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Un naufragio en Miami que sacudió al arte: "La balsa de la Medusa" de Géricault

Con dramatismo y maestría, Géricault inmortalizó el naufragio del Medusa en una pintura que marcó un quiebre en la historia del arte occidental.

Gericault, Boceto preparatorio de La Balsa...

Gericault, Boceto preparatorio de La Balsa...

Gentileza.

El dramático naufragio de esta semana en Miami nos trajo a la memoria la historia de una tragedia que amerita recordarse. Una pintura monumental y un joven artista romántico decidido a sacudir la conciencia de Francia. Historia y legado de una de las obras más impactantes del siglo XIX.

París, 1819. El Salón oficial de pintura recibe una obra colosal. No es un retrato nobiliario, ni una escena bíblica. Lo que se ve es un amasijo de cuerpos exhaustos y moribundos sobre una frágil balsa que se balancea entre la desesperación y una mínima esperanza. El título: La balsa de la Medusa. Su autor: Théodore Géricault, de apenas 27 años. Su tema: una tragedia naval reciente que había escandalizado a la opinión pública francesa.

Gericault, boceto
Otro estudio del óleo

Otro estudio del óleo

El naufragio que Francia quiso olvidar

El 2 de julio de 1816, la fragata francesa Méduse encalló frente a las costas de Mauritania. Transportaba soldados, colonos y funcionarios que debían hacerse cargo de la colonia de Senegal, recién recuperada por Francia. El desastre no habría pasado de una crónica de mala navegación si no fuera por lo que siguió: los botes salvavidas no alcanzaban para todos, así que se improvisó una enorme balsa de 20 metros de largo. En ella se hacinaron 147 personas. Las condiciones eran infernales. Durante trece días a la deriva, bajo el sol africano, con provisiones mínimas, se desencadenó lo peor: hambre, sed, motines, locura, suicidios y hasta canibalismo.

Solo 15 sobrevivieron. Y lo contaron. El escándalo estalló en Francia: el capitán, un incompetente nombrado por favoritismo político, abandonó la nave antes que sus hombres. La prensa liberal utilizó el caso como símbolo de la corrupción restauracionista. Era el caldo de cultivo ideal para un joven artista con inquietudes modernas.

Un pintor romántico en busca de verdad

Jean-Louis-André-Théodore Géricault nació en Ruán en 1791, en el seno de una familia acomodada. Formado entre el neoclasicismo de Pierre-Narcisse Guérin y el naturalismo más crudo de los estudios del Louvre, Géricault encontró pronto su camino: una pintura viva, apasionada, cargada de movimiento y emoción. Aunque murió joven —a los 32 años— dejó una marca indeleble en la historia del arte.

Cuando leyó el testimonio de dos de los sobrevivientes del Méduse, Géricault supo que allí había un tema de su tiempo. Viajó a entrevistarlos, estudió en detalle los informes del naufragio, encargó modelos de la balsa y cuerpos en cera, y hasta visitó morgues para observar la descomposición de los cadáveres. No buscaba escandalizar gratuitamente: quería pintar la verdad.

Pintar el horror con grandeza

La pintura mide 4,91 metros de alto por 7,16 metros de ancho. Un óleo sin encargo ni destino asegurado. En ella, Géricault no muestra el momento del naufragio, sino una escena posterior: el instante en que los sobrevivientes divisan, en el horizonte, al navío Argus, que finalmente los rescataría. La composición se articula en una pirámide de cuerpos, desde los cadáveres en primer plano hasta el marinero que agita una tela hacia el barco que apenas se vislumbra.

La tensión dramática es absoluta. Cada figura está tratada con el rigor del dibujo clásico pero con la intensidad de una pincelada ya plenamente romántica. Hay cuerpos famélicos, miradas vacías, músculos tensos, pieles que se descomponen. La balsa parece a punto de hundirse, atrapada entre un cielo tormentoso y un mar que no ofrece consuelo.

El foco no está en el héroe individual, sino en una experiencia colectiva de sufrimiento. Géricault, sin decir una palabra, denuncia. Denuncia la negligencia del poder, la deshumanización, el abandono.

gericault boceto balsa de la Medusa
Gericault, boceto para uno de los náufragos de La Balsa

Gericault, boceto para uno de los náufragos de La Balsa

Una obra maldita… y fundacional

Cuando se exhibió en el Salón de 1819, la recepción fue ambigua. El público quedó impactado, pero las autoridades se sintieron aludidas. Era demasiado reciente, demasiado político. No era “historia”, era presente crudo. Algunos críticos elogiaron la audacia del joven pintor; otros lo acusaron de mal gusto y sensacionalismo. Pero la semilla estaba plantada.

La balsa de la Medusa es hoy considerada una obra fundacional del Romanticismo pictórico. No solo por su estilo apasionado, sino por su actitud: el artista como testigo de su tiempo, dispuesto a incomodar al poder. La pintura no se refugia en lo mitológico o lo alegórico: se mete de lleno en el barro de la historia reciente.

Gericault
Gericault.

Gericault.

¿Dónde está hoy?

La obra se encuentra en el Museo del Louvre, en París, desde 1824. Allí se exhibe en una sala especial, junto a otras piezas clave del siglo XIX. Su presencia sigue siendo conmovedora. No importa cuántas veces se la vea: siempre impacta. Es como si los gritos de los náufragos aún resonaran en el aire.

Con el tiempo, se convirtió también en un ícono cultural. Inspiró novelas, poemas, piezas teatrales y hasta películas. Artistas contemporáneos como Frank Stella o Damien Hirst dialogaron con su legado. Su influencia se extiende hasta el arte político contemporáneo, el realismo social y la denuncia visual.

Géricault murió poco después, en 1824, tras años de enfermedades y caídas. No alcanzó a ver del todo el efecto que su pintura tendría. Ahora frente a un accidente todavía no esclarecido que nos ha conmovido a todos recordamos otra historia trágica que su arte inmortalizó.

* Carlos María Pinasco es consultor de arte.

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