Felipe Yofre: "Locomotora Oliveras dejó claro que la felicidad no está en los bienes"
Felipe Yofre habló con MDZ, sobre el legado de Alejandra Locomotora Oliveras, la búsqueda de la felicidad y advirtió que el problema es la crisis de vínculos.

Felipe Yofre, abogado, padre de familia.
Agustín Tubio / MDZAlejandra Locomotora Oliveras fue campeona mundial de boxeo en varias categorías y una dejó una serie frases motivacionales que hoy resuenan como parte de su legado. Desde sus orígenes humildes hasta la gloria deportiva, la “Locomotora” Oliveras fue un ejemplo de resiliencia, pasión por la vida y la búsqueda de la felicidad.
Tras su fallecimiento, se multiplicaron los videos donde la boxeadora aconsejaba no postergar la felicidad, disfrutar el presente y valorar lo esencial. En ese marco, MDZ conversó con Felipe Yofre, abogado, escribano, padre de siete hijos y abuelo de cuatro nietos, sobre la paradoja de una sociedad con abundancia material pero cada vez más infeliz.
Te Podría Interesar
Mirá la entrevista completa a Felipe Yofre
-¿Por qué creés que a veces es tan difícil ser felices?
-Esa es la gran pregunta. Nunca en la historia de la humanidad hubo tantos bienes y servicios al alcance, y sin embargo nunca hubo tanta infelicidad. Es una contradicción tremenda: pareciera que cuanto más tenemos, más vacíos nos sentimos. Si uno mira las estadísticas, los psicólogos dicen que uno de cada tres adolescentes atraviesa un cuadro de ansiedad. Y no se trata solo de una cuestión médica, sino de una señal de época. Estamos rodeados de posibilidades, de opciones, de estímulos, y aun así no logramos encontrar paz ni alegría. Si la felicidad dependiera únicamente de lo material, hoy tendríamos que ser la sociedad más feliz de la historia. Pero los datos nos muestran lo contrario, y eso obliga a preguntarse: ¿dónde estamos buscando la felicidad?
-¿Qué factores identificás como centrales en esta crisis de felicidad?
-Hay un autor italiano, Amedeo Sensini, que plantea que la gran crisis contemporánea no es económica ni social, sino de vínculos. Y eso me parece muy acertado. Vivimos una emergencia afectiva. Lo que más falta no son bienes ni servicios, sino relaciones profundas, vínculos sólidos que nos sostengan. Sensini habla de cuatro causas principales que deterioran ese tejido humano: el individualismo, el materialismo, el pansexualismo y el relativismo. Cuatro fuerzas que, cuando se instalan en la vida de una persona o de una sociedad, terminan vaciando de contenido los lazos más importantes: la familia, la amistad, el amor de pareja, la comunidad. Y cuando esos lazos se debilitan, lo que aparece es la infelicidad.
-¿Podrías profundizar en esas cuatro causas que dañan los vínculos?
-El individualismo es quizás lo más fuerte. Hoy todo está centrado en el “yo”: mis derechos, mis deseos, mi bienestar. Se piensa en “yo tengo derecho a tener un hijo”, en lugar de pensar que el hijo tiene derecho a tener un padre. El amor, en cambio, exige alteridad, implica salir de uno mismo, renunciar a algo propio para dárselo al otro. El “Apache” lo decía con mucha claridad: “Solo nos llevamos lo que dimos; lo que nos guardamos queda en el pijama de madera”, refiriéndose al cajón. Esa frase muestra que lo que tiene valor no es lo que acumulamos, sino lo que entregamos.
El materialismo también nos confunde. Caminás unas cuadras y ves cientos de cosas que no necesitás. Eso te hace perder el foco de lo esencial. Alejandra Oliveras lo dijo con crudeza: “La plata no hace la felicidad”. Ella, que pasó su infancia comiendo polenta, que recién a los 16 tuvo su primer par de zapatillas, nos pedía que fuéramos felices. Y ahí está el contraste: alguien que no tuvo nada entendió mejor que nadie que la felicidad no depende de los bienes.
