Benito Quinquela Martín, junto a su maestro Alfredo Lazzari en una muestra excepcional
Como a lo largo de cuatro décadas tenemos la satisfacción de enfocar a quien es el más importante pintor argentino del siglo XX: Benito Quinquela Martín.

Mañana rosada
Gentileza.La muestra examina un encuentro fundante: el de Alfredo Lazzari (1871–1949), uno de los impulsores de la pintura moderna en la Argentina y su más notable discípulo, Benito Quinquela Martín (1890–1977), el gran colorista del puerto de La Boca, en Buenos Aires.
La obra de Lazzari —con su paleta luminosa, sensibilidad impresionista de raíz “macchiaioli” y un profundo amor por la naturaleza— dejó una huella perdurable en las primeras generaciones de artistas argentinos del siglo XX. Esa huella encontró en Quinquela una expresión singular: exaltada, vibrante, profundamente popular.
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Benito Quinquela Martín había nacido en 1890
Fue abandonado en la Casa Cuna (Casa de los Expósitos) el 20 de marzo de aquel año donde lo bautizaron como Benito Juan Martín. A los siete años fue adoptado por el matrimonio Chinchella: él, un obrero portuario genovés y ella una entrerriana analfabeta. Desde ese humilde origen en la Boca llegó a ser equiparado por el director de la Tate Gallery de Londres con Vicent van Gogh.
Las vicisitudes del derrotero de su vida han sido ampliamente descriptas (y noveladas). Ocioso sería repetirla. Baste recordar que, aun cuando Quinquela se daba el lujo de exponer en los mejores museos de Europa y Estados Unidos, cierta “crítica culta” calificaba su pintura como “ruido chillón y gangoso de una jazz-band tartamudeado por un fonógrafo barato”. Pero nada lo detuvo.
Benito Quinquela Martín siempre fue un luchador
Alguna vez testimonió: “Me había visto obligado a luchar desde niño con la pobreza, con el trabajo y con la vida”. Es por eso que se identifica con el pueblo al que (volviendo a sus palabras) pertenecía. También por ello sus obras tras un período inicial en que hace paisajes de corte impresionista, están pobladas de trabajadores portuarios y de chimeneas que humean aún en los años difíciles de la década del treinta. Homenaje al trabajo cuando está, y añoranza cuando falta.
Su amigo, el presidente Marcelo T. de Alvear le abrió las puertas para sus éxitos en Europa. Cuando expuso en Italia, algunos años antes de la Gran Depresión, Mussolini fascinado con “Il pittore del lavoro” lo quiso retener en la península para convertirlo en “il mio artista”. Más tarde sería Perón quien lo seduce al punto que en 1974 lo condecora entregándole personalmente una réplica del Sable Corvo de San Martín.
Quinquela desoye los cantos de sirena
Desinteresado y filántropo, vuelca sus esfuerzos a su querida república de La Boca donde dona un museo, una escuela, un jardín de infantes y un lactarium. Los museos de todas las provincias reciben en donación sus obras. Es, por derecho propio, en vida y aún hoy nuestro artista más popular. Creía en el esfuerzo y la educación como medios para lograr el progreso.
Vivió en una Argentina que se hizo grande con el trabajo de oleadas de inmigrantes, como el padre que le dio un apellido que luego él castellanizó; donde la educación aseguraba el progreso individual y las oportunidades de trabajo genuino en el campo y en la ciudad florecían de la mano de la inversión, todo abonado por un marco de reglas claras, sin privilegios y sin dádivas.
En palabras de Rafael Squirru, Quinquela, “ni fue tan autodidacto como algunos creían ni tan ingenuo como para no conocer los secretos del grabado y el aguafuerte que (como puede apreciarse en la exposición) lo muestran como un poderoso dibujante… sus escenas portuarias y fabriles son un himno al esfuerzo humano, plasmado con la fuerza de una espátula cuyos contrastes lumínicos ponen de relieve a un colorista de talento excepcional”.
La muestra que presenta sus obras junto a las de su maestro Alfredo Lazzari puede visitarse hasta finales agosto en Av. Quintana 125 de la Recoleta en CABA, de lunes a viernes de 12 a 19, con entrada gratuita.