestra

Vista general de la muestra

Gentileza.

Para muchos, el nombre de Joan Miró (1893-1983) es inseparable del color: rojos vibrantes, azules profundos y amarillos encendidos que danzan en sus lienzos como si la pintura pudiera respirar. Pero, detrás de esa paleta icónica, hubo un artista que, a partir de los años cuarenta, comenzó a descubrir que sus sueños también podían tomar cuerpo, volumen, sombra y peso.

El Miró escultor no es una mera derivación del pintor, sino un creador que llevó al espacio físico la misma poética que había desplegado en la superficie del cuadro.

pajarolunar
“Pájaro lunar” 1966

“Pájaro lunar” 1966

Su relación con la escultura fue, en cierto modo, un regreso a lo táctil. Hijo de un orfebre barcelonés, Miró creció rodeado de herramientas, metales y materiales que invitaban a la manipulación directa. Sin embargo, no sería hasta su madurez que daría el gran salto tridimensional.

“Figura “, 1976

El impulso inicial llegó durante la Segunda Guerra Mundial cuando, refugiado en Mallorca y luego en París, empezó a ensamblar objetos cotidianos —muelles oxidados, piedras, piezas de madera, utensilios domésticos— con una libertad cercana a la del juego infantil.

“Maternidad”, 1973
“Maternidad”, 1973

“Maternidad”, 1973

“La fuerza inicial”, una muestra excepcional

En el espacio gótico de la Llotja, en la maravillosa ciudad de Palma, en Mallorca, se exhiben en estos meses una decena de esculturas de bronce de gran formato con pátinas oscuras del genial artista español.

“Torso”, 1969
“Torso”, 1969

“Torso”, 1969

Estas obras, realizadas entre 1966 y 1976, condensan la tensión entre lo ancestral y lo contemporáneo, lo natural y lo fantástico, y evidencian el diálogo de Miró con la escultura moderna (Arp, Giacometti, Picasso).

La sólida volumetría y el aire metamórfico subrayan su visión cósmica y poética con apelaciones a veces sexuales en las que Miró no buscó el realismo, ni siquiera la representación tradicional.

“Conque”, 1969
“Conque”, 1969

“Conque”, 1969

Prefirió inventar criaturas que parecían salidas de un sueño arcaico: figuras con ojos desmesurados, pájaros que parecen antenas, mujeres que son al mismo tiempo tótems y constelaciones.

“Personaje”, 1974
“Personaje”, 1974

“Personaje”, 1974

Muchas de ellas tuvieron origen anteriormente en formatos menores y se fundieron luego en bronce, proceso que el artista describía como una “transformación alquímica” de lo efímero en eterno. Otras quedaron en cerámica, gracias a su colaboración con Josep Llorens Artigas, maestro esmaltador con quien creó murales y piezas de gran formato que hoy pueblan plazas y museos.

“Pájaro solar”, 1966
“Pájaro solar”, 1966

“Pájaro solar”, 1966

El Joan Miró escultor dialoga con el Miró pintor

Pero no lo imita: la tridimensionalidad le permitió acentuar el humor, la sorpresa, la tensión entre lo primitivo y lo futurista.

“Estatua”, 1975
“Estatua”, 1975

“Estatua”, 1975

Miró solía decir: “Intento aplicar el espíritu de la infancia a la escultura”. Y tal vez allí esté la clave: en un mundo que insiste en endurecerse, sus figuras siguen siendo invitaciones permanentes a mirar como si fuera la primera vez.

* Carlos María Pinasco es consultor de arte.

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