El pansexualismo es otro problema cultural de esta época. Todo está erotizado: la publicidad, las series, las redes. Y cuando todo se reduce a la sexualidad, se vacía de sentido. Ese don tan grande, que debería ser una forma de expresar amor a alguien que lo merece, se transforma en una forma de consumo. Entonces la persona se convierte en objeto, se cosifica. Y cuando cosificamos al otro, inevitablemente destruimos los vínculos.
El relativismo termina de corroer las bases. Hoy se piensa que nada está bien o mal en sí mismo, sino que depende de lo que diga la mayoría o de lo que apruebe una ley. Pero que algo sea legal no significa que sea justo. Lo vimos en debates como el aborto: que esté escrito en el Boletín Oficial no implica que moralmente sea correcto. Este relativismo nos empuja a relaciones superficiales, a vínculos frágiles, descartables, porque cada uno define sus propias reglas sin pensar en el otro.
Cuantas cosas compramos que no necesitamos
-¿Qué lugar ocupa la familia en esta crisis de vínculos?
-La familia sigue siendo el principal sostén afectivo, aunque hoy esté debilitada. Cuando uno habla con personas en cuidados paliativos, nadie dice “me hubiera gustado pasar más horas en la oficina”. Todos, sin excepción, hablan de vínculos: hubieran querido estar más con los hijos, con los amigos, con el cónyuge. Esa es la verdad que aparece cuando uno se enfrenta al final. La familia, en su sentido más amplio, sigue siendo el lugar donde se deposita el amor. Puede ser también un amigo, una comunidad, pero lo central es el vínculo donde uno se da. El problema es que estas cuatro fuerzas que mencionamos —individualismo, materialismo, pansexualismo y relativismo— te empujan a cosificar, a no comprometerte, a romper cuando algo deja de gustar. Y así se va destruyendo el tejido afectivo que nos sostiene como personas.
-Entonces, ¿qué es la felicidad para vos Felipe?
-La felicidad no tiene que ver con la plata, ni con una ley, ni con un momento de euforia. No existe una ley que te obligue a sonreír ni a ser feliz. Pero sí existe algo universal en el corazón humano que nos empuja a buscarla. Todos queremos ser felices, aunque a veces no sepamos cómo ni dónde buscar. Yo creo que la felicidad no es un punto de llegada, sino un camino. Está más en el recorrido que en el destino. Y suele estar mucho más cerca de lo que pensamos. El problema es que muchas veces la buscamos en lugares equivocados: en acumular bienes, en el reconocimiento, en los placeres inmediatos. Pero la felicidad verdadera aparece cuando nos damos al otro, cuando elegimos vivir para alguien más y no solo para nosotros mismos.
-¿Cómo se puede aplicar esto en la vida cotidiana?
-Hay que empezar por algo muy concreto: darse al otro. Mamerto Menapace lo explicaba de una manera sencilla y profunda. Decía que el amor es como un tacho de pintura: lo llenás de agua, y lo que rebalsa es tu felicidad. Es decir, la felicidad no se busca directamente, aparece como consecuencia de dar. Cuando uno se entrega, cuando se preocupa por el otro, cuando renuncia a algo propio por alguien que ama, entonces la felicidad rebalsa. En cambio, si todo lo centro en mí —en mis derechos, en mis gustos, en lo que me conviene—, lo único que obtengo es vacío. Por eso creo que el individualismo es lo que más atenta contra la felicidad. El amor necesita alteridad, necesita otro. Sin eso, no hay posibilidad de plenitud.
La felicidad está mucho más cerca de lo que pensamos
-¿Qué mensaje les dejás a las nuevas generaciones, que parecen tener más herramientas pero también más dificultades?
-Siempre le digo a mis hijos que ellos la tienen más difícil que nosotros. Nosotros crecimos con menos cosas, pero también con menos distracciones. Hoy las pantallas, la hiperconexión, la ansiedad por la inmediatez, todo eso genera un nivel de presión que antes no existía. Sí, tienen más herramientas, incluso más espacios para hablar de estas cosas, pero el “partido” que juegan es más complejo. Por eso, más que nunca, hay que volver a lo esencial: no preguntarse tanto “para qué”, sino “para quién”. Esa es la clave. La felicidad no está en acumular logros o cosas, sino en encontrar a quién dirigir nuestra vida, en quién volcamos nuestro amor. Si recuperamos esa pregunta, vamos a poder vivir con más serenidad y menos vacío.