Innovar se aprende: el papel clave de la educación
La educación impulsa la creatividad y prepara a las nuevas generaciones de jóvenes estudiantes para afrontar los desafíos del futuro con innovación.

La matemática no es un obstáculo
Freepik.En Argentina existe una preocupación concreta en educación: cada vez menos jóvenes eligen ingenierías, y muchos llegan con déficits en comprensión de textos y en lógica. En la universidad se aplican pruebas diagnósticas, y los resultados sorprenden. El porcentaje de estudiantes que deben recursar materias como Álgebra o Análisis I es altísimo.
A muchos les cuesta dedicar tiempo a la matemática. Parte de la responsabilidad también recae en la institución: la matemática se presenta como un mito que intimida.
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La matemática no es un obstáculo
Es la gramática de la ciencia y de los negocios. Todo está gobernado por ella. Sin matemática no hay electrónica de potencia, automatización ni modelos que permitan llevar una innovación al mercado. El país ya ha pagado el precio de ese déficit: se atravesó una crisis eléctrica seria marcada por la falta de ingenieros eléctricos. Esa carencia se traduce en menor productividad, menos innovación y un crecimiento limitado.
Se requiere un cambio pedagógico deliberado. La matemática debe enseñarse de manera que resulte accesible y significativa, vinculándola con problemas reales y con el tipo de pensamiento que exigen investigar, desarrollar e innovar. Cuando esto sucede, las vocaciones surgen y se sostienen. No se trata únicamente de aumentar la matrícula, sino de formar profesionales capaces de completar el circuito de I+D+I que hoy hace falta.
Cuando se habla de innovar, no se trata de eslóganes
En el mundo académico existe una definición clara: innovar consiste en lograr el encuentro en el mercado entre una solución novedosa y una necesidad, a un valor adecuado. Si ese encuentro no ocurre, el circuito se interrumpe. Argentina ha producido conocimiento valioso, pero con frecuencia no se ha traducido en productos que compitan y se exporten. De ahí la insistencia en sumar la “I” de innovación a la I+D.
El desafío no consiste en negar la investigación básica, sino en hallar la proporción adecuada entre lo básico, lo aplicado y el desarrollo. Con una inversión limitada —alrededor del 0,6% del PIB—, administrar bien cada peso resulta tan importante como conseguir más. Cuando el resultado científico se transforma en patente, la patente en producto y el producto en exportación, se genera un círculo virtuoso en el que el esfuerzo público y el privado se retroalimentan. Ese es el horizonte que debe mostrarse a las nuevas generaciones.
Es útil anclar esta idea en casos concretos. Un diseño nuclear argentino de baja potencia —escalable—, por su concepción, habría resistido un evento extremo sin interrumpir su funcionamiento y fue reconocido por su nivel de innovación. También existe un fabricante local de helicópteros con patentes propias y cientos de unidades operando en Europa. Estos ejemplos demuestran que talento y creatividad sobran; lo que falta es transformar esa capacidad en innovación sostenida.
Las señales de cambio son claras
Nuevas generaciones de científicos están modificando un viejo chip ideológico, y jóvenes empresarios se acercan cada vez más a la ciencia y la tecnología. Cuando ese acercamiento se consolida en vínculos estables orientados a resultados —patentes, productos, exportaciones—, se puede completar el circuito que hoy permanece incompleto. La generación anterior cometió demasiados errores; ahora es momento de corregir el rumbo con educación rigurosa y un claro sentido de aplicación. El punto de partida está en las aulas: una pedagogía matemática que motive a permanecer y un propósito definido. Innovar significa convertir conocimiento en valor. Cuando aparece el sentido, las vocaciones surgen y la rueda comienza a girar.
* Luis Dambra. Decano de la Facultad de Ciencias Empresariales sede Pilar de la Universidad Austral